¡Cuánto se ha escrito y que poco se sabe! Hay libros gordos que dicen todo tipo de disparates, y es fácil que alguien saque el tema en una reunión de amigos, dejando que los presentes opinen sobre lo que a ellos les gustaría más que hubiese en el cielo. En realidad es uno de los temas que mejor muestran la formación o falta de formación de los interlocutores, la escasa capacidad de trascender, de elevarse hacia la verdad.

“Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Esto dijo San Pablo y a pesar de todo son muy frecuentes las opiniones, normalmente toscas, sobre este tema tan esencial para la persona, dado que es nuestra meta. En una novela de éxito reciente, premio Pulitzer del año pasado, con 14 ediciones, “La luz que no puedes ver”, encontramos un capítulo titulado “Cielo”. Esto en sí mismo no quiere decir nada ya que el libro está compuesto –como es moda- por capitulillos mínimos, de dos páginas o poco más. Por lo tanto en un libro de 650 páginas hay infinidad de capítulos, y que haya uno con ese título no es importante.

En este caso son tres páginas incompletas y en realidad no hay más que una breve conversación entre dos protagonistas. Y siendo un capítulo entre una multitud, sin embargo es relevante pues puede manifestar hasta qué punto el autor vislumbra algo del tema, y por tanto nos da una idea del contenido. Quizá no podemos decir más que estamos en el mismo  nivel intrascendente y plano de la mayoría de las novelas contemporáneas. Se hacen los mismos comentarios que cualquier persona en la calle medio en broma. “Madame, ¿cree que en el cielo realmente veremos a Dios cara a cara?”, “Es posible”. “¿Y qué sucede si eres ciega?”. La Madame, que es la señora de servicio de la casa de su abuelo desde tiempo inmemorial, sabe algo, intuye algo. “Yo diría que, si Dios quiere que veamos algo, lo más probable es que lo veamos”.

Es la frase más profunda que podemos encontrar en centenares de páginas, pero el autor, que  quiere dejar las cosas en su sitio, para que nadie se llame a engaño, pone en labios de la niña ciega: “El tío Etienne dice que el cielo es como la manta a la que se aferran los bebés. Dice que la gente ha volado en aviones a diez mil metros del suelo y no han visto allí ningún reino, ni puertas, ni ángeles”. Afirmación del todo improbable para un científico de los años 40 y que oímos por primera vez a un astronauta ruso…

Se descubre aquí, solo con este capitulito, cual es el fondo del autor, que, como ocurre con muchos escritores actuales, se jacta de ateo. Es lo que se lleva. Pero al menos en esta novela se da a conocer, ya sabemos de qué va, y no nos sorprenden otros capítulos posteriores, sobre todo los últimos que producen tristeza, porque si en el ambiente de una guerra no hay un final más elevado, si no hay cielo, la vida de los hombres queda totalmente frustrada.

No saben nada del cielo. Los apóstoles que estuvieron con Jesús en la transfiguración querían quedarse allí para siempre, “hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”, que era como decir “para nosotros no necesitamos nada, porque esto es maravilloso”. Y Santa Teresa, que sabía mucho de estas cosas, decía que el camino del cielo es un cielo… ¿Qué podemos decir del cielo? Que es más de cuanto podamos imaginar, que es amor, mucho más que el más intenso que podamos sentir en la tierra.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Doerr, A., La luz que no puedes ver, Suma de letras 2016

Comentarios

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"¡Me ha gustado mucho! La prespectiva del Cielo como algo poco trascendente, o incluso la idea de que no existe, nos cuarta la libertad. Si no tenemos un sentido al que dirigir nuestra vida, un Sentido realmente importante... ¿Hacía donde nos dirigimos?, ¿Cómo propulsamos nuestras acciones libres? Es más probable que acabemos atándonos con las cadenas de lo mundano.

La prespectiva de la muerte nos hace más libres.

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No te enfades!