El Cuarto Centenario de Shakespeare –tan unido al de Cervantes- ha propiciado la representación por la Compañía Clásica española –durante un tiempo escaso para la demanda de Madrid-, de una de sus obras más distintivas: Hamlet. Ante la dificultad para asistir, me he conformado con una relectura que me ha sugerido una primera consideración: ¿es fácil que el espectador de hoy, sin formación literaria de los clásicos –y poca formación cristiana-, sin haber leído previamente el texto, sea capaz de captar la extensión y profundidad del mensaje?

Hay algo que ayuda: la corrupción, la inmoralidad de un número no pequeño de nuestros políticos tiene mucho que ver con el desorden moral presente en la corte de Dinamarca en esta historia. Parece que no tiene arreglo, que el poder siempre corrompe. Pero en esta obra hay mucho más. Hay un conocimiento patente de la fe cristiana y, en contraste, un desacato muy generalizado de la vida correcta. Hay un pecado gravísimo, que pervierte a los hombres y las mujeres, que es la venganza.

En esta y en otras obras de Shakespeare encontramos la maldad llevada hasta el extremo, movida esencialmente por la venganza irrefrenable, como si hubiera actitudes en las personas ante las que no cabe perdón. Y, lo que suele ocurrir en muchas novelas y películas, el autor, a través de un guion bien pensado, involucra al lector en el mismo pecado. En esta obra el espectador se pone de parte de Hamlet en todo momento y, sin reflexionar sobre ello, en el fondo le justifica.

Sin duda, es necesario hacer una deliberación para no ser atropellado por las emociones, porque el sentimiento paterno filial es muy fuerte, casi siempre, y si se juzga la muerte de un padre o de una madre con alevosía, desaparecen los razonamientos lógicos y morales.

Hay dos momentos especialmente inhumanos, tremendos. Primero Hamlet que, habiendo descubierto que el rey ha matado a su padre, para quedarse con el reino y con la esposa, le observa en su intimidad, arrepentido y pidiendo perdón a Dios. Hamlet, que está dispuesto a asesinarle en venganza, decide no hacerlo en ese momento de lucidez, no sea que la muerte le lleve al cielo. Su deseo es enviarle al infierno. Supone un grado de perversidad verdaderamente abominable, y esto en el protagonista, que es el menos malo en el conjunto de la historia.

Laertes protagoniza otra escena similar. Decide que se vengará de la muerte de su padre, Polonio, y de la consiguiente locura de su hermana Ofelia. Manifiesta expresamente la gravedad de sus propósitos y está dispuesto a irse al infierno para siempre con tal de llevar a cabo su venganza. En los dos casos, la fe cristiana que tienen les hacen conocedores de la vida eterna, pero no les impide actuar de modo abominable.

De esta manera la tragedia del genio inglés llega a extremos que parecen insoportables, quizá precisamente para que el espectador/lector reflexione, para conseguir que los valores queden en su sitio y no perdamos de vista que en la vida, si Dios no es lo primero, el desorden llega a límites insospechados. En esto los dos genios celebrados en estos días tienen un paralelismo: Cervantes con las “Novelas Ejemplares” e incluso con el Quijote, y Shakespeare con casi todas sus obras, pretenden ir al fondo de la vida de los hombres, ofreciendo una enseñanza imperecedera. Por eso son clásicos.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Hamlet, William Shakespeare, Cátedra , 2015

 

 

Comentarios

Imagen de nitavidal

Precisamente con motivo del centenario yo también opté por releer Hamlet. Es cierto que mientras lo leía había momentos en los te percatas de las barbaridades que se plantean y que, como dice usted, las de Hamlet parecen estar justificadas. 

Nada más acabarmelo pensé que no había sido un libro con el que hubiera disfrutado, de hecho...tiraba más a no gustarme. Y me pregunté poqué estaría considerado un clásico. Ahora que he leído su artículo puedo comprenderlo: la enseñanza imperecedera... El hombre siempre será hombre, y el pecado siempre lleva a más lecado y desgracia.