Son cosas que pasan

París, 1940-1945. La guerra y la ocupación nazi supusieron una dura prueba para todos los franceses, también para la clase más privilegiada, que creía poder seguir viviendo aislada de las miserias del mundo. Natalie de Lusignan, duquesa de Sorrente, se mueve por los salones de la aristocracia como pez en el agua, es una mujer mundana, esnob y cosmopolita. Pero, ante el avance de los nazis, su familia tiene que abandonar París y se traslada a la Riviera. En Cannes, en la zona no ocupada, nada más firmarse el armisticio de junio de 1940, los casinos permanecen abiertos toda la noche y la aristocracia pretende continuar sus vidas como si nada ocurriese. Esta fascinante novela retrata un mundo glamuroso y sofisticado sacudido por la Historia. 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2017 Anagrama
168
978843397981

Traducción de Javier Albiñana

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Género: 
Libro del mes: 
Julio, 2017

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Comentarios

Imagen de polvorista

Un periodo de historia, 1940 a 1945, en Francia que narra la vida de la alta sociedad de París reflejada en una aristócrata, Natalie de Lusignan, que pasa a ser duquesa de Sorrente por su matrimonio con Jerôme. Se desarrolla en dos partes, una en Cannes durante la ocupación alemana de Paris y la segunda en Paris. Natalie tiene una hija de su matrimonio y un hijo ilegítimo que su marido admite -son cosas que pasan, dice, si se mantiene oculta la verdad-. Una sociedad que sigue viviendo de poses. Dura, con personajes bien descritos y que viven para lucirse. Interesante y notablemente narrada literariamente.

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Obra de una frivolidad extrema; los personajes presentan una superficialidad rayana con lo esperpéntico; la falta de valores humanos es patética: solo cuenta la diversión del momento, y se podría decir que sus vidas no tienen más sentido que interpretar el papel en una obra teatral frívola en extremo.
La historia, encuadrada en la guerra mundial, presenta a unos personajes que  por todos los medios se esfuerzan por permanecer ajenos al drama y las penalidades de la contienda, chaqueteando con el único fin de no bajar el tren de vida y seguir gozando del ambiente frívolo de la vida en la alta sociedad. La moral luce por su ausencia, y para justifica sus actos solo cabe el desenfadado comentario que da título al libro: "son cosas que pasan".
La vida personal de los protagonistas se deshace en un puro figurar de cara a su ambiente noble y corrompido ante el que quieren aparecer "limpios" aún a costa de mancillar su honor, eso sí, sin que los hechos se hagan públicos en la sociedad cerrada en que se desenvuelven.
¿Finalidad del relato? Aparte de estar escrito con corrección, se le podría adjudicar un cierto talante crítico con relación a la sociedad y los ambientes que dibuja, pero a mi parecer, esto aparece también difuminado. El pico crítico se presenta cuando Natalie, que ha descubierto que es medio judía, en una cena de sociedad provoca el desconcierto general que la anfitriona se apresura a pasar página porque en esas reuniones no se acostumbra a hablar de "política".
No creo que este libro aporte gran cosa.

 

Imagen de acabrero

Histriónico, frívolo, sonrojante. El libro está bien escrito y engancha al lector, a pesar de que, desde las primeras páginas, se puede descubrir un mundo frívolo que, sin duda alguna, no era general entre la aristocracia. Recuerda al Gran Gatsby, con su afán de lujo desmedido. Pero en la obra de Fitzgerald, sin duda por deseo del autor, estás la mitad de la historia dudando si Gatsby era descendiente de la aristocracia o nuevo rico. A los primeros se les suponía una educación. En este libro parece que se desmiente la suposición. Pero hay que dejar que el lector llegue hasta el final. Leer artículo>>

Imagen de amd

Novela psicológica y social que se desarrolla sobre el trasfondo histórico de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación alemana de Francia. En ella, se narran los últimos cinco años de la vida de la protagonista, que abarcan desde 1940 a 1945 y coinciden con el período de esta guerra. Con un inicio sorprendente, en el primer capítulo “In memoriam” (febrero de 1945), se describe minuciosamente el funeral en la iglesia de  Saint-Pierre-de-Chaillot de París, por la muerte de la princesa Natalie de Lusignan, duquesa de Sorrente, fallecida con tan solo 37 años de edad. Así, la protagonista de este relato, con sus luces y sombras, en una introspección psicológica magnífica, marca el desarrollo del discurso, en el que va a predominar el estilo indirecto libre para reflejar los pensamientos más profundos del personaje.
A continuación, la novela se divide en dos partes: la primera parte narra la estancia de Natalie y su familia en Cannes durante tres años (hasta 1943); y la segunda, en París durante los dos años siguientes. En junio de 1940, Francia firma el armisticio con los alemanes y se acepta la ocupación nazi bajo el gobierno del mariscal Pétain. Los Sorrente, familia aristocrática con una posición descollante en París, siguiendo el éxodo de las clases adineradas, deciden abandonar la capital ocupada y trasladarse a Cannes en la zona libre. Allí su vida estará más segura, pero será mucho más aburrida: faltan fiestas, bailes, visitas. La palabra “decadencia” está en boca de todos, y especialmente de las damas que han visto reducidas sus actividades sociales: sin poder lucir sus vestidos y volver a seducir con ellos, sin sus colecciones de alta costura y el torbellino mundano de las grandes ciudades. Poco tiempo atrás, un ambiente de fiesta perpetua había permitido todo tipo de juegos (inmorales), aventuras, intrigas amorosas, frivolidad sin límites. En realidad, no era un hecho insólito tener descendencia de relaciones extramatrimoniales (motivo recurrente en esta narración), porque estas “son cosas que pasan”.
Frente a esta existencia banal y superficial, la trama descubre otros aspectos muy duros de la realidad: la persecución que sufren los judíos (de cualquier clase social, de cualquier profesión) ya desde antes de la guerra, las vejaciones y las prohibiciones de todo tipo, los desprecios y la confiscación de sus bienes, y finalmente la desaparición y el exterminio, la “locura antisemita”. Pero como dice Jérôme, el duque de Sorrente: “Por fortuna, nada de eso nos atañe”; en definitiva, estas también “son cosas que pasan”, porque desde su elevada posición no puede imaginar que esto vaya a afectarles personalmente. Así, por su crítica del antisemitismo la novela ha recibido el Premio Fundación de la Memoria Albert Cohen.
Con un estilo elegante y preciso, la autora realiza una crítica acerba y mordaz sobre la alta sociedad de aquella época, transigente y conformista que con facilidad cae “en el egoísmo y en la indiferencia”, aunque esta crítica se puede extrapolar a cualquier tiempo y lugar. El propio título de la obra se convierte en fiel reflejo de esta realidad (¿ineludible?): “son cosas que pasan”, una expresión coloquial que parece aludir a la fatalidad, al destino impredecible, a la aceptación,  a la inestabilidad de las cosas que van y vienen, como si las personas (los auténticos protagonistas) no tuvieran parte en ellas, en sus orígenes y obviamente en sus consecuencias.