Al terminar la licenciatura en Filología Románica, en Zaragoza, allá por los años setenta del siglo pasado, éramos en clase unos noventa alumnos, la mayor parte, mujeres. Desconozco cuántos estudiantes de Filología Hispánica habrá hoy en aquella y en otras facultades, probablemente no muchos, ya que, en una sociedad mercantilizada como la nuestra, el futuro de las humanidades no parece muy halagüeño, aunque de cuando en cuando se escuchen voces que claman por las consecuencias negativas de esta situación.

Hace pocos días, en un titular de uno de los periódicos nacionales con más solera, se había escrito se revelan, en vez de se rebelan, que habría sido lo correcto; en otro, se decía hayan, en vez de hallan. Leyendo recientemente un manual universitario, elaborado por un profesor experto y competente en la materia tratada, me he encontrado, sin embargo, con frecuentes anacolutos, faltas de concordancia, descuidos en la puntuación, repeticiones de palabras –fácilmente evitables con el uso de algún sinónimo–, etc. Pero aún fue peor toparse, en un ensayo, con un mismo texto –incluido en uno de los epígrafes del libro–, repetido, poco después, como nota a pie de página. Las prisas y el "cortar y pegar" hacen estragos, si uno no se anda con mucho cuidado.

Me parecen malos síntomas, quizá habrá que volver a los correctores de pruebas y de estilo y a no despreciar el estudio de la gramática. Recuerdo que Juan Pablo de Villanueva, excelente periodista y mejor amigo, ya fallecido, me contó que, cuando era subdirector de "Nuevo Diario", el gran escritor Ignacio Aldecoa se ofreció para aquella tarea de revisión de textos.

Abundan los buenos libros sobre el estilo, acerca las dudas gramaticales…, así como los diccionarios de todo tipo, algunos muy pedagógicos, pero no siempre resulta fácil vencer la pereza o tener un poco de paciencia para dedicar unos minutos a efectuar la consulta adecuada. Basta con cotejar un texto mal redactado con el mismo pasaje corregido, para darse cuenta de la importancia que tiene escribir correctamente.

Luis Ramoneda       

Comentarios

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Me entero, gracias a tí, que ya no existen correctores de pruebas. Encomendar esta tarea al corrector de textos de un ordenador es ir directamente al desastre. Estos, por necesidad, no distinguen entre "vaya" y "valla", y así hasta el infinito.