La Iglesia del Renacimiento y de la Reforma (I)

Es uno de los volúmenes de la "Historia de la Iglesia" publicada por Henri Daniel-Rops, dedicado a la Reforma protestante y sus antecedentes.

Comienza el relato con el cisma de Occidente (1378-1417) y la caída de Costantinopla en manos de los turcos (1453). El autor explica la desaparición del concepto de Cristiandad y aparición de las nacionalidades en Europa, para rematar con el movimiento cultural renacentista.

Al tratar de la Reforma el autor nos hablará de Lutero, Zwinglio, Calvino, Enrique VIII de Inglaterra y de otros reformadores. En el extremo opuesto encontramos al Emperador Carlos V de Alemania, a Francisco I de Francia y  otros protagonistas del enfrentamiento político y religioso.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1957 Luis de Caralt
607
BOOKWLYX7S

Subtítulo: La Reforma protestante.

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Este volumen pertenece a la "Historia de la Iglesia" escrita por Henri Daniel-Rops y es el primer tomo correspondiente a la Edad Moderna. Miembro de la Academia Francesa, Daniel-Rops (1901-1964) fue un escritor brillante y en la obra contempla simultáneamente los factores políticos, culturales y religiosos que hicieron posible la Reforma protestante.

La primera afirmación que hace el autor es la evolución de Europa, desde una idea unitaria de Cristiandad hasta el nacimiento de los Estados-nación. En el ámbito cultural, el Renacimiento supone el declive de la formación escolástica que se imparte en las Universidades para volver a los clásicos griegos y latinos, así como el culto de las bellas artes. Los Pontífices no son ajenos a este movimiento y buscan allegar las riquezas necesarias para desarrollar una labor de mecenazgo cultural; pero los papas están desacreditados a raíz del exilio de Avignon, el Cisma de Occidente (1378-1417) y por la vida disipada que habían llevado algunos de ellos.

Entre el alto clero se practicaba la venta de beneficios eclesiásticos, la acumulación de sus rentas, el concubinato y el absentismo de los Obispos respecto de sus sedes. Las Ordenes religiosas estaban en decadencia y los Monasterios eran propietarios de grandes extensiones de tierra. Por el contrario, el bajo clero vivía pobremente y padecía una gran ignorancia cultural y teológica. Por último, el pueblo cristiano era devoto pero supersticioso. El Espíritu Santo seguía promoviendo vocaciones a la santidad, como el caso de Santa Catalina de Siena, pero éstas eran como gotas de agua en el mar.

El descrédito de la Iglesia institucional hizo que los humanistas -muchos de ellos clérigos- criticaran y se burlaran de los vicios del clero y las supersticiones del pueblo. La predicación de indulgencias con fines económicos era una costumbre, y por la realización de determinadas prácticas religiosas y entrega de limosnas con una finalidad -p.e. la construcción de una nueva Basílica en Roma dedicada a San Pedro- se anunciaba el perdón de las penas del Purgatorio.

Con este motivo el 31 de octubre de 1517, Martín Lutero, un agustino alemán profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de Wittemberg, proclamó noventa y cinco tesis contrarias al comercio de las indulgencias y a otros extremos de la práctica religiosa, y se ofreció a debatir sobre ellas. Los teólogos y Universidades se opusieron a Lutero, pero la pobre instrucción del bajo clero permitió que las nuevas ideas penetraran y se difundieran. El pueblo las encontraba inspiradas y fáciles de comprender, y de paso se libraba de pagar diezmos y limosnas a los Monasterios y a los Obispos. Lutero también contaba con protectores y los príncipes alemanes vieron en la Reforma religiosa un motivo para oponerse al Emperador.

En algunos momentos encontramos paralelismos entre el Renacimiento, la Reforma y la época actual: Se producen cambios sociales importantes, el desarrollo cultural y ciéntífico contrasta con la gran ignorancia religiosa y una escasa piedad. Como en aquellos años, el cuerpo social de la Iglesia necesita liderazgos fuertes, que en tiempos de la Reforma ostentaban los reformadores ante la impotencia de papas y obispos. Era necesaria la gran reforma espiritual y disciplinar que puso en marcha el Concilio de Trento.

Este libro tiene una ventaja para el lector español: Daniel-Rops describe la situación centro-europea y podemos comprobar cómo, mientras España estaba razonablemente unida y tranquila, los reinos europeos pasaban por grandes dificultades. En este sentido la Inquisición española tenía una finalidad política: los monarcas querían evitar que las semillas de la discordia religiosa se introdujesen en nuestro país atentando contra su unidad. De hecho, las guerras en Centro-europa produjeron muchos más muertos que los que jamás pudo ordenar la Inquisición española. También Francia e Italia también tuvieron sus propias inquisiciones con los mismos resultados, oscilando entre positivos y negativos.

El único problema importante que tuvo España y que cita el libro no es un problema propiamente español; fue el intento de Carlos V de imponer su liderazgo en Europa. No le fue posible y transmitió esta dificultad a sus sucesores por causa de la región de Flandes. Esta provincia alemana pasó a ser una colonia española pesimamente situada entre Francia y Alemania. La posesión de los Países Bajos llevó a nuestro país a inmiscuirse en guerras europeas, como la Guerra de los Treinta Años, en las que a España no se le había perdido nada.

El libro se lee muy bien, pero es exhaustivo -agotador- por su extensión y la abundancia de datos.