Los viejos creyentes

A finales de los años setenta, un piloto ruso que sobrevolaba un tramo montañoso y remoto de la taiga siberiana, descubrió, en medio de una escarpada zona boscosa, un pequeño huerto con una cabaña. En aquella olvidada parte del mundo, la existencia de núcleos humanos era estadísticamente imposible. Poco después, un grupo de científicos se lanzaron en paracaídas sobre la zona y, atónitos, descubrieron que en la primitiva cabaña campesina de madera habitaba una familia, los Lykovy, pertenecientes a la secta de los Viejos Creyentes, cuya concepción de la vida y costumbres se ajustaban a las creencias del siglo XVII, en tiempos del zar Pedro el Grande.

Para cuando Vasili Peskov, periodista del Pravda, conoció esta historia y entrevistó a los Lykovy, la familia llevaba décadas aislada, rezaban diez horas al día, no habían probado la sal y no podían siquiera concebir que el hombre hubiera pisado la luna. Finalmente, el único miembro que quedó tras la muerte de sus padres y de sus hermanos debido al hambre y a las enfermedades, fue Agafia: la hija más joven de la familia. «Los viejos creyentes» es una poética celebración de la belleza indomable de la taiga siberiana. Un testimonio conmovedor sobre el poder de la voluntad humana.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2020 Impedimenta
264
9788417553739

Traducción del ruso a cargo de Marta Sánchez-Nieves

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Historia excepcional sobre la familia rusa Lykov, que vivió aislada durante décadas en la taiga siberiana siguiendo sus creencias religiosas.  En los años treinta el matrimonio Lykov, perteneciente a los “viejos creyentes” o kerzhak, decidió internarse en la taiga al sur de Siberia, en el cañón formado por el río Abakán, alejados del mundo porque: “La amistad con el mundo es la enemistad con Dios. ¡Hay que huir y ocultarse!” (p. 53). De esta forma, se habían apartado de la gente por propia voluntad ya que era lo que les exigía la “fe antigua”, una fe que provenía del cisma religioso ocasionado en la iglesia ortodoxa rusa en el año 1653. Para reforzar la fe ortodoxa y el estado, el zar Alejo I (padre de Pedro I) y el patriarca Nikon llevaron a cabo una reforma eclesiástica, basada en la revisión de los libros litúrgicos. Esta reforma provocó una oposición radical por parte de algunos grupos de creyentes que vieron amenazados los ritos tradicionales y las antiguas creencias. Siglos después, la situación seguía vigente y pervivía en algunos grupos cristianos.

Así pues, durante décadas, los Lykovy sobrevivieron en condiciones extremas aislados del mundo, hasta que en el verano de 1978 se descubrió un yacimiento de hierro en el curso alto del río Abakán. Al sobrevolar la zona, los pilotos divisaron un pequeño huerto y una cabaña; y poco tiempo después, los geólogos consiguieron acceder a pie a la zona concreta y conocer a la familia Lykov. En aquel momento, todavía vivía el padre con sus cuatro hijos: “El anciano Karp Ósipovich tenía ochenta y tres años; Savín, el hijo mayor, cincuenta y seis; Natalia, cuarenta y seis; Dmitri, cuarenta, mientras que Agafia, la menor, estaba en los treinta y nueve” (p. 23). La madre Akulina Kárpovna había fallecido en 1961 a causa del hambre, una mujer devota que sufrió todos los sacrificios por su ferviente fe.

La noticia de este hallazgo sin precedentes se extendió por toda Rusia y fueron varios los científicos que se interesaron por la familia; entre ellos, el etnógrafo Nikolái Ustínovich que pudo conocer a los cinco miembros supervivientes en el verano de 1981, ya que unos meses después murieron los dos hijos y la hija mayor. Cuando Nikolái le ofrece a Vladimir Peskov la posibilidad de contar esta historia en su periódico, les asaltan a ambos muchas preguntas: ¿cómo ha podido sobrevivir esta gente en la taiga siberiana con nieve hasta la cintura y un frío que supera los treinta bajo cero? La comida, la ropa, el fuego, los utensilios, la lucha contra las enfermedades, el cálculo del tiempo, ¿cómo lo han hecho?, ¿qué esfuerzos y habilidades han necesitado? La sensación en torno a su forma de vida podía ser una mezcla de los tiempos anteriores a Pedro I y de la Edad de Piedra… “En verano van descalzos, en invierno con calzado hecho de corteza de abedul. Han vivido sin sal. No conocen el pan”.  

A lo largo de varios años, la relación cordial de Peskov con el anciano Lykov y su hija Agafia le permitirá escribir una crónica magnífica, un documento irrepetible sobre la vida excepcional de esta familia. El libro fue publicado por primera vez en 1994 con notable éxito tanto por su extraordinario contenido como por las descripciones de la naturaleza, en las que el autor, pionero del “periodismo ambiental” o “ecoperiodismo”, rinde homenaje a un hábitat natural que podría dejar de existir. No menos importante en esta edición, es la traducción directamente del ruso de Marta Sánchez-Nieves que presenta un texto claro, ameno e interesante,  superando todas las dificultades en cuanto a vocabulario específico, giros propios de la lengua y contenidos de toda índole.