Los ojos del hermano eterno

“Los ojos del hermano eterno”, libro curiosísimo en la obra de Stefan Zweig, está escrito como una leyenda oriental situada mucho antes de los tiempos de Buda. Narra la historia de Virata, hombre justo y virtuoso, el juez más célebre del reino, que después de vivir voluntariamente en sus propias carnes la condena a las tinieblas destinada a los asesinos más sanguinarios, descubre el valor absoluto de la vida y reconoce en los ojos del hermano eterno la imposibilidad intrínseca de todo acto judicativo. Virata llega a ser, después de su renuncia, un hombre anónimo a quien le espera, una vez muerto, un olvido todavía más perenne, el de la historia que sigue su curso prescindiendo del hombre más justo de todos los tiempos.

Relata la historia de un guerrero que tras matar a su propio hermano abandona honores y riquezas en busca de la esencia de la vida.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2002 El Acantilado
72
978-84-95359-83-4
Valoración CDL
4
Valoración Socios
3.8
Average: 3.8 (10 votes)
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Género: 

Comentarios

Imagen de pepo

Una pequeña novela con mucho contenido. Creo que está todo dicho en los comentarios anteriores. 

Muy recomendable. 

Imagen de acabrero

Es sorprendente hasta qué punto Stefan Zweig es capaz de hacer pensar al lector en temas profundos en tan pocas páginas. En esta novela, sui géneris, habla de un personaje de hace muchos siglos, en una sociedad inventada. Un hombre que es el mejor guerrero de su pueblo, pero un suceso puntual le lleva a dejar las armas, a dejar la violencia. Entonces el rey, que conoce su valía le nombra juez, y es el mejor juez de su reino. Pero por un suceso puntual que juzga injusto deja también esta opción, y así llega a retirarse del mundo, porque todo le parece malo. Y con esta retirada llega también la injusticia. Es un hombre que sabe meditar y dirigirse a su Dios, que quiere hacer la voluntad de Dios, pero se equivoca. Es un personaje interesante que hace pensar al lector.

Imagen de Tusitala

Rara avis entre sus maravillosas novelettes, por sólo este bello relato ya merecería figurar Stefan Zweig entre los grandes de la literatura del siglo XX. Escrito como si de una leyenda oriental se tratara, el autor aborda en sus escasas setenta páginas cuestiones de hondo calado como la responsabilidad propia en el mal ajeno, la imposibilidad de la no acción o el inextricable entrelazamiento de todas las vidas humanas en el tejido de la existencia.

A raíz de un trágico accidente, Virata, su protagonista, decide emprender la búsqueda de la sabiduría, de la justicia, de la virtud, de la paz interior; en definitiva, la búsqueda de Dios. En un pasaje de la historia, asevera: “Ante dios no hay hombre más grande ni más pequeño. El que no hace sino servir y renunciar a su voluntad se despoja de toda culpa y vuelve a dios. Pero el que quiere y cree que puede evitar hacer el mal con la sabiduría cae en la tentación y en la culpa”.

Cada página de esta pequeña novela invita a una profunda reflexión sobre algunas de las preguntas consustanciales a la existencia humana. Preguntas a las que toda persona debería enfrentarse alguna vez en la vida. Y todo ello aderezado, como la práctica totalidad de la obra de este escritor, con un estilo brillante, evocador, sin altibajos.

En definitiva, una lectura altamente recomendable.
 

Imagen de Razumikin

Narra la historia de Virata, hombre de honor de un imperio, que luego de matar a su hermano emprende la búsqueda de la expiación y la paz. Se suceden en su vida distintas ocupaciones pero su atención se centra en la memoria de la mirada de su hermano, motivo de sus cambios en el camino hacia la sabiduría. Finalmente cuando parece haberla alcanzado la historia da un giro descifrable sólo en la últimas palabras pronunciadas por Virata. El autor intenta describir la sabiduria humana con sus logros y sus limitaciones. La narración mantiene la atención de principio a fin y por su brevedad la obra se disfruta lo necesario de acuerdo a la transmisión de la experiencia que Zweig logra concretar en el lector. Me pareció interesante el viaje espiritual que el protagonista hace por su vigencia en todo momento de la historia humana pero el motor de aquel sólo es descubierto parcialmente al poner el temor como principal elemento.

Imagen de Artemi

Los ojos del hermano eterno, bellísima fábula o parábola de Stephan Zweig publicada por El Acantilado (2002) lleva ya cinco reimpresones. Sus setenta páginas no pierden intensidad narrativa en ningún momento, y esto, a pesar de su brevedad, no deja de tener mérito. El lirismo de la prosa tampoco decae, y los temas o asuntos van sucediéndose unos a otros encontrándose en ellos el mismo interés y la misma profundidad. Está claro que el tema central es el de la culpa, tan presente a lo largo de la literatura del siglo XX, pero la libertad, la justicia, la dicotomía entre acción y contemplación y el sufrimiento son las cuestiones sobre las que gira la vida de ese santo, Virata, que en tantas ocasiones y salvando las distancias nos recuerda constantemente al Evangelio, tanto por el estilo y el lenguaje como por la actuación del protagonista. La tesis del autor creo que es un poco descorazonadora, si la he entendido bien; el hombre, haga lo que haga, con sus actos libres, incluido el de la inacción, siempre es susceptible de ser juzgado (eso sí, solo por Dios) y siempre incurrirá en alguna culpa, de la que tendrá que rendir cuentas. Es descorazonador para aquellos que no vayan a ser juzgados por un amigo. Suerte que tiene uno.

Imagen de cdl

Los ojos del hermano eterno, libro curiosísimo en la obra de Stefan Zweig, está escrito como una leyenda oriental situada mucho antes de los tiempos de Buda. Narra la historia de Virata, hombre justo y virtuoso, el juez más célebre del reino, que después de vivir voluntariamente en sus propias carnes la condena a las tinieblas destinada a los asesinos más sanguinarios, descubre el valor absoluto de la vida y reconoce en los ojos del hermano eterno la imposibilidad intrínseca de todo acto judicativo. Virata llega a ser, después de su renuncia, un hombre anónimo a quien le espera, una vez muerto, un olvido todavía más perenne, el de la historia que sigue su curso prescindiendo del hombre más justo de todos los tiempos.