El que siga las informaciones que nos ofrecen los medios acerca de la Iglesia Católica, observará que parecen darse algunas tiranteces, y no estábamos acostumbrados a ello. En algún lugar se habla de cardenales y obispos que se manifiestan contra el Romano Pontífice -hoy parecen multiplicarse los cardenales y arzobispos como las gotas de lluvia-, y llegan a la opinión cuestiones que nunca antes se habían planteado. Podemos referirnos, y cito de memoria, al acceso a la Eucaristía de los divorciados y casados civilmente (ver Amoris laetitia, capítulo octavo), la compasión con las parejas o individuos LGTBI+, o el sacerdocio femenino.

Yo me quedé helado cuando leí que el Pontífice había autorizado a Joe Biden a acercarse a la Eucaristía después de haber votado a favor del aborto, pero también me quedé sorprendido cuando el Pontífice afirmó que el aborto no era peor que otros pecados. Paulatinamente he ido comprendiendo la trastienda de todo ello, y lo he comprendido al contemplar los confesionarios vacíos y recordar cómo Nuestro Señor Jesucristo rompió las normas y costumbres de los judíos para aplicar la misericordia: "No son los que están sanos sino los enfermos los que necesitan del médico. Id, pues, a aprender lo que significa 'Más estimo la misericordia que el sacrificio' " (Mt.9,12).

Cuando Pedro volvió de Cesarea a Jerusalén, después de haber mandado bautizar al centurión Cornelio y a su familia, los fieles circuncidados le increparon: "¿Cómo has entrado en casa de personas incircuncisas y has comido con ellas?" (Act.11,3), y Pedro les explicó que no había sido por voluntad propia sino el Espíritu quien se lo había ordenado. De la misma forma, en el concilio de Jerusalén, los apóstoles y presbíteros dispensaron a los fieles llegados de la gentilidad de "un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar" (Act.15,10).

Nuestro Señor Jesucristo había dicho a san Pedro: "A tí te daré la llave del Reino de los Cielos, y todo lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos y todo lo que desatares en la tierra será también desatado en los cielos" (Mt.16,19); sin excepciones, sin matices. Así pues, nada de legalismos ni de tradiciones de hombres, aunque es comprensible que cueste aceptar los cambios como también le costó a los judíos de aquella época; ahora bien:

1. Es de suponer que los Obispos, en sus diócesis, pueden actuar en conciencia, absolver o no hacerlo, pero no está tan claro que deban alzar su voz en contra de lo dispuesto por el Pontífice.
2. Tenemos el ejemplo humilde del papa Benedicto, que cuando Gänswein le hizo notar que Francisco había prohibido algo que Benedicto había autorizado previamente -el rito eucarístico aprobado por san Juan XXIII- dijo: "El papa Francisco está actuando en la dirección que considera mejor para la Iglesia de hoy en su responsabilidad como sucesor de Pedro: Se puede estar totalmente de acuerdo o no, pero esto se debe conceder a todos los papas, como se me concedió a mí y a los anteriores" (Gänswein, pág.260).
3. Quien recibe la misericordia y el perdón debe estar bien dispuesto para recibirla.
4. Sabemos que de cien personas que llevan una vida desarreglada solo una se acerca a la misericordia de Dios. ¡Ójala fueran más! ¿Cuántos divorciados y casados nuevamente estarían dispuestos a acercarse con fe y contrición a la Eucaristía? Tememos que muy pocos; demasiadas veces hemos escuchado a algunos y algunas afirmar jovialmente que "viven en pecado". ¡Qué estupendo! ¡Qué divertido! ¡Qué ruina!
5. No cabe duda de que estamos viviendo momentos muy especiales en la Iglesia, por lo cual más vale rezar apoyar al Romano Pontífice y no ponerse nerviosos, todo pasa.

Juan Ignacio Encabo Balbín.

Papa Francisco, Amoris laetitia, 2016
Georg Gänswein, Nada más que la verdad, Desclée de Brouwer, 2023

 

Comentarios

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Recuerdo una anécdota que nos contaba un profesor de literatura. Había hecho la licenciatura en la Universidad de Salamanca y, al parecer, el Obispo de esa diócesis tenía prohibido leer a Unamuno. Entonces, nos contaba ese profesor, los estudiantes ¿qué hacían? Tomaban un tren con destino a otra ciudad, comenzaban a leer el libro que quisieran leer, y cuando lo terminaban tomaban otro tren de vuelta. Parece un chiste ¿verdad? Es un ejemplo de un legalismo.

Sin embargo, hay una historia que contaba Federico Suárez, un sacerdote del Opus Dei, catedrático de Historia. Al parecer había sido un gran admirador de Unamuno e hizo toda la guerra de España (1936-1939) con un libro de éste en el macuto -parece ser que todavía no se le había ocurrido a nadie prohibir sus libros-, pero un día se preguntó ¿qué pruebas ofrece el autor de las afirmaciones que hace? Concluyó que ninguna, entonces tomó el libro que estaba leyendo y lo tiró.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que los cristianos no tenemos que dejarnos llevar por los legalismos -por algunos- y actuar con  sentido común, sentido crítico y, cuando se tercie, con sentido del humor.