Comunión de los santos

 

Hace unos días celebraba solemnemente el Santo Padre Francisco la canonización de siete nuevos santos en el marco incomparable de la Plaza de San Pedro en Roma ante miles de fieles romanos y de otros llegados del mundo entero. Solamente enunciaremos los nombres y algún detalle de los nuevos santos y santas: un papa, Pablo VI, un Arzobispo mártir del Salvador Mons. Oscar Romero, y tres religiosas europeas de distintos países y provenientes de ámbitos religiosos, culturales y lingüísticos diferentes: Francesco Spinelli, sacerdote diocesano, fundador del Instituto de las Adoratrices del Santísimo Sacramento; Vincenzo Romano, sacerdote diocesano; Maria Katharina Kasper, virgen, Fundadora del Instituto de las Pobres Siervas de Jesucristo; Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús (nacida: Nazaria Ignacia March Mesa), virgen, Fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras Cruzadas de la Iglesia.

Verdaderamente, esta canonización nos ha llevado a recordar con una inmensa alegría la importancia del dogma de la comunión de los santos que recitamos cada domingo en la misa en el mundo entero:  los santos en la vida de la Iglesia y la estrecha y fecunda unidad que se produce entre la Iglesia triunfante, la Iglesia purgante y la Iglesia militante, la única y verdadera Iglesia de Jesucristo.

Precisamente, la palabra clave de la riquísima herencia que nos entregó el Concilio Vaticano II para la meditación de generación en generación, se podría resumir en una sola palabra: comunión. Por una parte, nos recuerda la Constitución “Lumen Gentium”, n.11 que todo hombre, todo cristiano, de toda clase y condición está llamado a la santidad, a la plena e íntima comunión con Dios y con los demás cristianos y con todos los hombres.

Es más, hay que superar el anonimato y buscar la relación personal, íntima y confiada, pues esa es la base de la Iglesia. El Teólogo Pedro Rodríguez resumía la cuestión y la sustanciaba con la siguiente definición de Iglesia: “La comunión de Dios Padre con sus hijos los hombres y entre sí, en Jesucristo, por el Espíritu Santo”.

Una comunión, por tanto, que supera el concepto de cristianismo como paquete de ideas, de código de conducta, de resumen de verdades para creer, para dar paso al seguimiento y a la unión íntima con Jesucristo en clima de comunión con los demás.

La comunión va más allá del concepto de Cicerón de Religión como relectura o “relegere” del mundo desde la perspectiva de la existencia de Dios. Tampoco se queda en el “religere” de Lactancio unos siglos después, ya bautizado. Como religar como unión y entrelazamiento con Dios. Es preciso llegar a la plena comunión, como cuando comulgamos en Misa.

José Carlos Martín de la Hoz

 

Concilio Vaticano II, Constitución dogmática “Gaudium et spes”, ed. BAC, Madrid 1967, 197-297.