Allá por los finales de los años ochenta del siglo pasado, si no me falla la memoria, me impresionó la lectura de La lluvia amarilla de Julio Llamazares, sobre los últimos moradores de un pueblo del Pirineo aragonés. Después he leído casi todos los libros de este escritor leonés, entre otros, El río del olvido y Distintas formas de mirar el agua, en los que narra sobre lugares despoblados o extinguidos. También por tierras del alto Aragón, en el somontano oscense, no muy lejos de Barbastro, he sido testigo, a lo largo de varios años, de la desaparición de una aldea. Cuando la descubrí, ya no vivía nadie, pero aún se mantenían en pie algunas casas y la iglesia con el campanario. Sin embargo, en visitas más recientes, he comprobado que ya no quedan más que los cimientos de algunas casas invadidos por la maleza. Otro impacto fue el entierro de un amigo mío, hace dieciséis años, en Tejado, un pueblecito de Soria, cerca de Almazán, que contaba entonces con unos pocos vecinos (no conseguí que me dijeran cuántos). Y, para no salir de las tierras sorianas, qué decir de los cuatro libros del periodista Abel Hernández sobre la sierra de la Alcarama, donde nació.

La sacudida más reciente ha sido la lectura de Los últimos (voces de la Laponia española) de Paco Cerdà, periodista valenciano. La primera sorpresa es que, en cuatro meses y en una editorial poco conocida, el libro va ya por la cuarta edición. Parece un síntoma de que crece el interés por la naturaleza, por conocer nuestro pasado, nuestras tierras, costumbres y tradiciones. El relato de Paco Cerdà, muy bien escrito, lo mismo que los de Julio Llamazares y de Abel Hernández –aunque solo fuera por esto ya merece la pena la lectura–, es duro, certero, no se anda con ensueños románticos, pues describe la realidad de la despoblación, del abandono, de la dureza de la vida en lugares fríos, ásperos, inhóspitos, mal comunicados, e incluso acuña el neologismo demotanasia (del griego demos 'pueblo' y thánatos 'muerte'), para referirse a esta situación que afecta a un amplio territorio del Sistema Ibérico que se extiende por diez provincias españolas; pero también denuncia que algo se habrá hecho mal para llegar a estas situaciones, porque cuando un pueblo desaparece es mucho lo que se pierde: la vida y la memoria de sus gentes, la historia, las tradiciones, las costumbres, el arte…, y quizá no siempre sea inevitable.

Ojalá el éxito de libros como el de Cerdà sea indicio de que algo está cambiando, de que es posible vivir con unas costumbres más humanos, con menos consumismo, más sobriedad, menos ansiedad, menos desigualdades, y con más tiempo para la contemplación, para la amistad, para el silencio, para cultivar los bienes del espíritu… En cualquier caso, el libro de Cerdà ofrece un testimonio que invita a la reflexión.   

 

Luis Ramoneda 

Paco Derdà. Los últimos. Ed. Pepitas de Calabaza, S.L. 2017