Es fácil detectar que la actitud ante la muerte es muy distinta según las personas. Se podría pensar que todos tenemos miedo a la muerte, pero la realidad es que hay grandes contrastes. Hay un breve libro, recién editado, de Tolstoi, tres breves relatos, verdaderamente sustanciosos. Al comentarlo con otros lectores, hay cierto acuerdo en que los rusos son más profundos a la hora de escribir sus novelas o cuentos que muchos escritores occidentales.

En este libro, que la editorial a titulado “Después del baile”, encontramos tres relatos breves con un tema común: la muerte. El arte de este autor ruso queda otra vez de manifiesto, describiendo en muy pocas páginas el fondo de las personas, las situaciones, los lugares. La narración que hace en el primero, que da nombre al libro, de una fiesta típica de la aristocracia rusa, con enamoramiento incluido, es de lujo. Y el contraste con el final de la historia deja al lector impactado. El tercer relato, más previsible, es, una vez más, el cuento de la lechera, o sea la ambición, en un agricultor.

El segundo se titula “Tres muertes” y, por lo tanto, no deja duda sobre el contenido. Dos personas muy distintas. Una mujer de la nobleza gravemente enferma, que quiere huir de la muerte, le pide a su esposo que la lleve a Italia, segura de que allí la pueden curar. El segundo es un cochero que está en una estación de postas desahuciado, consciente de que va a morir, conforme.  Dos actitudes. El que tiene mucho, se agarra a la vida. El que no tiene nada, pensando en la otra.

En toda la historia de los hombres se han dado todo tipo de actitudes. Quizá lo que más sorprende es ver ahora a gente que quiere quitarse la vida precipitadamente. La historia de aquella joven atleta paraolímpica que tenía sus planes bien previstos. Era posible que ganara la prueba de velocidad sobre silla de ruedas, y su intención era pedir la eutanasia a continuación. Da pena ver a la gente que va por la vida sin sentido. No saben para qué viven.

En el libro de los Números (11, 14) nos encontramos con la desesperación de Moisés: “Yo solo no puedo llevar el peso de todo este pueblo. Es demasiado para mí. Si me vas a tratar así, mátame, por favor”. Moisés está desesperado, pide a Dios la muerte, pero no se le ocurre para nada quitarse la vida. Le pide a Dios que se la quite, pues Él es Señor de la vida y de la muerte. Igual que tantas personas, ya muy mayores, que preferirían la muerte, para no molestar, porque están ya cansados y buscan, sin duda, la otra vida. Es un planteamiento de fe.

Es el “muero porque no muero” de Santa Teresa, que intuye mucho de lo que ocurre después, y sabe lo dura que es la vida aquí, sobre todo a una persona como ella, totalmente entregada a servir a los demás. Es el cansancio de Moisés que ha pasado por situaciones duras en su vida y quiere irse con Yahvé. Tenía ya 80 años cuando empieza el Éxodo, pero Dios le dará todavía otros cuarenta, hasta que cumpla la misión para la que ha sido llamado.

Es la actitud de San Pablo, que escribe a los Filipenses: “Para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia. Pero si el vivir en la carne me supone trabajar con fruto, entonces no sé qué escoger” (1, 21). Indudablemente no tiene ninguna intención de quitarse la vida, pero hace esa consideración que manifiesta su fe. Lo mejor que puede ocurrirle es poder irse al cielo, con Cristo. Muy distinta a la actitud de tantos que tienen horror al momento de la muerte, en proporción inversa a su fe. Una fe muy grande y una confianza en Dios total es lo que da sentido a la muerte y a la vida.

Ángel Cabrero Ugarte

Tolstoi, L., “Después del baile”, Acantilado 2016