Diccionario para un macuto: una obra maestra

 

Rafael García Serrano era

periodista, magnífico escritor y falangista. Como muchos con esa militancia o cualquiera

de las contrarias, con este espíritu cainita que nos caracteriza, García

Serrano ha sido desplazado del mundo de las letras como uno de los malditos para

esta generación, al igual que otros hubieron de serlo para la generación de

posguerra.

A fuerza de aplicar limpiezas

ideológicas al mundo literario, a los españoles se les vetan unos autores que

rayan en la maestría por su cuidado uso de la lengua. El último título de

García Serrano publicado por Homo Legens, "Diccionario para un macuto", tras el

éxito de su novela "Plaza del Castillo", es uno de estos libros donde la narración

llega a cimas muy altas.

Escrito a modo de estampas con

formato de diccionario, con la disculpa de ir explicando términos y vocablos

usados o inventados durante la guerra civil, García Serrano recrea toda una

época, no solo la realidad militar. A través de sus comentarios, más allá de la

mera crónica periodística, a veces inspirados por obras de terceros, se conocen

los mínimos detalles que completan la realidad, esos ínfimos pormenores que

cierran la visión que cualquiera se ha ido forjando de la vida española de otra

época a lo largo de muchas lecturas. Se adivinan entre párrafo y párrafo las

piezas de ropa de moda, las coplas, los dichos populares, los motes e insultos,

la jerga de los soldados y los alféreces provisionales, los símbolos y los

tópicos, todo ello contado con una viveza y una imaginación literaria de

primera figura de las letras.

Debo decir que las mil páginas

que lo componen se leen rápido por la suma agilidad de sus palabras, ajenas a

todo barroquismo, sacadas de lo popular sin dejar de ser cultas. Así también es

su humor, irónico, mordaz en ocasiones, sarcástico, pero que se complementa con

el lirismo frecuente de las descripciones de situaciones y personas, breves y

certeras.

Las referencias políticas están

salpicadas aquí y allá, no son el tema principal del libro y debo reconocer que

están resueltas con elegancia, no sin ironía la mayoría de las veces. Pero su

propósito se ve claramente que no es el proselitismo, fiel a sus ideales de

joven conoce el tiempo en el que vive y en el que publica el libro (1979) y que

de aquel falangismo de la Vieja Guardia ya no queda nada. Por eso precisamente,

porque sabe que los tiempos son otros, en el libro no hay nostalgia, sino admiración,

y más bien la riqueza que aporta un punto de vista distinto, donde las

conclusiones, si hay que sacarlas, las deja para el lector, y donde el cariño,

cariño de verdad por España y por los españoles, por todos los españoles, se

destila página a página.

Es un acierto editorial que se

recuperen ejemplos de buen hacer literario, independiente de la cultura oficial

y de la dictadura del correctismo y esperamos que el camino iniciado con estos

dos libros de Rafael García Serrano prosiga en el futuro con más títulos de

éxito.