El sinsentido del aburrimiento

 

¿Está usted aburrido? ¿Se ha encontrado usted con un amigo o conocido aburrido? Yo sí. A veces simplemente es un comentario que oyes por la calle, suficiente como para descubrir una persona atareada, con sus obligaciones normales, pero aburrida. A veces lo ves en un amigo que casi nunca sonríe. Sí, es posible que ría a carcajadas por un chiste, pero acto seguido vuelve a su cara de palo, a su aire de aburrimiento.

Una persona puede tener un dolor, físico o moral, pero no estar aburrido. Hay quien es más bien pesimista, pero no se aburre. Los que más son los que se pasan el día viendo la tele y luego vienen los que están todo el día pegados al móvil. Miren ustedes la cara del adicto al wasap. La mayor de las veces es una persona sin alegría.

La desgracia más grande de nuestro tiempo es las cantidades de personas –viejas, adultas de mediana edad, e incluso jóvenes- que no saben a dónde van. Ni idea. En muchos casos ni siquiera se lo han planteado. ¿Oye, a dónde vas? A la universidad. Vale, ¿y luego? A casa. ¿Y luego? Y vuelta a empezar. Pero no se han planteado nunca cual es el sentido último de su existencia. Por eso la muerte les aterra. La muerte de alguien joven les horroriza. Tampoco nos vamos a sorprender demasiado pues en los pueblos paganos es lo normal. Incluso entre los judíos, contando con la resurrección, lo que hay después no les dice nada.

Es tremendo vivir sin sentido. Es pasarse tiempo y tiempo subiendo al monte sin contar con que hay cumbre. Subiendo la montaña puede haber momentos durillos. Especialmente el novato lo pasa mal, porque no sabe cuánto queda y tampoco tiene una idea clara de lo que hay arriba. Y esto es lo que ocurre muchas veces en la vida. No hay datos para saber que hay después y no sabemos cuánto nos queda.

Entonces no hay ilusión por culminar algo. Lo que disfruta el montañero cuando llega arriba –siempre y cuando no haya niebla, y aun así- es un misterio para el que jamás se le ocurriría hacer ese esfuerzo. Hay mucha gente en la vida que no entiende nada de para qué el esfuerzo. No tienen ningún sentido de trascendencia. No intuyen un mundo espléndido. ¡Qué terrible es no tener fe! Solo me fio de lo palpable, de lo inmediato, de lo verificable. O sea, lo más parecido a un animal, que ve y oye, pero no puede atisbar otras realidades. Así nos encontramos con muchos aburridos, no tienen un destino.

Entendamos bien esta palabra (…) trascendente no es solo el que trasciende por sí mismo y para sí, sino también el que hace transcender, el que me hace subir, traspasar, “transgredir” el estado en que me encuentro para ir más allá, para alcanzar algo superior.(Gesché, 2007).

Hay alguien que tira de mí para arriba. Dios nos marca el camino desde que nacemos. Hay indicios numerosísimos de la realidad sobrenatural. Los pensadores, incluidos aquellos que puedan dar una imagen de ateísmo, han pensado en el más allá. Pero hay muchos que no han pensado nunca en el sentido de su vida. Les basta comer bien, el sexo, distraerse con una serie insulsa en la tele y, quizá, como mucho, tener el cuerpo en forma.

Sí, hay mucho aburrido por el mundo, que da mucha pena, y habrá que contarle que Dios ha hecho todas las cosas, y que nos ha creado a cada uno, para que seamos  inmensamente felices en la eternidad, en Su presencia.

 

Ángel Cabrero Ugarte

Adolphe Gesché, “El destino”, Sígueme, 2007