Elogio del bilingüismo

 

            En mi época de estudiante de primaria y de bachillerato, en Cataluña, la enseñanza oficial era en castellano, por lo que no pude aprender entonces la gramática de mi lengua materna. Además, desde que comencé los estudios universitarios, he vivido habitualmente fuera de mi tierra, y han pasado ya varias décadas, por lo que sigo teniendo dificultades –me duele que sea así–, para escribir sin tacha en catalán, lengua que hablo, leo y entiendo perfectamente como es lógico. Pienso que el bilingüismo es riqueza y que lo razonable, cuando se da esa posibilidad, es enseñar bien ambas lenguas, para beneficio de todos los afectados y para que a nadie le suceda lo que a mí.

            A pesar de las limitaciones citadas, el bilingüismo me ha permitido leer obras maravillosas en catalán, porque resulta evidente que no es lo mismo leer a Josep Pla en el idioma original que en castellano, por bien traducido que esté; como no es lo mismo leer a Cervantes en el texto original que en una traducción al catalán. Además, el bilingüismo me ha permitido apreciar la belleza de las dos lenguas, así como las semejanzas y diferencias, con tantos matices lingüísticos, históricos, culturales…, a pesar de que ambas tienen un tronco común, que es el latín.

            Disfruté mucho y aprendí mucho cuando hace varios años traduje al castellano El rem de trenta-quatre (El remo de treinta y cuatro) de Joaquim Ruyra –uno de los mejores prosistas catalanes del siglo pasado–, para ediciones Rialp, un relato especialmente recomendable a quienes guste el mar; y, más tarde, al traducir La punylada (La puñalada) de Marià Vayreda, aunque este trabajo no se ha publicado por el momento, por circunstancias que no son del caso.

            Gracias al bilingüismo, he disfrutado con las obras originales de los citados Pla, Ruyra, Vayreda, y con la poesía de Verdaguer, de Maragall, de Bofill, de Carner, de Costa i Llobera, de Espriu, de Foix, de Riba…; así como con la prosa de Caterina Albert (Solitud), de Narcis Oller (Pilar Prim), de Joan Perucho, de Mercè Rodoreda (La Plaça del Diamant, Aloma…), de Joan Sales (Incerta glòria), de Llorenç Villalonga (Bearn, Mort de dama…), de Pep Coll (Dos taüts negres i dos de blancs),  por centrarme en autores que se puede calificar de clásicos. Para los que no conozcan el catalán, hay buenas traducciones al castellano de casi todas las obras mencionadas y de otras muchas. Pienso que mejor es tender puentes, enriquecernos mutuamente con las diversidades, que distanciarnos.

 

Luis o Lluís Ramoneda

Comentarios

Imagen de enc

Llevas razón. Un abrazo.