La esperanza con mayúscula

 

No hablamos de un nombre propio, Esperanza, que es frecuente, sino de la esperanza que debe estar presente siempre, que es algo humano y sobrenatural, pero que debe estar ahora más viva, no solo por encontrarnos en el Año de la Esperanza, sino porque tenemos acontecimientos suficientemente relevantes como para preocuparnos. Es lógico que pueda haber una cierta inquietud, pero merece la pena mantener viva la esperanza como virtud de nuestra vida y como confianza en Dios.

Candiard dice que “esperar, en la práctica, no es solo creer que somos capaces de eternidad: es vivir prefiriendo lo eterno a lo demás, dar preferencia a lo eterno por encima de lo urgente, y antes que todo lo demás que nos parece tan importante en el momento. Esperar es adoptar el punto de vista de la eternidad: no un punto de vista frío y lejano sino, por el contrario, el punto de vista del amor”. Me parece que es algo que hay que recordar muchas veces. Algo en lo que es necesario profundizar. Quizá revisando sobre todo nuestra propia vida. La alegría que uno lleva consigo de modo habitual es la mejor siembra.

Y, por otra parte, Montiel dice que “la esperanza y los grillos se parecen: cantan durante la oscuridad”. Eso no quiere decir que no se puede vivir de esperanza cuando todo va bien, pero está claro que es más fácil. Ahora seguramente hay más de uno que piensa que estamos en la oscuridad. Qué duda cabe de que hay puntos negros. Ambientes en los que es más difícil encontrar la luz. Pero precisamente es ahí en donde ejercitamos con más ahínco esta virtud, es cuando hace más falta.

Ya lo advierte George Weigel citando a san Juan Pablo II: “El Evangelio no es la promesa de éxitos fáciles. No promete a nadie una vida cómoda. Es exigente, y al mismo tiempo es una gran promesa: La promesa de la vida eterna para aquel hombre, sometido a la ley de la muerte; la promesa de la victoria, por medio de la fe, a ese hombre atemorizado por tantas derrotas”.

Nadie nos promete éxitos fáciles. Pero sí es verdad que son muchos los que ansían una vida cómoda. Como si fuera el fin de su vida. Por eso lo esencial será en muchos casos recordar “la promesa de la vida eterna”. Esto es quizá lo que falta en nuestros días, más facilidad para hablar de lo importante. El materialismo que nos rodea lleva a pensar en una vida buena y pocos son conscientes de que la vida buena auténtica es la eterna. Todo lo que hagamos aquí por conseguirla será importante.

“Nuestra esperanza no remite la realización a más tarde, al infinito: Es Dios el que es infinito, lo cual es bien diferente. Pues así, su posesión puede ser presente, efectiva, siendo siempre incompleta, perfectible; hoy es a la vez el presente y el porvenir. Esperamos en Dios porque ya le poseemos”, nos dice también Candiard.

Esto es lo más problemático en el día de hoy, en nuestro ambiente, que la gente piense en cual es el sentido último de nuestra vida. Se vive en el día, con pocas perspectivas de futuro, olvidando que, tarde o temprano, nos encontraremos en el lecho de muerte, a las puertas de la eternidad.

Ángel Cabrero Ugarte

Adrian Candiard, Esperanza para náufragos, Rialp 2024

Jesús Montiel, Lo que no se ve, Pre-textos 2020

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¡Dios mío! Nos encontramos en el año jubilar de la virtud de la esperanza y los domingos, en las parroquias, no oímos predicar sobre la Esperanza. Me recuerda al Jubileo extraordinario de la Misericordia, proclamado también por el venerado papa Francisco, en el que no escuchamos predicar ni una sola vez sobre la Misericordia. Me viene al recuerdo entonces la puerta jubilar de la Catedral de mi ciudad, abierta y con un fondo oscuro por la que nadie entraba. Dice el apostol Pablo: "¿Cómo creeran si nadie les predica?".