La Gran Palabra de la Navidad



            La Navidad es una fiesta cristiana
pues celebramos que nace Jesucristo, nada más ni nada menos, pues en Él está
incluida toda la historia de los hombres. De los que lo sabemos con fe y de los
que todavía no le conocen y esperan que se lo digamos. No en vano la historia
de occidente se divide en antes de Cristo y después de Cristo. Pero hay más,
porque el Apocalipsis dice varias veces que Jesús es Alfa y Omega, principio y
fin de todo, y el apóstol Pablo afirma que todo ha sido creado por Él y para Él:
es antes que todas las cosas y todas subsisten en Él. Juan dice en el famoso
prólogo que en el principio era el Verbo o Logos y era Dios. Vino a los suyos,
pero los suyos no le recibieron. José y María buscan un lugar para ese maravilloso
nacimiento y no encuentran acomodo. Ayer y hoy.


 


            «Feliz Navidad» nos deseamos todos
en estas fechas, los que tenemos alguna fe y los que carecen de ella, o al
menos eso dicen para no implicarse, pero soportando muchos problemas, hasta el
punto de vivir casi sin esperanza y sin Dios en este mundo. Otros prefieren
decir «felices fiestas» que no compromete a nada, y eludir en sus tarjetas el
Belén, el Nacimiento o la Sagrada Familia. Se dejan arrastrar por una moda que
es signo de la cobardía mental de nuestro tiempo, en que muchos intelectuales
han desertado de la búsqueda de la verdad y prefieren el pesebre, no el de
Belén que cobija a Jesús y da esperanza a todos los hombres de buena voluntad,
sino el del partido y la ideología. En España tenemos ya sobrada experiencia de
que las palabras no son inocentes: interrupción
voluntaria del embarazo, clonación terapéutica, matrimonio homosexual,
educación para la ciudadanía, alianza de civilizaciones, laicidad,
etc. Pero
no: desear Feliz Navidad es creer en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado para
nuestra salvación, que es nuestra felicidad aquí y en la vida eterna con Dios.


 


            Recordando unos años ya pasados, en
parte, durante el siglo XX, vemos que efectivamente las palabras no son
inocentes porque pueden acercarnos a la realidad o alejarnos de ella. De hecho
los totalitarismos siempre han buscado triturar las palabras para que la
sociedad pierda contacto con la realidad. Así el nazismo buscó la pureza racial
aria y exterminó a los judíos. Para ello sus aparatos de propaganda fueron
adormeciendo a la sociedad y persiguiendo a los disidentes. Ahora, la ideología
del relativismo necesita banalizar los conceptos de
nación, derecho, matrimonio o persona, para desvincular sus «leyes progresistas»
de la ley natural como instancia superior, rechazando por ello las verdades
objetivas y universales, salvo el dogma de que todo es relativo.


 


            Hace unos meses dio que hablar el
Proyecto Gran Simio abanderando el respeto a la vida de esos animales,
reivindicando para ellos unos «derechos fundamentales» que en realidad sólo pertenecen a los seres humanos. Parecen situarse así en el
plano de la corrupción del lenguaje que desvirtúa la noción de persona, esa que
está en juego, por ejemplo, en la manipulación, investigación y destrucción de
embriones. Y cuando se razona desde el sentido común y las experiencias
científicas, uno es acusado de querer imponer sus verdades particulares al resto
de la sociedad. Como hace el ministro de Sanidad, Bernat
Soria, cuando compara a quienes defienden la vida y destapan la hipocresía de
nuestra sociedad, con los inquisidores. A quien defiende ese proyecto simio y
la destrucción de embriones para investigar, quizá le parezca más suave y
progresista la tortura de las criaturas troceadas en el seno materno,
trituradas y arrojadas a los sumideros donde nadie lo vea, con nocturnidad y
alevosía. Pero supongo que se debe al pesebre y por eso cierra los ojos a la
realidad y manipula la opinión pública, mientras canta loas a su gran señorito.


 


            Esta Gran Fiesta de Navidad:
nacimiento de Jesucristo, maternidad divina de María y Epifanía a todas las
naciones, s
e parece a lo que ocurre con las vidrieras de las
catedrales vistas desde fuera o desde dentro, y por tanto de modo distinto. De
lo cual no se puede deducir que todas las perspectivas y opiniones serían
equivalentes porque cada uno vería una parte de la verdad. Los vitrales no
están para ser vistos por fuera, ni siquiera por dentro como en un museo,
porque son sencillamente un elemento más de un conjunto de significado
religioso para contribuir a las celebraciones litúrgicas de la comunidad
cristiana en la catedral. Si se prescinde de su naturaleza, de su finalidad y
de su función, pierden su sentido y se convierten en una pieza de museo.


 


            Esta es la realidad de la Navidad en
que nos felicitamos efusivamente con el deseo de ser mejores y ayudar a los
demás difundiendo el buen perfume de la caridad del Niño, el Enmanuel o Dios con nosotros, y queremos comunicar esa
profunda alegría a los que prefieren permanecer en la eterna duda del
agnosticismo, de la falta de compromiso y ver las vidrieras desde fuera.
Deseamos que sean tan felices como nosotros y vean esos vitrales desde dentro y
en el esplendor de la liturgia navideña. ¡Feliz Navidad porque nace Dios, y
pobres de nosotros si algún año esto no ocurriera!


 


Jesús Ortiz López


Doctor
en Derecho Canónico


 


 


Para leer más:


 


Ratzinger,
J. (2007) La bendición de la Navidad,
Madrid, Herder


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=6795#


Alcover, N. (2006) Contemplar la Navidad, Madrid, San Pablo


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5361


Merodio,
J. (2006) Caminar en Adviento, celebrar
la Navidad
, Madrid, San Pablo


http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5341