La insensatez de un infierno vacío

 

No sé qué sentido tiene que alguien con una fe bajo mínimos, sin apenas formación cristiana y sin intención tan ni siquiera de ir a misa los domingos, hable, sin embargo, del infierno con una seguridad apabullante. Lo más típico en estos casos es que se diga, “es posible que exista, pero allí no hay nadie”. No aman a Dios ni tienen interés por las cosas de la religión, pero seguramente en el fondo del alma hay una aprensión, un miedo. ¿Y si hubiera algo de eso? Entonces, en su simpleza, se inclinan por “si hubiera Dios, tiene que ser misericordioso”, y a seguir con sus desvaríos.

Jesús dijo, según nos cuentan los evangelistas, que a Judas “más le valdría no haber nacido”. Parece que es una prueba de que “alguien” hay. Pero además la Sagrada Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, abunda en citas en donde se habla de la realidad de los condenados. En Mt 25, 46, se dice: Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo." E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna. Palabras semejantes hay en Lucas 16, en Marcos 9, en Apocalipsis 21, en Mateo 8, etc., y varios textos del Antiguo Testamento: Sabiduría 6, Isaías 66, Deuteronomio 31, etc.

Flannery O’Connor, en un breve libro titulado “Diario de oración”, dice lo siguiente: “No quiero ser una cobarde que se queda contigo (con Dios) porque teme el infierno. Debería discurrir que, si temo el infierno, puedo estar segura de quien es su autor. Pero puede que los entendidos analicen mi temor al infierno y su insinuación sea que no existe. Yo creo en el infierno. A mi corto entender el infierno me resulta mucho más plausible que el paraíso. Sin duda es porque el infierno se parece más a la tierra” (pág. 24).

Esta idea, que el infierno se parece más a la tierra, está también presente, de alguna manera, en el mismo título del último libro de D’Avenia: “Lo que el infierno no es”. Describe en esa novela el horror que se puede encontrar en aquellos barrios de Palermo destrozados por la Mafia. La maldad que se narra en varios pasajes de esa novela nos hace pensar en el infierno. Esa maldad es egoísmo, y eso es el infierno. Por eso en ambientes perversos que se pueden encontrar en tantos lugares del mundo, vemos el infierno, y de lo que D’Avenia nos quiere hablar es del remedio: el amor. “Lo que el infierno no es”, es el amor. Y eso es el cielo.

Hay mucha maldad, hay muchas personas injustas, que procuran llevar la inmoralidad a diversos ambientes, pervertir a los jóvenes. Esto está a la orden del día. La misma televisión está llena de procacidades y de tendencias ruines, que se proponen en muchos programas con total normalidad. Eso es el infierno, con la ventaja de que de ese infierno se puede salir, todavía. La cuestión es: ¿cuántas de esas personas serán capaces de pedir perdón a Dios en algún momento de su vida o, al menos, en el momento de la muerte? Porque Dios es misericordioso, y perdona hasta al más miserable, pero en la medida de su arrepentimiento.

Los videntes de Fátima vieron muchas almas que caían en el horror del infierno. Por eso se aparecía la Virgen, para intentar salvar a los pecadores.

Ángel Cabrero Ugarte

 

Alessandro D’Avenia, Lo que el infierno no es, La Esfera de los libros 2018

Flannnery O’Connor, Diario de oración, Ediciones Encuentro 2018