La pobreza del siglo XXI

 

Tuve ocasión de ver una película, hace dos o tres años, que trataba del tema tan de actualidad de la emigración; en ese caso, de cómo se organizan unos jóvenes de un país del sur de África para llegar a Europa. Me quedó muy grabada la imagen del lugar donde vivía alguno de ellos. La vida de familia era de un nivel más pobre que lo que tenemos en Europa ahora, pero no se puede decir que vivieran mal. Ya digo que es la imagen de la película. Viendo aquello se me ocurrió pensar que era un nivel bastante parecido al que había en bastantes pueblos de España en los años 50. Luz eléctrica, lo necesario para comer, unos vestidos muy coloridos, típicos de aquellos lugares.

Esto me hizo pensar, al ver la película y después, que el plan que hicieron unos muchachos de una edad entorno a los 18 años, de salir de su país para llegar a Europa era un tanto caprichoso. O quizá podemos decir que, con tantas imágenes como se veían en la televisión de ciudades europeas o americanas del norte, les surgió el deseo, la idea, de la aventura. Y se juntaron un pequeño grupo de amigos para emprender el largo viaje.

Es muy difícil conocer las condiciones de vida de tantas personas que se juegan todo huyendo de su tierra para llegar a Occidente. Cómo vivían en sus países, aunque habrá de todo. Pero también podemos pensar que esos emigrantes seguramente ni hubieran pensado en semejante aventura, con riesgo de la vida, si no hubieran tenido noticia o datos de países lejanos de Occidente.

Se me viene a la cabeza que muchos de los que vivimos en España con cierta edad tuvimos la experiencia de otro modo de vida bien distinto hace 60 años. Nos acordamos bien. No había casi nada de lo que tenemos hoy. Y seguro que muchos podemos asegurar que éramos muy felices. Tendríamos, más o menos, las mismas comodidades que hoy tienen en algunos poblados de África. Con la gran ventaja de que no teníamos televisión.

No vamos a pensar que todos los que quieren venir a Occidente es por vivir mejor. Hay otros muchos motivos de tipo político o de auténticas catástrofes climáticas que pueden empujar a muchos a vivir en otro lugar. A veces hay persecuciones por cuestiones tribales o de religión que motivan a muchos a salir corriendo. Pero en todo caso influye mucho el hecho de que por la facilidad de comunicación, por el hecho de que en cualquiera de esos lugares con dificultades tienen noticia de países en donde pueden encontrar trabajo o donde vivirán en paz, los lleva a arriesgar la vida por un cambio.

Sí que da la impresión de que hoy en día nadie se conforma con vivir con lo justo. Hay comparaciones, envidias, inconformismo. En definitiva, en cualquier rincón del mundo hay información suficiente como para saber que otros viven mejor. Y, por otra parte, hay muchos países de Occidente en donde viene bien la mano de obra. Muchos emigrantes tienen noticias de que en tal o cual país hacen falta trabajadores. Esto justifica el afán de huir y que no se pongan demasiadas dificultades a los que quieren llegar.

Es decir, es lógico que haya cierta comprensión y es posible que se pueda ayudar a mucha gente. Lo que no es admisible es que se empeñen en arribar a nuestras costas personas que, por su religión, no están dispuestas a acomodarse a las costumbres del lugar. En cuestiones de ideología y de religión sí que habría que tomar precauciones.

Ángel Cabrero Ugarte

 

Comentarios

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Recuerdo que una vez, cuando estuvo mi hijo en Uganda junto con otros residentes del Colegio Mayor La Estila, les advirtieron que podían invitar una vez a sus compañeros africanos a tomar una Coca-cola, pero no más veces. Es un lujo que ellos no se pueden permitir y podría afectarles ver como a los europeos les sobraba el dinero.

Un tiempo más tarde, uno de esos chicos africanos se puso en contacto con mi hijo, se había casado, tenía un hijo recién nacido y necesitaba una ayuda para cierta cuestión médica. No dudamos en enviarle 150 euros que le sacaron del apuro. Hace un par de días, invité a una comida a unos familiares -éramos cinco- y pagué 168 euros.

¿Nos damos cuenta cómo mínimos detalles nuestros de generosidad podrían sacar de apuros a muchos africanos? Me viene ahora a la cabeza la Fundación Amigos de Monkole. Monkole es un hospital en Kinsasha, capital de la República Democrática del Congo, que frecuentemente solicita ayuda, empezando por la cantidad de 2 euros.

Otro de los compañeros que conoció mi hijo en Uganda regentaba una tienda de zapatos de segunda mano. ¿Qué hacemos con la abundante ropa que nos sobra? ¿Somos capaces, al menos, de llevarla a Caritas? Incluso en nuestro país hay gente a la que le viene muy bien.

Una vez escuché a una mujer del campo que decía: "Lo poco, bien repartido, da para mucho". Era de ese tipo de personas de otro tiempo, de las que nos habla Ángel Cabrero y que saben que no es necesario mucho para vivir.

¿Nos damos cuenta de que lo primero que sería necesario para evitar esa inmigración desordenada que tan nerviosos nos pone, sería vivir nosotros mismos dentro de unos límites de gasto y bienestar razonables o necesitamos el último videojuego que sale al mercado o el último modelo de teléfono móvil?

Hace un par de días me enteré que a un niño de seis años, el Ratoncito Perez le había traído un billete de diez euros por un diente que se le había caído. Mi hija, que estaba presente, se sorprendió, ya que ellos solo recibían un euro. ¿Es educativa esa manera de actuar? ¿Por qué no le explicamos a nuestros hijos y nietos -y me lo digo también a mí mismo- que ese dinero que tan alegremente reciben y gastan podría solucionarle le vida a un niño en África?

Últimamente, estoy haciendo algo que considero interesante, cuando me cruzo con un negro por la calle -no con un moreno, que esos son sudamericanos- sino con un negro auténtico, supongo que es alguien de los que el Gobierno reparte por toda la península  y le saludo o le digo adios -nada de chau, chau que eso es para los perros-. Quiero que no se sienta invisible.

Un saludo afectuoso

Juan Ignacio Encabo