La reforma tridentina

 

En el siglo XV, tras el concilio de Constanza del año 1415, quedaron solventadas dos de las tres grandes cuestiones planteadas: En primer lugar, la llamada “causa unionis”, pues tras largas y laboriosas gestiones, se logró que todos los papas dimitieran o murieran sin sucesión, y fuera elegido válidamente, como único Romano Pontífice, Martín V como sucesor de Pedro.  En segundo lugar, se solventó la llamada  “causa fidei”, pues fueron depuestos los herejes Wicleff y Huss, verdaderos antecedentes de las herejías protestantes, para la tranquilidad de los cristianos.

No obstante, faltaba acometer el problema más complejo, el tercero, la llamada “causa reformationis” y, por lo tanto, la “ansiada reforma de la Iglesia” que debía hacerse “caput et membris”, Pero, desgraciadamente y una vez más, fue postergada pues les faltaba verdadera decisión. Pero se logró que el Concilio se reuniera en los siguientes años con una periodicidad bastante alta, motivo por el cual, el calor de las propuestas de reforma se mantuvieron verdaderamente vivas.

Precisamente, la respuesta al problema de la reforma de la Iglesia tuvo lugar a través de las tres propuestas que se plantearon y llevaron a cabo, finalmente, tras el Concilio V de Letrán. Dos fueron falsas soluciones y, finalmente tuvo lugar la ansiada reforma después del Concilio de Trento en 1563. La primera de las propuestas fallidas, denominada del humanismo cristiano, vino a cargo de Erasmo de Rotterdam y de otros humanistas como Luis Vives, Tomás Moro, Campanella, etc. Pensaban que bastaría con aumentar el nivel cultural y teológico del pueblo y de sus pastores. Incluso auguraron que en muchos casos bastaría con “la reforma interior”.

La segunda propuesta fue la de Martín Lutero, un piadoso fraile agustino quien llevado por el santo celo de la reforma de la Iglesia y atormentado por sus problemas de escrúpulos, comenzaría por reformar la Iglesia y terminaría por reformar la fe, pues dejó a media cristiandad en la orfandad, al suprimir todas las mediaciones, quedaron sin el alimento de los sacramentos, sin consuelo espiritual de la intercesión de la Virgen y los santos y sin horizontes de amor de Dios en sus oraciones y quehaceres pues desaparecía todo mérito y respuesta al amor de Dios fuera del abandono total en Dios. Calvino aun vino a agrandar el abismo de la soledad y de la tremenda inquietud de la salvación, pues todo consistía en esperar la predestinación divina que vendría inexorable sobre unas criaturas sobrecogidas por el temor de Dios.

La verdadera respuesta, la Reforma Católica, comenzó en la España de finales del siglo XV con el cardenal Cisneros y la ayuda inestimable de los Reyes Católicos, especialmente de la Reina Isabel. El programa se desarrolló primero sobre las grandes ordenes y congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, primero españolas y luego de varios países. Seguidamente, acometieron la reforma del clero secular y finalmente del pueblo de Dios. Asimismo, impulsaron el crecimiento y categoría de las Universidades y Facultades de Teología de Derecho Canónico y de Biblia. El impulso de los colegios mayores, etc. Toda esa corriente llegó al Concilio de Trento.

José Carlos Martín de la Hoz

Fernando Díaz Villanueva y Alberto Garín García, Lutero, Calvino y Trento. La reforma que no fue. Ediciones Sekotia, Madrid 2022, 150 pp.