La Revolución Francesa

 

En la extraordinaria biografía de Joseph de Fouché (1759-1815) redactada por el gran novelista y escritor Stefan Zweig, al comienzo de la extensa semblanza, se narra una escena especialmente conmovedora sucedida el 13 de enero de 1793, cuando el protagonista de la misma debe tomar partido en la gran Convención o Asamblea de los 750 representantes de los diversos estados y de los variados departamentos, entre los seguidores girondinos o moderados de Condorcet y los revolucionarios radicales seguidores de Robespierre.

Efectivamente, nuestro protagonista a la vista de la situación y de cómo evolucionan los votos, decide cambiar el sentido del suyo, es decir su hasta entonces modo de pensar y, por tanto, traiciona en el último momento a los de su bando para apostar por la opinión mayoritaria: la ejecución del rey de Francia.

Después de la condena del rey, la Convención decide elegir a 250 miembros de la asamblea constituyente francesa para viajar por toda Francia y provocar el paso a la radicalización de la revolución, llevando hasta el extremo, vehementemente, los principios anunciados y establecidos en la capital.

En efecto narrará Stefan Zweig, buen conocedor de las fuentes de la época, que efectivamente el ritmo de incorporación de los diversos estados franceses a la revolución y sus principios, eran en ese momento enormemente distintos en la capital que en las provincias. Es más, en algunas ciudades, ni siquiera habían calado las llamadas revolucionarias de los girondinos y, por tanto, apenas se podía hablar de ambiente revolucionario.

Lógicamente, Fouché decidió incorporarse a los radicales tanto en la votación crucial para pasar por la guillotina al rey como para apuntarse a las filas de los escogidos para ser enviado a Nantes, su tierra, y proclamar allí las más grandes soflamas revolucionarias de toda Francia.

Los radicales principios enunciados por Fouché se adelantan a los manifiestos del comunismo ruso y chino más exagerado, que llegarán un siglo después: la entrega de los bienes a la revolución, no de los superfluos, sino de les necesarios; la venta de tierras para poner el dinero en común; levantar levas de nuevos soldados y policías que lleven el nuevo orden revolucionario hasta el extremo de la nación y, finalmente, la persecución abierta, capital y sistemática para arrancar a Dios de las conciencias (40).

En definitiva, el principio de libertad, unidad e igualdad se convierte en uno solo: acabar con el orden establecido para formar a los nuevos ciudadanos que vivan para el asentimiento de la revolución de la comunidad de bienes y fuerzas. Es muy interesante que sea el valor de la libertad y el de la dignidad de la persona humana los que terminen por ser denostados y perseguidos para terminar por convertirse en la solución ante tanto desvarío y los principios que provocaron la restauración de la monarquía y de la verdadera república.

José Carlos Martín de la Hoz

Stefan Zweig, Fouché. Retrato de un hombre político, ediciones Acantilado, Barcelona 2021, 279 pp.