Hay libros que dejan una marca, un recuerdo, una imagen quizá desconocida. “Y del cielo cayeron tres manzanas”, de una autora desconocida en nuestro mundo lector, Mariné Abgarián, queda un sabor amargo y bello al mismo tiempo. Esta autora de Armenia nos cuenta una historia de su tierra, de hace ya bastante tiempo. Y pone en evidencia los sufrimientos de tantas gentes, provocados por catástrofes naturales, previsibles pero incalculables.
Es una historia tierna, de amabilidad y de cercanía a los demás. Circunstancias tremendas debidas a sequías y a todo tipo de desastres naturales que llevan a la muerte de muchos y a la mutua ayuda de los que quedan.
Y leyendo esas historias duras me venía a la mente el contraste. En nuestra sociedad vemos mucha gente que vive muy bien y que va a lo suyo. Unos gastos tremendos, especialmente en las fiestas navideñas, y una dificultad habitual para ayudar a otros necesitados. En aquella pequeña aldea de Armenia que aparece en la novela hay dolor y pobreza, pero se nota la preocupación de unos por otros.
Esa miseria sobrevenida por diversas circunstancias lleva a pensar en los demás. Como siempre, habrá de todo, pero en la historia que nos cuenta Nariné vemos preocupación por las dificultades ajenas en un porcentaje importante de la población. Y aquí, entre nosotros, sabemos que hay gente que lo pasa mal, que viven no se sabe dónde, pero nos cuesta ponernos en su lugar.
Gastos y más gastos, en muchos casos, inútiles. Regalitos para quedar bien, derroche en caprichos. Y ahí es donde podemos ver que aquellos protagonistas de esta novela han llegado a adquirir unas virtudes que hoy, en Occidente, echamos en falta. Aquellos tenían la riqueza de la pobreza. Aquí tenemos la pobreza de la riqueza. Una pobreza moral muy arraigada, de la que no es fácil salir. Ni aunque se lo digan a uno en concreto de un modo claro.
La riqueza puede hacer daño. La riqueza desmedida hace mucho daño. La experiencia nos enseña que hay personas que se alejan del amor, de la generosidad, de la amabilidad, del trato con Dios, debido a una afición desordenada por tener. Lo vemos muchas veces: parece que cuanto más se tiene más se desea. En lugar de pensar: tengo más, puedo ayudar a otros.
Es bueno ser consciente, por si acaso, porque es algo que puede pasarle a cualquiera, sobre todo si su vida está un tanto lejos de Dios. Una vida dirigida por el amor de Dios y las costumbres cristianas marcan mejor lo que es vivir bien. Es más fácil darse cuenta de que hay personas necesitadas cerca. Y vemos, de vez en cuando, la generosidad de algunas personas que saben dar de los suyo por amor. Amor a Dios y amor al prójimo.
Indudablemente al encontrar una historia como la que se cuenta en este relato de Nariné Abgarián, es más fácil pensar en esto. Porque en la miseria se nota la facilidad para pensar en los demás.
Ángel Cabrero Ugarte
Nariné Abgarián, Y del cielo cayeron tres manzanas, Navona 2023