Las esperas sanitarias

 

Es un tema bastante frecuente de conversación, sobre todo, como es lógico, entre personas de cierta edad, las largas esperas que se encuentran en la sanidad. Parte de culpa la tiene la pandemia, que obligó al paciente a pedir cita para todo con tiempo, dándose la circunstancia, incluso, de que en algunos casos hay que pedir cita para pedir cita…

Hay una cierta preocupación en nuestra sociedad por la falta de médicos. Y lo que nos deja perplejos es saber que muchos de nuestros estudiantes de medicina, que estudian con un buen nivel académico, se van al extranjero, porque les pagan mejor. Resulta preocupante que el Estado no pueda hacer un esfuerzo por pagar bien a nuestros jóvenes médicos y, por lo tanto, evitar que se originen colas kilométricas y citas a varios meses vista.

Es indudable que la problemática, en gran medida, es el envejecimiento de nuestra sociedad. Vivimos muchos más años de media, y eso no quiere decir que tengamos mejor salud. Y comprobamos como, a partir de cierta edad, por ejemplo, a partir de los 65 o 70, es muy raro el ciudadano que no tiene que ir con cierta periodicidad a las diversas revisiones o a que le examinen por diversos síntomas sospechosos.

Da la impresión de que los poderes públicos no estuvieran al tanto. No hemos oído demasiado a los gobernantes una preocupación por este asunto o una intención de buscar soluciones. Parece que el Estado no tiene presupuesto para pagar mejor a los médicos. Esto hace que nos resulte aún más detestable que a los independentistas se les conceda el oro y el moro para que voten a favor, pero que no haya dinero para mejorar la sanidad pública.

Pero hay otras colas que resultan más sorprendentes, las de la salud del alma. Hay parroquias en las que, sobre todo en las misas de los domingos, se forman unas colas largas para confesar. Creo que sirve el calificativo de sorprendentes, porque el espectáculo es llamativo. Un montón de jóvenes (también alguien un poco más mayor) buscando la salud del sacramento de la penitencia.

Recuerdo lo que me dijo un hombre de mediana edad, reconociendo que llevaba mucho tiempo sin confesarse, por dejadez o por vergüenza, y que, al ver aquel ambiente tan puramente cristiano, de jóvenes buscando la ayuda del sacramento, se había decido a ponerse él mismo a la cola.

Son católicos normales, conscientes de la necesidad de la Gracia para su vida cristiana. Se ponen a la espera, bien a la vista. No tienen ninguna necesidad de esconderse. Sobre todo, porque lo consideran lo más normal del mundo: acudir a por la medicina del alma con frecuencia.

Pero por los datos que me llegan, porque me comentan de aquella parroquia o de aquella otra, llego a la conclusión de que no siempre hay esperas ante los confesionarios. Hay parroquias en las que no se confiesa apenas. No hay disponibilidad de sacerdote -solo está el que celebra la misa- no parece conveniente confesar durante la misa -porque los confesionarios están mal situados-, etc. Es el mismo penitente quien te dice: vengo de vez en cuando a esta parroquia porque en la mía no encuentro confesores.

Es indudable que el problema, como con los médicos, es que hay escasez de profesionales en el oficio. O quizá es que en el extranjero los pagan mejor…

Ángel Cabrero Ugarte