Lecciones desde Washington

No

se trata de hablar sólo de Barack Obama, pues tiempo habrá para comprobar su

aterrizaje desde la poesía a la vida real, por ejemplo, cuando se trata de la

vida de los abortados. Se trata, por ahora, de observar la capacidad del pueblo

norteamericano para unirse con esperanza ante un proyecto común. De fijarse

cómo actúan los políticos en una democracia consolidada, y ver las

responsabilidades que les exigen los ciudadanos. Y también los españolitos

podemos vislumbrar cómo se vive la aconfesionalidad en un Estado moderno, que

acepta a Dios como lo más natural del mundo.

 

Algunas diferencias

 

Resulta

inevitable comparar lo que hace un país joven con lo que hacemos en un país

viejo como España. Muy poco nos parecemos en las formas y menos en el fondo.

Allí prima la mano tendida a la anterior administración, mientras aquí triunfa la

puñalada trapera o la riña a garrotazos, que no ha sido inventada por Goya.

Allí Obama reconoce que sufren una fuerte crisis económica, y aquí el presidente

Rodríguez Zapatero la negaba antes, en, y después de su última toma de

posesión, mientras acusaba de antipatriotas a los que venían avisando. Allí la

gente tiene el orgullo colectivo de ser la gran nación norteamericana, mientras

aquí los separatismos catalán, vasco y gallego, siguen sus querellas tribales

contra la nación española. Allí la bandera de barras y estrellas es venerada

con respeto, y aquí Rodríguez Zapatero la ha despreciado, propiciando que otros

sigan su mal ejemplo, con esa bandera y sobre todo con la bandera roja y gualda

de España. Allí el presidente Obama jura sobre la Biblia de Thomas Jefferson y

se ha rezado a Dios, incluso un Padrenuestro completo, respondido respetuosamente

por dos millones de personas. Pero aquí los altos cargos prometen haciendo

ascos al crucifijo, y la administración hace cuanto puede para proscribir a

Dios de la vida pública, preparando ahora su nueva Ley de libertad religiosa.

 

Respetar la historia

 

Todo

esto indica que somos un país viejo en las malas costumbres, en la falta de

categoría de los gobernantes y políticos, o en mirar al pasado con memorias

históricas rencorosas. Pero lo peor es renegar de «las verdades evidentes en sí

mismas: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su

Creador de ciertos derechos inalienables, tales como el derecho a la vida, a la

libertad, y a la búsqueda de la felicidad» como ha proclamado Barack Obama

recordando palabras de Jefferson. Palabras de verdad y no palabras vacías que

se lleva el viento.

 

El

pueblo norteamericano y su democracia tendrán muchos defectos, pero todavía

pueden dar lecciones a los pueblos en decadencia, porque creen en Dios y lo

respetan; están orgullosos de su democracia y rechazan eficazmente la mentira;

y por ello son capaces de mirar al futuro estando bien unidos en un proyecto

común.

 

Jesús

Ortiz López

Doctor

en Derecho Canónico