Refugiados en Occidente

 

Refugiados. Emigrantes. Dos palabras que utilizadas sin una reflexión pueden parecer iguales, pero la verdad es que son bastante distintas. He leído varias historias de refugiados. Dos de niños, que acaban bien: “En el mar hay cocodrilos” y “Correr para vivir”. Dos historias que se originan en lugares bien distintos, Afganistán y Sudán del Sur, pero con protagonistas similares: niños de unos diez años. Niños que tienen que huir, abandonar su familia, para no morir a manos de enemigos. Acaban en EE. UU. y en Italia, y son acogidos. Historias reales.

“Estoy contigo” tiene tintes similares, pero aquí se cuenta una historia, también real, pero de una mujer, viuda y madre de cuatro niños, que vive en una ciudad del Congo, donde tiene dos hospitales que ha fundado ella, con éxito. Los militares le piden que envenene a unos enfermos, opuestos al régimen. Ella se niega. Y es maltratada hasta límites intolerables. La tenían en una cárcel clandestina y pensaban matarla. Pero un oficial se arriesga y la deja huir.

Todo lo que sigue es una historia muy dura, con un miedo terrible a que la descubran, hasta que, con la ayuda de un amigo de su hermano consigue llegar a Roma. Allí nadie la espera, no tiene nada, no es nadie. Duerme en el entorno de stazione Termini. No viene vestida para invierno y es enero. Está sola, no sabe el idioma, no tiene a donde ir. Se ha salvado de los salvajes que la violaban y la maltrataban, pero sus hijos se han quedado allí, sin tener ni idea de qué le ha sucedido.

A partir de ahí en la historia van apareciendo una serie de personas buenas. De personas que le buscan un lugar para dormir, dónde comer. Que la llevan al médico y allí se comprueba la veracidad de su historia, porque su cuerpo está destrozado.

Me parece que la historia adquiere un interés grande porque se describe bastante bien qué tipo de personas van apareciendo y cuidando de ella como buenamente pueden. En primer lugar, un hogar para personas como ella que tienen los Jesuitas en medio de la ciudad de Roma. Y allí la cuidan y van poniendo los medios para que pueda llegar a tener un reconocimiento como italiana, en la medida en que se demuestra que es refugiada política.

Pero después de diversas actuaciones correctísimas encaminadas a que Brigitte, que así se llama nuestra protagonista, vaya reponiéndose y tenga una documentación en regla para que nadie la expulse del país, e incluso una residencia durante unos meses en un lugar de religiosas que la ayudan, llega el momento en que ya ninguna institución tiene la posibilidad de ayudarla más. Y se queda, de nuevo, en la calle.

La historia es más larga y compleja, pero el lector queda sobrecogido en el momento en que, razonablemente, se ve que ella tiene que buscar trabajo, algún sitio donde vivir, alguna ayuda, pero no tiene nada. Y es ahí donde el relato cobra toda su tragedia, porque uno piensa en tantos que llegan a Italia, a España, a Grecia, cruzando el Mediterráneo jugándose la vida, y que aún cuando haya quien les acoja y les ayude en los primeros momentos, realmente tienen pocas salidas para los siguientes momentos.

En los tiempos que corren, con el gobierno actual, en Italia lo tienen todavía más difícil. Pero en todo caso queda en el aire la pregunta, la gran duda: acogemos a unos pobres perseguidos, pero no tenemos qué darles. ¿Cuál es el remedio?

Ángel Cabrero Ugarte

Melania G. Mazzucco, Estoy contigo, Anagrama 2019