En “El hombre eterno” Chesterton dedica un capítulo al enfrentamiento que tuvo lugar entre las ciudades de Roma y Cartago varios siglos antes de nuestra era. Situada en el norte de África, Cartago había nacido como prolongación comercial de las ciudades fenicias de Tiro y Sidón. Pronto se independizó de ellas y desarrolló una cultura refinada apoyada en su imperio marítimo.

Si hacemos caso de Chesterton –y no hay motivo para no hacerlo- los intereses de Cartago estaban dirigidos por una aristocracia mercantil que velaba por ellos con mano de hierro (pág.192). Más allá de sus fronteras, pagaba ejércitos mercenarios que se imponían por la fuerza y el miedo.

También los dioses de Cartago inspiraban temor. Según las fuentes romanas los cartagineses adoraban a Moloc, dios del trueno, y le ofrecían sacrificios de niños. Por el contrario, los romanos mantenían el régimen republicano y encomendaban sus vidas a los dioses del hogar, humildes dioses campesinos.

El enfrentamiento entre Roma y Cartago se inició en la isla de Sicilia y pronto involucró a las colonias que ambas ciudades mantenían en Hispania. Los cartagineses fueron derrotados, pero un nuevo general, Aníbal, se dirigió a la península itálica con ánimo de venganza. Aníbal cruzó los Alpes, derrotó a los ejércitos que se le opusieron y se presentó ante las puertas de Roma.

Afirma Chesterton que los cartagineses no concebían una guerra que no fuera por intereses comerciales. Para el Senado cartaginés Roma había sido derrotada, la guerra había costado mucho y era el momento de la paz. Aquí estuvo su error, ya que los romanos no pensaban en las rutas comerciales ni en las colonias, sino en el rostro de aquellos africanos y en el desprecio que veían en sus ojos.

El alma de Cartago se había hecho odiosa para Roma y la guerra prosiguió: Asdrúbal, hermano de Aníbal, fue derrotado y muerto; el general romano Escipión logró alcanzar el norte de África y cuando Aníbal volvió a Cartago fue para ser derrotado.

Roma impuso duras condiciones de paz a Cartago, pero la convivencia seguía siendo difícil. Los romanos llegaron a la conclusión de que “no sería posible la paz con ese tipo de gente” (pág.193) y en el Senado se escuchó la petición “delenda est Cartago” (¡Cartago debe ser destruida!).

Al releer la historia del enfrentamiento entre Roma y Cartago narrada por Chesterton, he pensado en Cataluña y España. Si aquellas ciudades no fueron capaces de convivir en un mismo mar, hoy se pone en duda que las segundas puedan hacerlo en la misma península.

Cartago había sido una potencia naval y mercantil, mientras que Roma lo fue militar y jurídica (y es posible que también democrática). La aristocracia mercantil puede pensar que en la vida todo es cuestión de dinero, pero el campesino -romano o no- sabe que existen otros valores como son el orgullo, la justicia, el respeto por la palabra dada y un razonable deseo de convivencia.

Juan Ignacio Encabo

Chesterton, El hombre eterno, Cristiandad 2004.