Unidad y uniformidad

 

Hace muchos años que, en la sociedad de la confianza que estamos construyendo entre todos los cristianos, en este mundo que nos ha tocado vivir, hemos aprendido un axioma elemental pero muy valioso: la unidad es útil y necesaria, y la uniformidad, en cambio, ni es útil ni es necesaria.

Evidentemente, el primer paso para alcanzar la unidad operativa de la Iglesia, estriba en la unidad en la oración por la unidad de todos los fieles cristianos al santo Padre y a nuestros pastores en comunión con él; inmediatamente vendrá la unidad de los apostolados y, finalmente, la plegaria por la fidelidad propia y ajena al carisma recibido por el Espíritu Santo.

En esa dirección apunta el papa Francisco cuando afirmaba sobre los carismas: “no son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo” (Ex. Ap. Evangelii gaudium n.130).

Evidentemente, existe una crisis de santidad en el mundo y en la Iglesia, que debe llevarnos a la plena fidelidad al carisma, a la centralidad de Jesucristo y al servicio a todas las almas: hay que superar la falta de vocaciones, con mayor amor a la vocación: con mayor plenitud de amor a Jesucristo, para amar por los que no aman (44, 162).

Es interesante el análisis de Cozza: “La vida religiosa se había equipado con las respuestas correctas a una época en que las personas carecían de bienes para vivir (salud, conocimientos, educación), pero hoy en día las personas carecen de una razón por la que vivir” (45).

Evidentemente, es claro que lo único que concede exactamente felicidad, plenitud es el amor a Jesucristo, a la Iglesia, a las almas. Una vida plena es una “vida dedicada completamente al amor” (60). Solo de ese modo cada carisma podrá expresar con la vida la belleza del don recibido de Dios (74).

Así pues, es capital conocernos, querernos, valorarnos y vivir en un clima de unidad y de caridad tal que lleve a la práctica el principio fundamental del Concilio Vaticano II; la Iglesia de comunión (80, 86, 90).

Dentro de ese clima de comunión el santo Padre Francisco anima a todas las instituciones de la Iglesia a vivir en un clima de comunión: “Un objetivo ineludible donde invertir la creatividad es la necesidad que los carismas tienen de relaciones nuevas” (91).

Las palabras proféticas de Benedicto XVI siguen resonando en estos primeros años del nuevo milenio: “necesitamos minorías creativas: hombres y mujeres que en el encuentro con Cristo han encontrado una perla preciosa” (118). Por eso añade nuestro autor que hemos de descubrir que hoy día: “el sueño evangélico continúa” (119). Y más adelante recuerda Cozza: “en cuestiones de historia, llegar tarde significa no llegar” (152).

José Carlos Martín de la Hoz

Rino Cozza, Ningún carisma basta por sí solo. El fin de los espacios cerrados, ediciones Paulinas, Madrid 2019, 187 pp.