VI Certamen de Relato Breve de Villanueva 2020. Primer premio: "El pirata ahogado". Autor: Yago Casado

 

El pirata ahogado

La brisa marina acariciaba suavemente la ventana del balcón en la que el anciano navegante reposaba pensativo sobre sus cojines de seda, contando sus últimos días de una vida entera dedicada a la caza de piratas. La costa Oeste de la isla de Marhop había sido desde tiempos inmemoriales un conocido asentamiento pirata; no obstante, eso nunca le impidió hacerse a la mar y responder a los crímenes cometidos por semejantes cucarachas.

A pesar de su avanzada edad, el contramaestre Joseph Saddler todavía recordaba el primer día que partió de Puerto Pelícano. Su gran amigo el capitán Herr, líder a bordo del galeón Huellazul, le inspiró como quien más a la hora de hacerse la idea de dedicar toda su vida completa a la mar. A día de hoy no se lo podía creer.

<< Tan joven y tan apuesto, con tantas ganas de aventuras... Y mírame ahora, todo hecho un escombro... >>

Se apoyó torpemente sobre la repisa del balcón, admirando la bellísima noche lunar que la costa marhopita le había regalado y, sobre todo, recordando los viejos tiempos junto a Kull Herr y su otro inseparable amigo, el teniente Digget LePlank.

Hacía poco más de cuatro décadas, estos tres cazadores de piratas fundaron en la costa Este de Marhop la Hermandad del Corso, una organización político-marítima de carácter mercantil que, mediante permisos de navegación y saqueo conocidos como patentes de corso, permitía a cualquier navegante que lo deseara asaltar embarcaciones piratas a cambio de una pequeña aportación del botín obtenido. De esta manera, consiguieron no sólo reducir al mínimo la actividad pirata de la isla y alrededores, sino que también provocaron una mejora económica y social, a pesar de que en la costa Oeste siguiera imperando el estilo de vida pirata. Al fin, la costa Este saboreaba el éxito comercial que durante tantas décadas se le había privado.

Absorto en sus recuerdos de antaño, el viejo contramaestre se dejó azotar en la cara por el suave viento salado, aquel que tanto le traía a la memoria sus días de juventud...

Sin embargo, este periodo de comercio justo y prosperidad no llegó a durar más de tres veranos. Volviendo de una expedición a través de los vientos huracanados en una tempestad en el mar del Septentrión, el Capitán Herr perdió el control de su timón e, inevitablemente, acabó naufragando en las costas del estrecho de los Narvales. Dicha noticia conmocionó al pueblo de Marhop, quien le puso el sobrenombre de “El Gran Libertador”. Su fiel amigo Digget asumía de esta triste manera el cargo de Gobernador de Marhop, continuando el legado que Kull Herr empezó.

<< Si Kull Herr pudiera estar aquí para ver con su propio ojo la realidad actual de su legado...>>

Digget LePlank había asumido el poder de la Hermandad del Corso, pero también había traído consigo tanto la corrupción como el incumplimiento moral del Código del Corsario, así como el deterioro de la calidad del servicio de los tripulantes que se unían a la Hermandad a diario.

<< Tantos años han pasado desde el naufragio de Herr... Tantos años haciendo la vista gorda acerca de innumerables sobornos a contrabandistas, torturas a piratas y saqueos a mercantes, entre otras cosas... Diggy ha traído la piratería enmascarada a la costa Este de Marhop. >>

De otra cosa también estaba seguro.

<< El Capitán Herr nunca hubiera permitido esto. >>

Entonces cogió Joseph Saddler y rompió a llorar. En plena luz nocturna. En silencio. Sintiendo cómo incluso los peces del puerto se reían de su vida de corsario cobarde y medrosa. En numerosas ocasiones se le pasó por la cabeza huir al más allá, lejos de los crímenes encubiertos del Gobernador LePlank, o hasta asesinarle y poner fin a esa mentira llamada Hermandad del Corso.

<< Pero no me atreví. No fui valiente, al igual que tampoco lo seré esta noche, ni las noches que me queden por venir hasta que me muera. >>

Entró en sus aposentos y se quedó meditando en el borde de su cama.
<< ¿Me dará una última oportunidad la vida para demostrar que soy un hombre valiente? >>

Se incorporó de la cama con los ojos llorosos, rabioso, y se ayudó de sus torpes manos llenas de cicatrices para servirse un vaso de ron astataniano. La botella era de cristal blanquecino, cilíndrica y ostentosa; una etiqueta verde y elegante adornaba gran parte del vidrio. Se acercó el vaso a sus arrugados labios y deleitó ese sabor a madera y cáñamo tan característico de las destilerías del islote Astatan.

<< Maldición, ¡está más bueno que nunca! >>, manifestó orgulloso en voz alta tras beberlo de un trago, con las paredes de su habitación como únicos testigos.

Acto seguido se levantó, se abrochó el cinturón de cuero con aires vigorosos, y se juró a sí mismo que, a partir de ese momento, no permitiría más injusticias en las aguas de Marhop, ni más corrupción en la Hermandad del Corso, ni más mentiras por parte del Gobernador LePlank. Su vida estaba llegando a su fin, pero aún había tiempo de arrepentirse y tomar acción antes de que fuera demasiado tarde. Tomó otro vaso, -¡glup!-, y otro más, -¡glup!-, así hasta acabarse la botella él solo. El corsario no tardó mucho en sentir los efectos del alcohol en su cuerpo, incrementados por su avanzada edad. Pero no le importaba en absoluto. Se sentía vivo. ¡Vivo! ¿Cuántos años había pasado siendo otra persona distinta, y cuánto había esperado para tomar tan esperanzador trago de ron?

Se tumbó espatarrado, en forma de estrella de mar, en su cama, tan suave y pulgosa como siempre, y sintió cómo la calidez de sus sábanas le subía progresivamente por su espalda oxidada y torcida. Mañana le daría el último aviso, o más bien la última amenaza, a ese malnacido de Diggy. Más le valía exiliarse o suicidarse, porque si no, le arrebataría la vida con sus propias manos.

<< Habrás cometido infinitos crímenes, sí, y por supuesto que eres el culpable de haber corrompido todo el sistema de corso que nuestro amigo redactó por un mundo más justo. >>

La cabeza no paraba de darle vueltas.

<<Pero eso no te hace más pirata. Un verdadero pirata tiene su propio código y cada barco su propia ley. >>

Eso es algo que siempre había envidiado de los piratas. A su vez, lo admiraba.

<< Kull Herr fue más pirata de lo que tú has deseado serlo en toda tu vida. Él por lo menos eligió su propio Código, el Código del Corsario, y lo escribió con su puño y letra, pero tú eres una rata que se ha aprovechado de ello. Pagarás por el daño que has hecho a su memoria.>>

El anciano cayó rendido entre las sábanas, borracho como una cuba, y notó cómo sus ojos se iban cerrando poco a poco, olvidándose en los pensamientos de su memoria...

<< En otra vida seré pirata. >>

Autor: Yago Casado (Curso: 4º de Publicidad y Relaciones Públicas)