Vida cotidiana y Trinidad

 

Repetidamente hemos oído comentar a los teólogos la importancia de repasar la historia de la teología en el siglo XX y, precisamente, lo hemos hecho recientemente con el libro “Los grandes interrogantes del siglo XX”, un curso sobre la historia de la Iglesia en la edad contemporánea que merece la pena releer.

Dentro de la teología del Concilio Vaticano II y del pontificado de Benedicto XVI, destaca el concepto de “Communio”, es decir, la Iglesia de comunión que reúne a sus hijos y los llama a la santidad, a la comunión con Dios, como afirma la Constitución “Lumen gentium” n. 11, y como ha sido subrayado por san Juan Pablo II en la “Novo Millenio ineunte” con su impulso decidido hacía una pastoral de la santidad.

Evidentemente, se trata de un ejercicio de la vida teologal que nos llevará a la intimidad con Dios y a la fortaleza de nuestra fe. Como afirma el profesor Maspero en Romana: “Las virtudes teologales son la vida de Dios que irrumpe por la gracia en la vida del hombre que se abre a estas”. Y, Santo Tomás, nos recuerda que la gracia es la participación de la naturaleza divina en la criatura racional.

Una de las aplicaciones inmediatas de este planteamiento es la vida de oración del cristiano corriente, pues, como afirma la cuarta parte del Catecismo de la Iglesia Católica, la oración es el encuentro entre “la sed de Dios y la sed del hombre”. Indudablemente, el catecismo de la Iglesia desarrolla ampliamente el concepto de “comunión” al hablar de la Iglesia y de las diversas imágenes de la Iglesia en la Escritura y, precisamente, es don Pedro Rodríguez quien nos recuerda que la definición de la Iglesia del catecismo es “La comunión de Dios Padre con sus hijos los hombres y entre sí, en Jesucristo, por el Espíritu Santo”.

A eso se refiere el enunciado de este escrito que ahora presentamos: “Vida cotidiana y Trinidad”, es decir, que la Trinidad no está expresada solo en la recitación de la doxología del gloria, por ejemplo en el Santo Rosario y, sobretodo, en la misa, sino que toda nuestra presencia de Dios es verdaderamente trinitaria, pues, como decía san Josemaría, nuestra vida de oración es pasar de la “trinidad de la tierra a la trinidad del cielo” y, en definitiva, vivir en comunión con Dios y en comunión con los hombres. Ser llamados a la vida de comunión con la Trinidad es sencillamente una consecuencia de nuestra “centralidad en Cristo”. Somos “hijos en el Hijo” como afirmaba Mons. Ocáriz.

Que Dios haya querido manifestarnos el misterio de su vida íntima y nos lo ha hecho vislumbrar en las teofanías de la Sagrada Escritura significa que esas verdades de nuestra fe han de iluminar la vida de oración y nuestros planteamientos de vida. En la homilía “Hacia la santidad”, san Josemaría hablaba de una manera audaz del recogimiento interior y de las sucesivas ascensiones del alma en el desarrollo de la vida sobrenatural: “como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia” (Amigos de Dios, n.306) y nos animaba a tratar a las tres divinas personas.

José Carlos Martín de la Hoz

José Carlos Martín de la Hoz, Los grandes interrogantes del siglo XX, ediciones Letra grande, Madrid 2022, 180 pp.