Tres ensayos de distinta procedencia con un denominador común: la operatividad temporal de la fe cristiana tal como nos recuerda en Concilio Vaticano II. Las enseñanzas de la Iglesia en materias temporales se integran en lo que conocemos como Doctrina Social de la Iglesia. El libro la define y señala sus características e importancia en el conjunto de la doctrina y la vida cristianas. Los tres autores acuden a los escritos de San Josemaría Escrivá, precursor del Concilio en esta materia, así como a las enseñanzas de S.S. Juan pablo II.
Comentarios
Abre el volumen un estudio de don José Miguel Pero-Sanz, director de la revista "Palabra", con el título de "Esperanza cristiana y liberación temporal en el Beato Josemaría Escrivá". El autor se dirige a la doctrina teológica que había aparecido en aquellos años con el nombre de Teología de la Liberación –una teología política y social- para conducirla hacia su auténtica dimensión cristiana. Pero-Sanz utiliza citas tomadas de las homilías y libros de meditación publicados por el Beato (hoy Santo). Sorprende comprobar la cantidad de pasajes de orden social que se contienen en unos textos que consideramos "de espiritualidad"; sin embargo no tiene nada de extraño, si pensamos que el mensaje transmitido por San Josemaría fue precisamente el de santificar las realidades temporales, a fin de "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas"; después "pax Chisti in regno Chisti" (la paz de Cristo en el Reino universal del Hijo de Dios). El profesor Jean-Marie Aubert (1916-114), en "La santificación del trabajo hoy", desarrolla las ideas del trabajo humano como prolongación del trabajo de la Creación realizado por Dios; instrumento para la edificación del Reino de Dios en la tierra y presencia de la Cruz en la vida de los hombres y mujeres. Por último, Mons. Tomás Gutiérrez Calzada, en "Doctrina Social de la Iglesia y existencia cristiana", señala la importancia de vivir la Doctrina Social a través de tres actitudes: responsabilidad, optimismo y creatividad. Los tres ensayos apuntan a una cuestión, a nuestro juicio de gran importancia: la visión cristiana del progreso humano. En los últimos siglos y hasta hoy el progreso social y económico se había exaltado hasta pensar que venía a sustituir a cualquier otra visión del hombre y de la sociedad. El progreso se ha vinculado con el ejercicio de la razón humana, mientras que la religión se ha considerado oscurantista y retrógrada; se ha vinculado con la educación, con la investigación científica o el desarrollo económico. "No podemos dejarnos engañar –advierte San Josemaría- por el mito del progreso perenne e irreversible". El progreso de la humanidad forma parte del plan divino para los hombres y el trabajo es el instrumento adecuado para alcanzarlo. El progreso tiene como finalidad lograr una sociedad más justa, más humana y divina al mismo tiempo, en la que todos los hombres tengan la oportunidad de dirigirse a su fin último humano y sobrenatural. La razón, la ciencia o la economía son instrumentos pero tienen que estar sujetos a la Ética. Existe una Ética de los fines, pero también una Ética de los medios; y la Ciencia, la Economía o el Positivismo jurídico no pueden sustituir a lo que es el fin propio natural de la vida del hombre y de las sociedades en su conjunto.