Dante, poeta del deseo. Paraíso

Con el Paraíso llegamos a la estación final del viaje de Dante y de la relectura del mismo que nos ofrece Franco Nembrini.
Encontramos de nuevo en este volumen una exposición de La Divina Comedia personal, directa y asequible a todos, en la que se presenta el Paraíso como el canto de la plenitud final, del cumplimiento del deseo, de la vida verdadera. Una vida que, en los recovecos y llagas del día a día, busca continuamente una belleza y una esperanza presente, aun dentro de la contradicción que supone la experiencia cotidiana del mal, del dolor y de la muerte.
«Dante narra el más allá porque le permite una comprensión mejor del más acá. Por tanto, relata una vida que es posible, una experiencia. Dante tiene la presunción, en el buen sentido del término, de mirar las cosas como las mira Dios, como las ve Aquel que las hace en cada instante. De allí viene la posibilidad de vivir el drama de la vida según la verdad, según la justicia, tratando las cosas por lo que realmente son».

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2017 Encuentro
194
978-84-9055-177-6

Traducción de Ricardo Sánchez Buendía

Revisión y adaptación de la edición española de Carmen Giussani
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Estudio y comentarios muy interesantes sobre la tercera y última parte de la Divina Comedia, el Paraíso. En líneas generales, a lo largo de la Historia, la crítica ha considerado este último canto como el “más pobre y monótono”, pero el profesor Nembrini quiere mostrar con los textos en la mano que Dante no abandona ni razón, ni pasión, ni un ápice de su humanidad en todo el poema: “El Paraíso es el canto de la vida verdadera, de una vida que es posible”. Porque Dante no habla tanto del más allá como del más acá (p. 11) y escribe para animarnos a todos (lectores de todas las épocas) a no desesperar, pues la esperanza es posible. Por eso, esta última parte se puede considerar la más verdadera, la más plena y real.

Como afirma Nembrini, para comenzar mejor su lectura conviene recordar la estructura del Paraíso: “Según la cosmología medieval, la tierra está en el centro de una esfera, el cielo de la luna, el cual a su vez está contenido en otro cielo, después otro, y otro… siete cielos que toman cada uno el nombre del planeta que los caracteriza… Y después los dos últimos, el cielo de las estrellas fijas y el Primer Móvil, hasta llegar al Empíreo, más allá del noveno cielo, donde está Dios” (p. 17). Allí la vida es un incesante movimiento, dirigido por tres palabras: deseo, amor y felicidad; porque “tanto cuanto el infierno es el lugar de la inanición, de la rigidez, del hielo, donde nada puede vivir; el paraíso es el lugar del eterno movimiento… La ley que mueve el universo creado e imprime en todo su dinamismo es el amor” (p. 21).

Cuando el hombre toma conciencia de la naturaleza infinita de su deseo, se da cuenta de que el término felicidad se podría descomponer en tres dimensiones: el hombre es feliz cuando conoce la verdad (la fe es un modo de conocer); cuando pone en práctica esa verdad, ese amor (la caridad); y cuando esto llena el tiempo de significado, de fuerza generadora (la esperanza). Para profundizar en las tres virtudes teologales, Dante dialoga con San Pedro para hablar de la fe; es interpelado por el Apóstol Santiago sobre la esperanza; y diserta con San Juan Evangelista sobre la caridad, el amor a Dios: un examen previo, necesario, ineludible para llegar a Dios.  

Así pues, después de un largo recorrido de purificación, de liberación, en el que el acceso a la verdad se hace para el poeta (también para el lector) cada vez más claro e inteligible; después de haber hecho su profesión de fe y de haber aclarado en qué consiste la esperanza que lo mueve, Dante realiza el último examen sobre la caridad antes de llegar al meritorio canto XXXIII, la contemplación, la visión de Dios, “la visión de la verdad, del sentido de la vida, de la realidad, contemplada por un hombre vivo, que está allí en el paraíso con su cuerpo, con su historia, con sus afectos, con toda la potencia de su razón y que, por tanto, quiere entender (p. 145). Solo es posible cerrar este comentario con la celebérrima definición del propio poeta sobre su Comedia: “poema sagrado en el cual ha puesto mano el cielo y la tierra” (p. 97).