El mundo de ayer

El mundo de ayer es uno de los más conmovedores y atractivos testimonios de nuestro pasado reciente, por un europeo empapado de civilización y de nostalgia por un mundo, el suyo, que había desaparecido.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2002 El Acantilado
552
978-84-95359-49

Subtítulo: Memorias de un europeo

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Stefan Zweig nace en 1881 en Viena, capital del Imperio Astro-húngaro.

Comienza el siglo XX con una Viena bien asentada en la riqueza y en el orden social. Una Viena católica que en la que la doble moral que acecha a los católicos encuentra también su sitio. Y es eso precisamente lo que Stefan Zweig, de origen judío no entiende. En su opinión, la castidad impuesta a las jóvenes de la alta sociedad, carecía de sentido. Hubiese sido mejor dejarlas explorar su sexualidad en libertad como se hacía en París, donde nadie preguntaba con quién se iba uno o una a cama cada noche.

Stefan Zweig fue educado según las estrictas normas de la alta sociedad de Viena. Pero nunca entendió que la castidad o la fidelidad en el matrimonio católico implican una actitud interna de compromiso personal con Dios. No se trata de apariencias que luego buscan otras vías de escape como la prostitución. Stefan Zweig opina en este libro que la prostitución desaparecería si los hombres pudiesen vivir su sexualidad con toda libertad. Nosotros, que vivimos en una sociedad liberada de todo criterio moral en lo sexual podemos añadir que no es así. Que también hoy existe la prostitución, que no sólo no se ha extinguido sino que ha aumentado en nuestro contexto social.

Sweig era nieto de un banquero italiano, judío por parte de madre, y del empresario que estableció los primeros telares industriales en Austria, judío también por parte de padre. La sociedad de Viena que nos describe es la sociedad que conoce, en la que hasta las criadas suscribían un seguro para cubrir los gastos de su sepelio. Una sociedad estratificada en la que solo se hablan los iguales, los de la misma clase. Este hecho contrasta con la sociedad parisina que conocerá más tarde en la que todos se saludan libremente.

Ya desde su adolescencia se orienta hacia la tarea de la producción literaria. Busca con mucho interés todas las revistas literarias que se publican en Viena y las que llegan de Alemania. Así comprende que en Berlín se está fraguando una nueva generación de artistas, escritores, músicos y pintores, muy inquietos y pide a sus padres que le dejen cursar sus estudios universitarios en la capital alemana, a pesar de que entonces Berlín estaba muy por debajo del nivel económico y social que Viena.

Durante sus años universitarios contacta con todos los círculos artísticos de la ciudad y escribe en revistas, como la de la propia universidad. Solo, durante el último curso, se prepara para el examen de doctorado en Filosofía que era en lo estaba matriculado. Los profesores le conocían por las actividades en las que había estado envuelto así que le ayudaron para que pudiese pasar su examen con buena nota.

Terminada su etapa universitaria se traslada a París para conocer los círculos de escritores que allí vivían. Retrasa su producción escrita pues considera que necesita más preparación. En un primer momento se dedica a traducir al poeta belga Verhaeren. Sus trabajos de traducción hicieron popular al poeta en Alemania y en Austria y a Zweig le abrieron las puertas en el mundo del teatro y la ópera. Primeros actores le encargaron obras en verso a medida de sus cualidades declamatorias y él las creó para ellos. La fatalidad quiso que tres actores en años sucesivos fallecieran días previos al estreno así que Zweig no se atrevió a escribir nuevas obras de teatro.

En París conoció y trató a numerosos escritores francesas (Andre Guide, León Balzagette, Rolland, Claudel, al escultor Rodin…) y a otros, que como él, procedían de otros países. Señala como uno de los que más influyeron en él a Reiner María Rilke, a cuya relación amistosa dedica varias páginas.

“Después de París, Londres me dio la impresión de entrar de repente en la sombra tras un día de calor abrasador… También confiaba en poder pulir mi inglés oxidado…” pág. 205

En Londres su vida social resultó más difícil, no sólo por su limitada destreza del idioma, sino además por la frialdad de la sociedad inglesa. Su contacto con los escritores se limitó a su asistencia a la lectura del drama de Yeats The Shadowy Waters en una velada en la casa del propio autor. Quizás su mayor descubrimiento fue el poeta William Blake del que encontró en el Museo Británico libros ilustrados.

Desde Londres viajó a la India con la finalidad de conocer ese aspecto del Imperio Británico: las colonias. Viajó por España, Italia y Holanda. Y, posteriormente a New York. “Para mí América era Walt Whitman, la tierra del nuevo ritmo, la futura hermandad universal… los descubrimientos y emociones cedieron al cabo de dos o tres días ante la sensación de extrema soledad. No tenía nada que hacer en Nueva York…” págs. 243 y s.

Después de recorrer, durante los diez primeros años del siglo XX, La India, América y África regresa a Europa. Una Europa que empieza a conocer los preliminares de la Primera Guerra Mundial.

Zweig nos explica que Europa se hallaba conformada por cuatro potencias (Alemania, el Imperio Astro-húngaro, Rusia y Francia). Todas ellas tenían colonias para sus actividades comerciales y expansiones territoriales excepto Alemania. Además había otros pequeños países en Europa que subsistían con el apoyo de esas grandes potencias. Uno se esos casos fue Serbia, respaldada por Rusia.

El asesinato del heredero a la corona astro-húngara realizaba un viaje a Bosnia donde se realizaban unas maniobras militares. Aprovechando la visita a Sarajevo del heredero imperial, un joven serbio le asesinó. El imperio Astro-húngaro exigió responsabilidades a Serbia y le declaró la guerra. Rusia se vio obligada a declarar la guerra al imperio Astro-húngaro que a su vez tenía tratados de colaboración con Alemania por lo que Alemania entró en la guerra. Francia tenía tratados con Rusia y así sucesivamente se vieron envueltos en la guerra hasta diecisiete países europeos.

La guerra estableció una línea de trincheras entre Francia y Bélgica, por un lado y Alemania por el otro, en la que se estabilizó el conflicto. La entrada de Estados Unidos en 1918 inclinó la balanza en contra de las potencias centrales.

Todos pretendían aumentar su territorio a costa de los otros. Finalmente, el balance que arrojó el conflicto fue la muerte de diez millones de europeos, otros tantos de mutilados y heridos. El imperio Astro-húngaro quedó desmembrado, Alemania tuvo que firmar el Tratado de Versalles en el que le imponían unas condiciones económicas durísimas y surgieron nuevos países en Europa.

El mayor beneficiario resultó ser Estados Unidos que se convirtió en el financiero de la reconstrucción de Europa. Por el contrario, los países perdedores se sumieron en una inflación perniciosa que sumió la economía en una guerra de contrabandistas.

Zweig cuenta el conflicto desde su condición de escritor pacifista. Intentó, junto con amigos suyos escritores de diferentes nacionalidades, crear un movimiento literario a favor de una Europa unida, superadora del desastre bélico. Para ello viaja a Zúrich donde conoce a James Joyce entre otros escritores. Describe en su libro El mundo de ayer el sufrimiento de Austria, de Viena y de Salzburgo, ciudad en la que se había instalado. Al terminar la guerra reanuda sus viajes a Milán, París y Londres donde reanuda sus amistades con otros escritores e intelectuales.

Desde un punto de vista sociológico, las generaciones europeas anteriores a la Primera Guerra Mundial, habían establecido una sociedad burguesa estable y segura en la que los adultos eran el modelo a alcanzar y los jóvenes aspiraban a ser mayores. La guerra lo revolucionó todo: los mayores perdieron sus prerrogativas junto con su estabilidad económica y las nuevas generaciones de jóvenes que sufrieron las decisiones equivocadas de los mayores decidieron romper con todo lo anterior. Volvieron la espalda a cualquier tradición, se rebelaron contra todo, incluso la eterna polaridad de los sexos. El lesbianismo y la homosexualidad se convirtieron en moda, en arte. De todo se proscribió el elemento inteligible. La moda inventaba nuevos absurdos. El lenguaje se rompía. Todo lo extravagante vivió su edad de oro: ocultismo, quiromancia, teosofía…

“La gente se mofaba de los decretos del Estado, no respetaba la ética ni la moral, Berlín se convirtió en la Babel del mundo.” Pág.396

Como escritor, Zweig publica entre 1924 y 1933, Constructores del mundo, Amok y Carta a una desconocida, Jeremías, Momentos estelares de la humanidad, Secreto Ardiente. En 1928 Zweig es invitado a la celebración del nacimiento de Lev Tolstoi en Moscú. Descubre así la situación de real de Rusia tras la revolución comunista.

Pero la decadencia moral, el paro, las crisis políticas y la inflación favorecieron la contrarrevolución pues la gente empezó a necesitar orden y estabilidad. Es la circunstancia que Hitler aprovecha para prometer a todos los grupos políticos lo que cada uno de ellos necesitaba. Y cuando llegó al poder no solo no cumplió sus promesas sino que comenzó a dictar leyes que coartaban los derechos fundamentales: creó campos de concentración y en los cuarteles existían cámaras secretas donde se mataba a personas inocentes sin juicio ni formalidades. Comenzó una censura de libros y espectáculos y las obras de Zweig quedaron prohibidas en Alemania al igual que las de Thomas Mann, Heinrich Mann, Werfel, Freud, Einstein y otros por ser judíos.

Desde 1933, registros, detenciones arbitrarias, confiscaciones de bienes, expulsiones de los hogares y de la patria, deportaciones, etc, se convirtieron en algo habitual. Zweig se trasladó a Londres donde intentó continuar su labor literaria, desde 1934 a 1940. Investigó y redactó María Estuardo y continuó sus amistades con Bernard Shaw y H.G. Wells. Desde allí viajó a los EEUU donde dio un ciclo de conferencias y posteriormente el PEN Club Internacional le invitó a una conferencia en Argentina. Durante ese viaje hizo escala, en 1936, en Vigo, España.

A partir de 1939, fue testigo del ansia de poder de Hitler que invadió Checoslovaquia y Polonia. Para Zweig, la Segunda Guerra Mundial supuso la pérdida de nacionalidad y del pasaporte. Porque de pronto se vio identificado con Alemania, el país que le había expulsado de su hogar y se convirtió en enemigo de Inglaterra, el país que le había acogido, al igual que a otros muchos judíos huidos del horror nazi.

 

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Zweig es un maestro del siglo pasado que nos deleita con una obra monumental y de gran sabiduría. El autor nos narra sus comienzos literarios y artísticos, su infancia en Viena, el terrible periodo del nazismo y sus viajes alrededor del mundo, finalmente residió en Brasil hasta que se suicido en 1944 junto a su segunda esposa. Lo recomiendo a todos porque además parece que "El mundo de ayer", esta escrito hoy.

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Exiliado en Londres a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, el escritor austriaco Stefan Zweig se dispone a escribir su autobiografía. La tesis central del libro es el internacionalismo de la cultura. Los escritores, los poetas y los músicos no debieran haberse alineado a ambas partes de las trincheras en las Guerras Mundiales, pero lo hicieron. Sólo se salvan Zweig en la parte austriaca y Roman Rolland por la parte francesa.

Las memorias empiezan con la placidez del siglo XIX, el más europeo de todos los siglos, cuando se podía viajar por el continente sin más obligación que mostrar el billete de ferrocarril. Zweig nos habla del viejo imperio austro-húngaro en el que pasaron sus vidas sus padres y sus abuelos "en la misma ciudad y casi en la misma casa". Parecía imposible que nada cambiara, pero lo hizo. El expansionismo alemán convirtió a la alegre y confiada Austria en una triste provincia alemana. La palabra odio nos golpea una y otra vez desde el texto, anunciando guerras que nadie creía que pudieran producirse. Impresiona, porque recientemente hemos oído y visto ese odio en la política española.

Los daños producidos por la Primera Guerra Mundial, un millón de muertos en Austria y el desmembramiento del Imperio, contrastan con la alegría e inconsciencia patriótica con que los hombres fueron a ella. Stefan Zweig se considera a sí mismo cosmopolita y huye como la peste del patriotismo manipulado y del nacionalismo. No deja de citar el drama de los judíos alemanes; por su origen y su cultura son tan alemanes como sus conciudadanos y contemplan con estupor el rechazo por parte de su sociedad nutricia. La repulsa de Zweig por parte del III Reich le salvó la vida. Tuvo que trasladarse a Londres para poder seguir publicando donde le sorprendió la Segunda Guerra Mundial. Apátrida, un sentimiento de soledad y desarraigo le persigue; sentimiento que no sabe bien cómo afrontar y que terminó con su vida y la de su esposa cuando ambos se encontraban en Brasil.

En el aspecto literario, el autor narra el nacimiento de su vocación a las letras y su trato con los mejores escritores y artistas de la época. Vuelca su cariño en Sigmund Freud y en Erich María Rilke, pero también en otros muchos -austriacos y no austriacos- que sería prolijo transcribir. Su estilo literario es perfecto y reconoce el placer que le produce comprimir un párrafo, sin que éste pierda su sentido.

Por desgracia una autobiografía es propicia a divagar. El autor evita todo lo referente a su vida privada, pero, por ejemplo, dedica un gran número de páginas a describir los cambios que se habían producido desde el siglo anterior en la relación entre hombres y mujeres. En dos páginas podía haber despachado la cuestión ya que los lectores no somos desconocedores de esos cambios. Un libro sólido y un tanto nostálgico; un no a la guerra basado en la internacionalidad de la cultura; un desconsolado ‘lo peor es posible’ después de haber vivido la crueldad de las dos guerras europeas del siglo XX.