El vaso de plata

La nostalgia de las excursiones dominicales, la desolación por la muerte de un amigo, el trastorno de los sentidos al viajar por primera vez lejos de casa, el vértigo que provoca el riesgo de una travesura, la ebriedad de los primeros días de vacaciones...
Las emocionantes estampas que componen El vaso de plata rescatan de la memoria distintos momentos de la adolescencia de su protagonista, relatos conmovedores sobre la formación moral, sobre aquel «viaje a la singularidad que constituye toda adolescencia», por decirlo en palabras de Martínez de Pisón. La quietud y permanencia que destilan sus páginas, la sensación de que nos cuentan cosas «que han pasado y que están destinadas a seguir pasando» son uno de los mayores logros de un libro que ha retratado la adolescencia como pocos en nuestra reciente literatura.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2008 Libros del Asteroide
111
978-84-935914-0-3
Valoración CDL
3
Valoración Socios
3.5
Average: 3.5 (4 votes)
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Género: 

Comentarios

Imagen de wonderland

Narración limpia y elegante. Los acentos son poéticos pero nada enfáticos. Todo se narra con fluidez y las conversaciones van integradas en la narración sin las marcas de los diálogos. El rasgo humano que más destaca en lo que se cuenta es el de la bondad y delicadeza en las relaciones humanas: casi todas las situaciones están centradas en cómo alguna persona toma la iniciativa cuando se da cuenta del sufrimiento interior del narrador. Así, la niña que aprecia el momento crítico por el que pasa cuando entra en su casa y le lleva una manta, el abuelo que le salva la cara ante la severidad de su padre, el músico que le da un consejo amable para el futuro... En otros pasajes es Miguel quien actúa compasivamente acompañando a un amigo que lo pasa mal.
La personalidad del narrador y sus ambientes familiares y de amistades sólo se apuntan: el autor no tiene intención de presentar un proceso completo de maduración ni una especie de panorama de su entorno. Eso sí, apreciamos que la educación que recibe tiene una clara impronta alemana; vemos las no siempre fáciles relaciones con su padre; asistimos a los primeros impactos cercanos de la enfermedad y la muerte en alguien joven. También hay interesantes esbozos de la visión infantil de la vida o, mejor, de la huella indeleble que dejan algunos sucesos: «Es sabido que los castigos que se inflingen a los niños son arbitrarios y desproporcionados».
Con personalidad propia, el libro recuerda obras como las Pequeñas memorias de Tarín, de Rafael Sánchez Mazas, o Las musarañas, de José Antonio Muñoz Rojas, o, también, escenas de El Rey Mago y su elefante, de Aquilino Duque. Como ellas, El vaso de plata evoca con elegancia el mundo de sentimientos encontrados de la infancia y la adolescencia, contra el fondo de los ambientes y las relaciones humanas propias de tiempos pasados en España. El comentario que abre la obra como prólogo es certero pero, a mi juicio, en un caso como este parece más respetuoso dejar que la obra llegue al lector sin presentarle ninguna interpretación previa.

Imagen de acabrero

Quizá lo más genial de estos relatos es el acierto de clasificarlos en las obras de misericordia. Sorprende que le cuadren al autor tan acertadamente cuando se trata, al menos así lo asume el lector, de anécdotas autobiográficas. Tienen chispa, tienen alma, quizá justo por lo que tiene de vivido. Hay personajes auténticos y quizá para el que lee con memoria de los años 60 es especialmente conmovedor. Uno piensa en seguida en cómo han cambiado las cosas, pero no siempre sabe cuáles para bien y cuáles para mal. Sobre todo en cuanto a educación se refiere y a costumbres familiares, sorprende la distancia y queda un tanto de nostalgia de las cosas vividas y dejadas pasar.

Imagen de Artemi

Novela iniciática en la que el autor, desde la mirada y la voz de un niño, nos relata catorce cuadros en apariencia independientes tomando como hilo conductor las catorce Obras de Misericordia. El narrador, ese chico que se pregunta por todo y que vive en continua busca y reflexión, no cuenta de modo lineal una historia; el tiempo es afectivo, no cronológico, poético y no narrativo. El marco es en todo momento minimalista, como los personajes, apenas esbozos, leves pinceladas. Los hechos que se narran, sencillos, mínimos, y quizás por eso, tan profundos. El gran acierto de esta novela es sin duda la voz narrativa y el tono espiritual, como de bodegón, de todas sus páginas. El viaje iniciático, esas aventuras mínimas pero, subjetivamente trascendentales, de la adolescencia, puede compararse con tantos libros del género. Por su lirismo me recuerda a esa novelita de Ayesta, "Helena o el mar de verano", pero también, por su forma, a esa obra maestra, "Adioses", de Luis de Castresana.