La Papisa

En 1917 el Arzobispo Eugenio Pacelli era un afamado diplomático de la Santa Sede con una salud delicada. Acababa de negociar, en representación de la Sede Apostólica, un Concordato con el ducado de Baviera; a continuación acudió para reponerse a un lugar de reposo en los Alpes suizos, el Hospital "Stella Maris" que regentaba la Orden de las Hermanas Educadoras de la Santa Cruz . Allí estuvo bajo la atención de una enérgica monja alemana, nacida Josefine Lehnert: sor Pascualina. Desde entonces y salvo un breve periodo de tiempo, Eugenio Pacelli, que después fue Nuncio en Berlín, Secretario de Estado vaticano y llegó a Papa con el nombre de Pio XII, y la religiosa no volvieron a separarse hasta la muerte del Pontífice en 1958. Sor Pascualina había nacido el 25 de agosto de 1894 en la localidad de Ebersberg, a cuarenta kilómetros de Múnich, y falleció con casi noventa años, en las cercanías de Roma, en una residencia para mujeres que ella misma había fundado. El libro es una exposición sobre el pontificado de Pio XII y la labor que sor Pascualina desempeñó en él, cerca del Papa.

Ediciones

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1987 Plaza & Janés
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La Papisa es un buen libro sobre historia de la Iglesia. Su protagonista es Eugenio Pacelli, que llegó al solio pontificio con el nombre de Pío XII. Sor Pascualina, la religiosa que le acompañó a lo largo de su vida, sirve de hilo conductor del relato. También, y éste es uno de los grandes méritos del libro, es la contrafigura de Pacelli: Él era débil y ella enérgica; él diplomático y ella idealista; él dependiente y ella autónoma (había abandonado su casa a los 15 años, contra la voluntad de su padre, para ingresar en religión). Sor Pascualina se había fijado como meta para su vida la de proteger y acompañar al eclesiástico al que ella consideraba, sin excepciones, el mejor de todos los hombres. Que Pio XII tuviera a una monja, en vez de a un sacerdote, como secretaria y regente de su casa, no deja de ser una anécdota y se explica porque Pacelli había estado siempre "muy enmadrado", como Pascualina se preocupaba periódicamente de explicarle. El pontificado de Pio XII fue enormemente prestigioso para la Iglesia, pero el autor no oculta las acusaciones que se hicieron contra el Pontífice por su actuación durante la Segunda Guerra Mundial: su blandura con las potencias del Eje y el no haber denunciado públicamente el exterminio al que se veían sometidos los judíos. El autor atribuye a sor Pascualina la iniciativa de refugiar a los judíos perseguidos en los Palacios Apostólicos y especialmente en Castelgandolfo. Después de la guerra Pio XII tuvo que enfrentarse con el arduo problema de la financiación de la Santa Sede. La gran obsesión de Pacelli corresponde con la época en que le toco vivir y fue la lucha contra la expansión del comunismo ateo. También se preocupó por la rectitud de la doctrina católica y por resaltar la figura del Papado. Aparentemente su empeño no tuvo éxito ya que, fallecido el Pontífice, se rompieron todos los diques. Hay en el libro un par de frases de sor Pascualina que explican la evolución brutal que sufrió la Iglesia en los pontificados siguientes. Hablando con el Cardenal Spellman sobre el Colegio cardenalicio y el posible sucesor de Pio le dice al cardenal americano: "Éllos querrán una figura antitética" –como efectivamente lo fue la de Juan XXIII. Y añade:"Hay quienes claman por la liberalización, pero la libertad sin un caudillaje enérgico acarreará el desastre para la Iglesia". Y así fue. Pascualina entendía por "caudillaje enérgico" el autoritarismo del Pontífice. Fue necesario que llegara el pontificado de Juan Pablo II, el cual ejerció un gran liderazgo en la Iglesia y en el mundo sin necesidad de mostrarse autoritario. Sor Pascualina formó parte del grupo de los que, equivocadamente, imputaron al Concilio Vaticano la falta de disciplina que siguió a la Asamblea conciliar y que el autor resume en una frase significativa: "Esa jerarquía que intentaba conducir a la Iglesia hacia el mundo moderno había destruido casi toda la antigua cultura católica". La religiosa no podía distinguir, en ese momento, entre los bienes que habría de aportar el Concilio a la Iglesia y aquella parte de la jerarquía que, efectivamente, ya no apreciaba la antigua cultura católica. Tendría que llegar Juan Pablo II para demostrar que ambos –Concilio Vaticano II y cultura católica tradicional- no eran incompatibles. Hay que hacer una salvedad a esta obra: El autor utiliza alguna bibliografía sobre la época y manifiesta haber conocido a sus principales protagonistas; no obstante lo más relevante del libro son las confidencias de sor Pascualina. Cuando ésta, casi con noventa años, confió al autor sus recuerdos, todos los personajes citados por ella ya habían fallecido y no podían contradecirla.