La ruta de Don Quijote

Azorín relata un viaje por las tierras de don Quijote: Argamasilla, el Toboso, la Cueva de Montesinos, la venta. En ellas Azorín va descubriéndonos el paisaje, sensaciones, reviviendo las escenas de don Quijote, caracterizando los vecinos de los distintos pueblos, los mismos que debieron vivir en tiempos de don Quijote.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1984 Cátedra
168
2009 Cátedra Letras Hispánicas
168
978-84-206-1077-1
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El 4 de marzo de 1905, en primera plana de El Imparcial, aparecía la primera entrega de lo que sería una serie de quince artículos viajeros, firmada por Azorín para conmemorar el trescientos aniversario de la publicación de la primera parte de El Quijote. Esta serie tuvo un éxito inmediato y apareció como libro ese mismo año con el título de La ruta de Don Quijote. Frente al cervantismo erudito y de gabinete, estas frescas crónicas de los pueblos y gentes de la Mancha constituyen un homenaje suave, irónico y distanciado a la figura del ilustre hidalgo, con una prosa magnífica propia de este célebre escritor.  

Como afirma Martínez Cachero en la introducción de la presente edición, el deseo de Azorín no fue otro “que salir de la especulación abstracta y establecer contacto directo con la realidad física y humana de una comarca inmortalizada literariamente” (p. 23). Y así, el propio Azorín explica en uno de sus artículos sobre el Quijote que los comentaristas de esta novela adolecen de trabajar en lo abstracto (libros, papeles, documentos…), mientras que a él le interesa la Mancha como campo de acción de la novela: “En la Mancha hay ahora paisajes, pueblos, aldeas, calles, tipos de labriegos y de hidalgos casi lo mismo –por no decir lo mismo- que en tiempos de Cervantes”. Por ejemplo, dice Azorín que en Argamasilla de Alba después de trescientos años seguía habiendo el mismo número de habitantes.

Según Martínez Cachero, el viaje por la Mancha resultó tranquilo (aunque con las incomodidades propias de la época) y su recorrido debió de coincidir con el que va saliendo crónica a crónica durante quince días: “Debió de pasar de 3 a 7 días en Argamasilla. Un día en Puerto Lápice, con veinte horas de carro en la ida y la vuelta. Varios días en Criptana, quizá tres. Probablemente otros dos o tres en El Toboso y dos en Alcázar de San Juan. Posiblemente, quince días en total” (hipótesis de Josefina Rojo Ovies en su tesis doctoral, p. 34).

Pendiente del libro de Cervantes y de su proceso de creación, Azorín escribe una obra intemporal y  atractiva a pesar del paso del tiempo. Con una prosa excepcional, concisa y certera, unida a un vocabulario rico y brillante, describe con fuerza el paisaje de la Mancha, los atardeceres, el amanecer, el retrato de sus gentes. Con una mirada única que rehúye lo tópico y lo convencional los lectores seguimos recorriendo nuestra tierra cercana: “Los terrenos grisáceos, rojizos, amarillentos, se descubren, iguales todos, con una monotonía desesperante… Veis los mismos barbechos, los mismos liegos hoscos, los mismos alcaceles tenues. Acaso en una distante ladera alcanzáis a descubrir un cuadro de olivos, cenicientos, solitarios, simétricos” (p. 144).