Siggi Jepsen, internado en una institución para jóvenes inadaptados, recibe el encargo de escribir una redacción sobre «Las alegrías del deber», pero fracasa una y otra vez en conseguir llevarla a término. La razón de su fracaso, no obstante, es que tiene demasiado que decir sobre el tema. El padre de Siggi, un devoto fanático del deber, trabaja como policía en un remoto pueblo del norte de Alemania durante la época nazi, y dedica cada uno de sus días a hacer cumplir la prohibición de pintar que pesa sobre el anciano Max Ludwig Nansen, un artista con quien le une una amistad que se remonta a la juventud, y que incluso una vez le salvó la vida. Para Siggi el estudio de Nansen es un segundo hogar, y cuando su padre le obliga a espiarlo, se ve arrastrado a una verdadera crisis de conciencia. Un clásico imprescindible de la narrativa alemana del XX, a la altura de «El tambor de hojalata», de Günter Grass, o de «El ángel silencioso», de Heinrich Böll. Bellísima, intensa, lírica, la historia de un pequeño pueblo a orillas del mar del Norte, un microcosmos que es el reflejo de toda una época con sus pecados, sus grandezas y sus errores.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2016 | Impedimenta |
496 |
978-84-16542-48 |
Traducción de Ernesto Calabuig |
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Novela narrada en primera
Novela narrada en primera persona por el protagonista Siggi Jepsen, un joven internado en una institución estatal para chicos inadaptados. La trama comienza cuando el profesor de alemán de este reformatorio les exige a los reclusos una redacción titulada “Las alegrías del deber”, que desencadena en el protagonista una serie de rememoraciones desde los años de su infancia hasta el momento presente (cumplidos ya los veinte años). La palabra “deber” suscita en el joven el recuerdo de la relación antagónica entre su padre Jens Ole Jepsen (policía rural que “jamás olvidaba su misión”) y el pintor expresionista Max Ludwig Nansen, al que se le prohibió pintar durante los años más duros del nazismo (distanciado del carácter nacional y peligroso para el Estado): “Vais a por lo que os da miedo, lo confiscáis, lo rasgáis, lo quemáis; pero lo que se ganó con esfuerzo, los buenos logros, permanecerán” (p. 82).
La primera frase del relato es muy significativa: “Me han impuesto un castigo”, porque se puede entender en sentido literal; pero también, a lo largo del relato, se puede intuir que este sufrimiento se inicia en su infancia cuando se ve obligado a tomar partido por su padre (siempre al servicio del deber, rígido y disciplinado) o por el pintor Nansen, creativo y acogedor, por el que siente un enorme cariño. En este punto, el retrato de su familia es demoledor: a la autoridad desmedida del padre, se une la opresión de la madre, dura e intransigente, que poco a poco van alejando a los hijos del núcleo familiar. En todos ellos, el cumplimiento del “deber” va marcando un deterioro psicológico, que se agudiza en la figura del protagonista, finalmente víctima de un profundo desequilibrio psicológico por el que será encerrado en el reformatorio.
No menos interesante que la descripción de los personajes resulta la descripción del paisaje. La acción se desarrolla en el norte de Alemania, en un pueblecito costero a las orillas del Mar del Norte, barrido continuamente por los vientos marinos. Así, destacan las descripciones minuciosas de los colores, la voz de los colores y de sus tonos, los juegos de luz y su significado, que se hacen patentes en la narración así como en la descripción de los cuadros de Nansen, capaz de descubrir y crear el paisaje a un mismo tiempo, y que proporciona al lector una magnífica lección de pintura. Por último, conviene resaltar la figura omnipresente del mar, lleno de fuerza, estallidos, remolinos, vientos y surtidores, embravecido y furioso, como el carácter de las personas que habitan junto a él.
En definitiva, una novela muy recomendable para reflexionar sobre múltiples ideas y aspectos (históricos, psicológicos, artísticos, pictóricos…), que se pueden valorar e interpretar desde diversas perspectivas, porque “las alegrías del deber resultan tan multiformes que compensa colocarlas bajo la luz que les corresponde” (p. 373).