Los nuevos curas

Novela sobre el sacerdocio y la crisis que tuvo lugar durante el Pontificado de S.S., el hoy beato Pablo VI. Se desarrolla en Villedieu, localidad próxima a París. El joven Pablo Delance ha sido destinado allí. La parroquia es mayoritariamente obrera y grandes edificios se levantan entre las huertas. Tampoco faltan las concentraciones de chabolas. El Ayuntamiento es de izquierdas y los sacerdotes que trabajan en la parroquia, padres Barré y Reismann, consideran que la pastoral del mundo obrero consiste en ir codo con codo junto a los comunistas. Pablo Delance, hombre piadoso, se da cuenta de que va a tener problemas con sus compañeros.

Ediciones

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1965 Luis de Caralt
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Podría pensarse que la situación eclesial que describe "Los nuevos curas" es una invención, caricatura de algo que nunca existió. La realidad es que entre 1963 y 1978 -por utilizar dos fechas de referencia: entre el final de la primera sesión conciliar y el advenimiento al pontificado de S.S. Juan Pablo II- la situación fue la que se describe en la novela. Esta tiene, por lo tanto, el valor de un documento histórico.

El cristianismo no es sólo una fe sino también una cultura. Un modo de estar en el mundo imitando a Jesús, el Hijo de Dios encarnado. La cultura católica está basada en los valores evangélicos del amor al prójimo, desprendimiento, castidad, sencillez de vida, etc. Michel de Saint Pierre cita varias veces la virtud de la obediencia. Desde los comienzos los cristianos chocaron con el mundo no por causa de sus creencias, sino por su modo de vida. Leemos en los Hechos de los Apóstoles que Pablo y Silas fueron acusados ante las autoridades de la ciudad de Filipos porque "predican costumbres que nosotros, como romanos, no podemos aceptar ni practicar". "Los nuevos curas" se refiere a uno de esos momentos en la historia en que se quiso hacer converger el cristianismo con una cultura antagónica: el materialismo marxista o comunismo. Éste, como materialismo es ateo y como marxismo predica la lucha de clases. Algunos cristianos quisieron ver en el comunismo la respuesta a determinados males sociales. Con la mejor de las intenciones produjeron el peor de los males, la pérdida del sentido espiritual de la fe. La llegada al pontificado de S.S. Juan Pablo II puso fin a ese estado de cosas. El Papa que venía de Polonia no iba a dejarse seducir por el comunismo y pediría a todos que abrieran a Cristo las puertas de sus almas, de sus vidas y su cultura. "Una fe no encarnada en la cultura -diría- es una fe muerta". Parecía que las grandes masas de trabajadores fueran inmunes a la fe cristiana, pero Juan Pablo II sabía que no era así, que una masa se compone de muchos individuos y que las tendencias cambian, basta una chispa para ello.

Michel de Saint Pierre trata de hacernos ver, a través del sacerdote Pablo Delance, que Dios sigue hablando a los hombres por medio de sacerdotes santos. Pone de relieve, en las figuras de Barré y Reismann, que el apostol no puede compartir los valores del mundo -fundamentalmente la lucha por el poder- porque ahí no cuenta con la ayuda de Dios. El caso del abate Reismann, que termina por irse a vivir con una feligresa, fue en la realidad el de tantos sacerdotes que abandonaron su ministerio. Hay otras dos figuras sacerdotales en la novela: el Obispo Mérignac y el párroco Florian, ellos representan y son la Jerarquía de la Iglesia. En ocasiones podemos pensar que no asumen suficientemente la renovación que han venido a traer los últimos Pontífices, pero ellos soportan una carga pesada: cuidar de la Iglesia en el día a día. La última figura a destacar en la novela es la del laico Jorge Gallart. Él nos recuerda aquella frase: "No hay mayor regalo en la vida de un hombre que el de conocer a un sacerdote santo".