Okinawa. La última batalla

Historia de la conquista de la isla de Okinawa por el Ejército y los marines de los Estados Unidos en la que fue la última gran batalla de la Segunda Guerra Mundial. La operación tuvo lugar entre abril y septiembre de 1945 y participaron más de seiscientos cincuenta mil combatientes entre ambos bandos. Murieron cien mil soldados y una cantidad aun superior de civiles.

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2008 Crítica
480
9788484325789
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Una guerra se compone de muchas batallas y cada batalla es la historia del heroísmo y el sufrimiento de los hombres y mujeres que participaron en ella. El periodista Bill Sloan ha intentado escribir la historia definitiva sobre la última gran batalla de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico: la toma de la isla de Okinawa. Okinawa se encuentra entre Formosa y Japón, frente a las costas de China, y su población tiene una mayor afinidad racial con los chinos que con los japoneses. No pertenece al territorio metropolitano japonés y Japón había ocupado la isla al iniciar su movimiento de expansión por China y el Pacífico. Conforme los americanos se aproximaban la isla fue fortificada como último bastión defensivo previo al territorio patrio japonés. Conquistar el islote pelado de Iwo Jima había costado a EE.UU. más de veinticinco mil vidas y Okinawa supuso el doble: casi cincuenta mil. Sloan ha sabido reproducir la gran dificultad que supuso la conquista de la isla, donde los japoneses habían dispuesto tres líneas de defensa escalonadas aprovechando el relieve montañoso. Refugiados en cuevas los defensores soportaron intensos bombardeos y rechazando una y otra vez a los atacantes. Algunas unidades americanas llegaron a perder hasta un noventa y cinco por ciento de sus efectivos que eran reemplazados precipitadamente por soldados bisoños, sin experiencia de combate. Las entrevistas realizadas sesenta años después a los supervivientes de Okinawa dan una viveza especial a la narración. La llamada "fatiga de combate" atenazaba a los soldados y a sus oficiales, mientras que los mandos superiores urgían para poner fin a la batalla mediante ataques frontales a posiciones perfectamente defendidas. Algunos combatientes sufrieron daños psíquicos permanentes a causa de las continuas explosiones, la muerte de sus camaradas y la incertidumbre de las incursiones nocturnas de los japoneses, que asesinaban a los soldados en sus trincheras o se infiltraban entre los nativos para hacerse explotar en las líneas estadounidenses. La población nativa fue adoctrinada para suicidarse antes de caer en manos de los americanos. Cuando terminó la conquista de Okinawa la isla estaba cubierta de cadáveres de norteamericanos, japoneses y civiles. Los marines y soldados USA se dejaron llevar por el fatalismo ya que el próximo paso era la isla japonesa de Kyushu de la que nadie esperaba salir con vida. Los militares habían calculado un millón de bajas para conquistar las islas metropolitanas y el Directorio Militar japonés proclamaba que "cien millones de personas morirán con orgullo", condenando así a muerte a toda la población, combatiente o no combatiente. La decisión del presidente Truman de lanzar las bombas atómicas sobre Nagasaki e Hiroshima cortó el nudo gordiano, puso fin a la guerra y proporcionó al Japón una nueva era de desarrollo y bienestar una vez desaparecido el régimen militarista que lo había gobernado. Todavía hoy en la isla de Okinawa se encuentra la mayor base militar americana en el Pacífico.