Poemas escogidos

Breve selección de pomas, que abarca desde Hours of Idleness (1807) y La peregrinación de Childe Harold (1812), hasta el famosísimo e inacabado Don Juan (1824). Los versos de este poeta extremo, que se derriten de lirismo en los poemas de amor –típicamente románticos, fruto de los exagerados efluvios del corazón enamorado-, muestran también su cara cínica y despiadada cuando se trata de destrozar a sus enemigos. Su fama de seductor y libertino, su preocupación por mostrarse como "hijo de su tiempo" no impiden que, al versificar, se descubra al gran poeta que llevaba dentro: desmedido a veces, exaltado al jurar amor eterno, desencantado con el paso de los años al contemplar "el camino de la belleza a la fetidez". Tras los años jóvenes, repletos de aventuras, en los que la biografía superaba a la literatura, se produce el "naufragio de la felicidad", que deja en el alma una "frialdad mortal" que hiela "la fuente de las lágrimas nuestras". La capacidad de amar parece haberse agostado ya, el error de ligar el placer exclusivamente a la belleza ha hecho estragos en el alma. En los momentos más sinceros, el poeta lamenta no poder llorar. Al haber aprendido "la gloria y la nada de un hombre", la lucha por la fama –que alimentó aquellos años de vanidad y superación- ya no tiene sentido. La fama es como una colina cuya cumbre está cubierta –como todas las cumbres- por la niebla: por ese espejismo "los hombres escriben, hablan, predican, y los héroes matan". La inmensa popularidad de Byron, que fijó para siempre la imagen del poeta romántico impulsado a la acción tanto como a la creación literaria, ha sobrevivido hasta nuestros tiempos mejor que su propia obra.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2007 Visor
147
978-84-7522-732-0
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Esta antología reúne poemas de todas las etapas de la vida de Wystan Hugh Auden y, aunque de modo fragmentario, puede dar una idea precisa de su poesía, que tanto ha influido en generaciones posteriores. La ambigüedad y el hermetismo de la manera de expresarse de Auden crean a veces una atmósfera inquietante; otras, dibujan de forma irónica la inanidad del presente. Partiendo de unos orígenes en los que algunos han querido ver influencias marxistas y freudianas, la poesía de Auden va virando hacia lo metafísico y hacia una religiosidad difícil de catalogar, en la que interviene de manera casi obsesiva el constante diálogo con las culturas clásicas del pasado, de Platón a Roma, de Aquiles a Yeats, para insistir en los grandes temas de siempre de un modo nuevo. Al servicio de esta búsqueda original de la verdad y la belleza están esas imágenes chirriantes, que parecen salir de una lupa puesta a veces en el lado más grotesco de las cosas: una salida, quizá, a la aparente ampulosidad de los versos, que no querrían ser tachados de divinos ni de románticos. La introducción de diálogos también contribuye a ese afán totalizador y omnicomprensivo que, sin embargo, termina fijándose en minucias, tal vez porque sea cierto que el universo está representado en una mota de polvo. "Porque la poesía no hace que ocurra nada: sobrevive", alerta Auden, fundando en las paradojas de la vida la última verdad liberadora: "En la prisión de sus días/ enseña al hombre libre cómo alabar". Ecos de Eliot y de Yeats, esfuerzo por recomponer los fragmentos rotos del siglo, una voz personalísima siempre sugerente.