Poesía completa (Dickinson)

La de Emily Dichinson es una alma sensible y algo extraña, capaz de captar lo sublime en el envés de lo aparentemente insignificante: "Nadie conoce esta pequeña rosa". El conocimiento milagroso del instante atrapado le devuelve a la poetisa su propia imagen traspasada de una luz vagamente melancólica: "¡Ah, pequeña rosa" que fácil/ para alguien como tú morir!". Porque en el mundo inocente que Dickinson vislumbra nadie tiene que luchar contra el poder traidor de esa "palabra que lleva espada", el olvido, y la muerte" no duele-/Tan sólo es desmayarse – por etapas -/ Y luego – queda fuera de la vista - /un lazo más oscuro – por un día -/ Crespón en el sombrero -/Luego viene la hermosa luz del sol -/ Y nos ayuda a que olvidemos". Pero para entrar en contacto con esta realidad privilegiada no valen discursos racionales. Surgen del manantial de sensaciones que bulle en el peculiarísimo y hermético universo poético de una escritora única. Para sus versos, pintados como en el aire, la profusión de elementos naturales del texto no es sino un puente que permite el tránsito hacia lo inefable sin grandes metáforas metafísicas: una abeja, una rama, las estaciones del año que se posan en los campos... El contexto limitado de la vida de Dickinson, que para cualquier otra persona podría resultar opresivo, no significa ningún obstáculo. Al contrario, desbrozado lo prosaico con un alarde de síntesis, los poemas esparcen sugerencias al son de un ritmo musical: "Por Gentilezas diminutas/ Como un capullo o un libro,/ Se plantan las semillas de sonrisas -/ Que en lo oscuro florecen". El lector, desarmado, sólo puede aceptar la verdad insobornable de la poesía: "¡Absortos vecindarios de Hombre -/ Descubriendo – lo que nos alumbra-/ sin el diccionario!".