Poeta en Nueva York

Después de su contacto inicial con América, Lorca escribió Poeta en Nueva York, una colección de poemas, donde ilustra su horror sobre una civilización mecánica. Esta es una de las obras más crípticas de Lorca, donde la dificultad interpretativa se une a un extremado problema textual. Su publicación póstuma en 1940, con dos primera ediciones, aparecidas con escasos días de diferencia y no totalmente coincidentes, convierten la fijación textual de este poemario en una labor ardua, intensificada por la pérdida de su manuscrito original. Estas especiales circunstancias son revisadas por María Clementa Millán, que combina la fijación textual con el análisis literario de los temas esenciales debatidos en la obra, la ciudad y el poeta. En esta edición, se siguen fielmente los que hoy parecen ser los últimos criterios del autor, publicándose por vez primera las dieciocho ilustraciones fotográficas que debían acompañar sus versos. Igualmente, se incluye una paráfrasis de sus diferentes secciones y poemas.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2006 Cátedra
264
9788437607252
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0
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Imagen de pepo

Escrito durante su estancia en Estados Unidos en 1929-1930, el libro será publicado póstumamente. En la edición de Lumen (1997) se recupera el contenido de una conferencia que pronunció el poeta en 1932 en el Hotel Ritz de Barcelona, en la que explicó algunas interesantes claves de la génesis de los poemas y, sobre todo, su aprovechamiento lírico del impacto que le causó Nueva York. En pleno crack de la bolsa neoyorkina, García Lorca es un espectador privilegiado de esa "arquitectura extrahumana y ritmo furioso" que caracterizan la ciudad. En versos desgarrados, que, que unas veces denuncian y otras lloran, se plasma la amalgama de razas, intereses y vidas frenéticas que pueblan el paisaje urbano. Los rascacielos aparecen en toda su actitud fría, incapaces de superar –al contrario de las aristas góticas- la intención inferior del arquitecto. García Lorca ve el resultado de la concepción protestante, utilitarista y anónima en esa ciudad en la que la maquinaria impone el ritmo de la vida. Sólo los negros de Harlem parecen capaces de sobrevivir espiritualmente al aplastamiento de la técnica moderna, del dinero y la ambición: al verse obligados a vivir de los inventos de los blancos, tienen que estar siembre vigilantes "para que la mujer y los hijos no adoren los discos de la gramola o se coman las llantas del auto". Para la memoria quedan esos versos prodigiosos de "El rey de Harlem", "Paisaje de la multitud que vomita" o "Panorama ciego de Nueva York", en los que las imágenes se retuercen hasta extremos imposibles en un esfuerzo por detallar el estado de ánimo alterado o vibrante del poeta. "¡Qué silencio de trenes boca arriba!, ¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!".