El liderazgo según Don Quijote

 

“Well, most folks seem to think they’re right and you’re wrong…”

“They’re certainly entitled to think that, and they’re entitled to full respect for their opinions,” said Atticus, “but before I can live with other folks I’ve got to live with myself.  The one thing that doesn’t abide by majority rule is a person’s conscience.”

(–Mira, parece que muchos creen que tienen razón ellos y que tú te equivocas...

–Tienen derecho a creerlo, ciertamente, y tienen derecho a que se respeten en absoluto sus opiniones –contestó Atticus–, pero antes de poder vivir con otras personas tengo que vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno.)

Harper Lee, “TO KILL A MOCKINGBIRD”       

Quiso quizá la suerte que, aun siendo esquiva y caprichosa, viniera a nacer en una familia de arraigadas costumbres lectoras y que, por ende, desde mi más tierna infancia, me viera rodeado de libros. A mis inexpertos ojos, la lectura se convirtió rápidamente en algo tan cotidiano y esencial como el hecho de comer y beber. Supongo que fue por ello que, a modo de “adaptación al hábitat”, aprendiera a leer casi antes que a andar, lo que condujo inopinadamente, además de a otras consecuencias más deleitosas, a que los primeros años de escuela resultasen para mí un absoluto aburrimiento…

Cierto día, en que no pasaría de los cinco años, creyéndome momentáneamente solo, me alcé con la ayuda de una silla hasta llegar a duras penas al tercer nivel de la biblioteca de mi casa; mis padres habían colocado en las dos baldas inferiores, al alcance de mis pequeñas manos, los libros infantiles y juveniles que en ése y en los años venideros creían más apropiados a mi edad, reservando las superiores a los grandes clásicos de la literatura. Entre todos esos libros que llegado a esas alturas se presentaban ante mí, me llamaron particularmente la atención dos de ellos. Eran dos volúmenes encuadernados en piel con estampaciones doradas en el lomo. Se hallaban embutidos en una caja igualmente forrada en piel, lo que me complicó aún más el hacerme con uno de ellos. Me costó lo suyo, pero lo conseguí y una vez con él en las manos bajé como pude de la silla y lo deposité en la mesa de despacho que frente a la biblioteca tenían mis padres.

Recuperé la silla y en cuclillas sobre ella leí el título que en letras en oro figuraba en la portada: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Casi como algo mágico, abrí el libro por una página al azar y he aquí que vine a encontrarme con uno de los maravillosos grabados de Doré.

En él aparecía un enclenque caballero que junto a su escuálido caballo se veía despedido por los aires por las aspas de un molino. Poco después me enteraría de que, a aquel buen hombre, “del poco dormir y del mucho leer (libros de caballería), se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”. Y que haciéndose armar caballero, fue en una de sus locuras que confundió con gigantes lo que no eran sino simples molinos de viento.

En mi mente infantil, llena de las historias y personajes maravillosos que vivían en los cuentos que mi madre me leyera desde que nací, admitía sin ambages que los molinos pudieran convertirse en gigantescos ogros, y recuerdo que pensé que desconocía si Don Quijote estaba o no loco pero que de lo que no me cabía la más mínima duda era de que me encontraba ante un valiente. Con la sola ayuda de su lanza y del famélico y fiel Rocinante no había vacilado un instante en enfrentarse a lo que él creía toda una horda de furiosos gigantes.

Aquel fue mi primer contacto con El Quijote, y aunque pasarían aún algunos años para que lo leyese tal y como saliera de la pluma de Cervantes, he de decir que desde entonces ha estado estrechamente vinculado a mi vida. Lo he leído no voy a decir cuántas veces y, aunque sea en edición de bolsillo, suele acompañarme en mis viajes; han de reconocer que hay vicios peores…

Hace unos años, en el marco de las celebraciones del Día del Libro, un grupo de profesores y alumnos del IES Iturralde de Madrid llevaron a cabo en el vestíbulo del Ministerio de Educación una propuesta de lectura dramatizada de textos de El Quijote bajo el título de "Tengo una pregunta para vuesa merced, señor don Quijote". Con ello trataban de demostrar cómo en los clásicos, y más concretamente en El Quijote, se encontraba respuesta a muchos de los problemas que hoy nos acucian. En resumen, probar que, como dijera Italo Calvino, un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, un libro que suscita incesantemente "polvillo de discursos críticos" y que en definitiva sirve para definirse a uno mismo en relación o quizá en contraste con él. En este sentido, señala Harold Bloom sobre nuestro clásico por excelencia que “existen partes de nosotros que no conoceremos a fondo si no conocemos antes a Don Quijote y Sancho”. Conocernos a nosotros mismos para saber quiénes somos y, sobre todo, quiénes queremos ser; eso es lo verdaderamente importante y el principal regalo que nos procuran los clásicos. Leyendo en una ocasión a Amélie Nothomb me topé con una frase que me dio que pensar; cito de memoria: los únicos libros que merecen la pena son aquellos que pueden cambiarte la vida. Creo que la autora belga estará de acuerdo conmigo en que El Quijote es uno de ellos.

En el capítulo XLII de la segunda parte de esta obra se nos cuenta cómo unos duques, para rechifla y diversión de todos sus criados y vasallos, nombran a Sancho Panza gobernador de la imaginaria Ínsula de Barataria. Antes de que éste parta hacia sus labores de gobierno, el buen Don Quijote dará a su amigo algunas recomendaciones para afrontar con éxito el ejercicio del alto Cargo con que en apariencia le han honrado. Termina diciéndole: “Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma;(…).”

En definitiva, constituyen los atributos que, según él, han de “adornar el alma” de todo verdadero líder. Veamos, pues, cuáles son esos “preceptos y reglas” que menciona. Escuchemos desde el principio al caballero de la Mancha:

“Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está, ¡oh hijo!, atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.”  Destaca, así, en primer lugar, las dificultades que entraña el desempeño de todo cargo de responsabilidad. En su tratado “Sobre la Brevedad de la Vida”, ya decía Séneca de los que ansiaban el poder: “Consiguen trabajosamente lo que quieren, retienen angustiados lo que consiguieron; entretanto no echan cuenta ninguna de un tiempo que no ha de volver jamás. Nuevas ocupaciones suplantan a las antiguas, una esperanza suscita otra esperanza, una ambición otra nueva ambición. No se busca el final de las desgracias, sino que se cambia su trama.”

Pero sigamos atentos a los doce consejos que nos ha de dar nuestro querido caballero.

1º “Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.” En efecto, ya recomendaba Thomas de Kempis: “Toma consejo con hombre sabio de buena conciencia, y ten por mejor ser enseñado del tal, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuere más humilde en sí, y más sujeto a Dios, tanto será más sabio y sosegado en todas las cosas.”  La importancia de la sabiduría y la virtud era también destacada por los estoicos. “Sapientia sola libertas est” (“La sabiduría es la única libertad”), decía Séneca que, al igual que el Libro de los Proverbios atribuido al Rey Salomón, la consideraba preferible a cualesquiera otras riquezas: “Los cargos, los monumentos, cualquier cosa que la ambición consigue sea con nombramientos o edificaciones, pronto cae, no hay nada que no lo derruya una larga vejez y lo revoque; no puede en cambio perjudicar a los bienes consagrados por la sabiduría: ninguna edad los abolirá, ninguna los achicará; la siguiente y la que luego venga le añadirán siempre algo más de prestigio, puesto que la envidia se ejerce en lo cercano y admiramos con mayor franqueza las cosas lejanas.”

2º “Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que, si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.” Pausanías en su “Descripción de Grecia”, nos cuenta que en el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos se hallaba inscrito, entre otros, el siguiente aforismo: “Conócete a ti mismo”. Esta frase, utilizada por muchos autores griegos y latinos, es repetida en diversos de sus diálogos por Platón. Parte de la idea del hombre como microcosmos, constituyendo el conocimiento de sí condición sine qua non para aspirar al verdadero conocimiento de todo lo demás. Calderón de la Barca, en su auto sacramental “El Gran Teatro del Mundo”, hace suya esta idea y con un maravilloso juego de palabras la convierte en un hermoso elogio de la grandeza y complejidad femeninas:

“Pequeño mundo la filosofía

llamó al hombre; si en él mi imperio fundo,

como el cielo lo tiene, como el suelo,

bien puede presumir la deidad mía

que el que al hombre llamó pequeño mundo,

llamará a la mujer pequeño cielo.”

3º Los dos consejos anteriores van indisolublemente unidos al tercero y al cuarto, pues la sabiduría y el conocimiento de sí son compañeros indispensables en el camino que lleva a la virtud, que es donde, según Séneca, reside la “verdadera felicidad”. Continúa diciendo Don Quijote: “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.”

4º “Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.” La virtud será algo a lo que Don Quijote otorgará suma importancia a lo largo de toda la obra. En el capítulo VI de esta segunda parte dirá también: “la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso; y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin”.

5º “Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.” Ya en el capítulo XI de la primera parte de esta insuperable obra, dice Don Quijote al referirse a la Edad Dorada: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados…”, para continuar más adelante: “No habían la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado.” Con la ley del encaje alude a las sentencias que los jueces dictan conforme a lo que han pensado o “encajado” en sus cabezas, pero sin tener en cuenta lo que establece la ley. Es pues una exhortación a aplicar las leyes, respetarlas y no ceder a los propios impulsos. Ello no debe, sin embargo, obstar a ser compasivos, siempre que no nos olvidemos de la justicia, cuya meta ha de ser la búsqueda de la Verdad, a la que sólo se llega yendo de la mano de la misericordia. Es en definitiva una invitación a ser justos y misericordiosos; aunque cabe preguntarse si puede haber verdadera justicia sin misericordia. Desde aquí, dado que sobran los comentarios, escuchemos sin interrupción los consejos que sobre este tema ha de darnos nuestro amigo:

6º “Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.

7º “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

8º “Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

9º “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.

10º “Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

11º “Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

12º “Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.”

Como bien sabe el que haya leído este maravilloso libro, el gobierno de Sancho Panza tan sólo durará unos días, pero será tiempo suficiente para darnos muestras de las grandes dosis de sabiduría, justicia y equidad que atesoraba. Posiblemente contribuyeran a ello los consejos que su señor le diese de palabra y sobre todo el ejemplo de integridad, virtud y honestidad que para él había sido a lo largo de todas las aventuras que habían corrido juntos. Don Quijote fue siempre fiel a sí mismo con independencia de lo que los demás pudieran pensar de él. Para él su conciencia fue siempre lo primero; importante lección ésta, sobre todo en una época como la nuestra en que la conciencia suele quedar arrumbada por el pensar de la mayoría. Y cuando escuchamos recomendaciones como las anteriores, cabe preguntarse como lo hiciera Cervantes-Cide Hamete Benengeli: “¿Quién oyera el pasado razonamiento de don Quijote que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada?”. Pues eso.

 

Cristobal Mesa Pérez

Cervantes, M., El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha