Hablar y escuchar

 

No sé si tenía razón Josep Pla cuando afirmaba que el setenta por ciento de lo que decimos es palabra vana y prescindible. Con el paso de los años, me sorprende cada vez más la facilidad que tenemos los humanos para opinar sobre cualquier cosa, aunque no seamos expertos en la materia en cuestión, cuando lo más razonable sería manifestar nuestra ignorancia o por lo menos nuestras limitaciones, antes de opinar a troche y moche.

Si se trata del deporte o de otras cuestiones menores, quizá no tenga mayor trascendencia, pero parece que da igual opinar sobre la Eurocopa o sobre el Tour que sobre la ciencia, la política, la religión, la historia, la cultura, las personas, las instituciones…

Lo que ha sucedido con el referéndum reciente en el Reino Unido es bastante aleccionador, pues, al parecer, muchos de los que votaron tenían unos conocimientos muy pobres e incluso equivocados sobre la Unión Europea. Con las redes sociales, me temo que las posibilidades de opinar frívolamente han aumentado muchísimo, ¿dónde están la reflexión, el estudio, la conversación pausada y matizada? Y esto nos ocurre cuando la complejidad, que requiere mucha especialización, es cada vez mayor.           

En cambio, parece que nos cuesta más escuchar. Una cosa es oír, en este mundo ruidoso en el que nos movemos, pero escuchar…; es decir, asimilar lo que nos dicen, tratar de analizarlo con objetividad, comprender al otro, ponernos en su lugar… No es nada fácil. Paseando por el Retiro, un amigo mío se lamentaba de alguien que no admitía que le llevaran la contraria, siempre tenía la razón, hasta tal punto que, a uno que  intentó hacerle ver que estaba equivocado, lo despidió como socio del trabajo. Y así ocurre a menudo en las empresas, en los despachos, en las familias…, con consecuencias casi siempre nefastas.

En Memorias del estanque, Antonio Colinas cuenta de las conversaciones pausadas con amigos allá en el sosiego de Ibiza, pero también de los silencios enriquecedores mientras contemplaban la naturaleza o paseaban. Hace poco escuché el elogio de una persona que ha fallecido recientemente, a la que no he conocido: "siempre estaba dispuesta a buscar soluciones, a ayudar…". Es decir, sabía escuchar, ponerse en la piel del otro, sabía querer. Necesitamos a mucha gente así, me parece.

 

Luis Ramoneda

Antonio Colinas, Memorias del estanque, Ed. Siruela 2016, 399 pags.