Cabe suponer que la mayoría estará de acuerdo en que, si a un niño sus padres y sus profesores le conceden desde pequeño todo lo que desea, a la larga, saldrá perjudicado, porque cuando tenga que afrontar las dificultades de la vida cotidiana se encontrará indefenso, caprichoso, egoísta, inmaduro, sin una voluntad recia y decidida e incapacitado para el discernimiento. Las ideas pedagógicas roussonianas y románticas han hecho un flaco servicio a millones de niños desde que se pasó del palo al sentimentalismo, extremos ambos nefastos. Lo explica muy bien, y con datos y ejemplos abundantes, el médico y psiquiatra Anthony Daniels –cuando escribe usa el pseudónimo de Theodore Dalrymole–, en Sentimentalismo tóxico (Alianza 2016), un libro muy esclarecedor y recomendable.

Pero el sentimentalismo no solo afecta a esa pedagogía asentada en las teorías del buen salvaje al que hay que dejar que se desarrolle espontáneamente, porque se ha ido extendiendo a otros ámbitos. Nadie sensato niega la importancia de la afectividad, pero esta ha de armonizarse con la razón y con la voluntad, para que alguien alcance la madurez deseada, tanto por su bien como por el de los demás. Cuando falta el equilibrio entre estos tres aspectos de la personalidad, suele haber problemas. El voluntarismo y el racionalismo a secas resultan inhumanos, pero el sentimentalismo también y causa graves daños e injusticias.

Lo vemos en los medios de opinión, donde se sospecha del que no manifiesta aparatosamente los sentimientos, que antes se consideraban como algo íntimo y que había que respetar, en vez de exteriorizarlos a los cuatro vientos sin recato ni pudor. Lo vemos en la política: con qué facilidad se toca el corazón de los ciudadanos con  emotivas promesas, que nunca se van a poder realizar, y sin explicar cómo se llevarán a cabo. Luego vendrán las consecuencias negativas, cuando quizá sea demasiado tarde. Y, como señala Dalrymple, conviene no olvidar que detrás del nazismo –y de tantas tiranías– había un discurso que  exacerbada el sentimentalismo hasta degenerar en violencia, odio y brutalidad sin límites.

Otra manifestación muy extendida del sentimentalismo es el victimismo, parece que la culpa siempre es de los otros, nadie reconoce su responsabilidad o sus errores, e incluso da la impresión de que quien no es víctima de algo es ya por esto sospechoso de no ser trigo limpio.

El sentimentalismo es corrosivo, pues impide pensar; pero, sin el uso de la razón, no es posible actuar ni con prudencia ni con justicia ni con fortaleza, virtudes fundamentales, junto con la templanza, que nos ayuda precisamente a controlar los afectos y pasiones, y es señorío, dominio, madurez. El doctor Anthony Daniels da en la diana, consciente de que muchas de sus opiniones no son "políticamente correctas", pero con la valentía del que no mira para otro lado y advierte de los peligros a los que estamos expuestos, si no se rectifica el rumbo.

 

 Luis Ramoneda

Theodore Dalrymole. Sentimentalismo tóxico (Alianza 2016).