Cartas de la prisión y de los campos

Acusado de dirigir una inexistente organización contrarrevolucionaria, Pável Florenski (filósofo, científico, matemático, poeta y teólogo, una de las figuras más brillantes de la cultura rusa del siglo XX) es condenado en 1933 a diez años de prisión, dentro de una de las tristemente habituales purgas de Stalin. Durante todo el arresto -en el Extremo Oriente primero y en el llamado "infierno de las Solovki" después-, hasta su ajusticiamiento en diciembre de 1937, mantuvo una incesante correspondencia con su familia. Estas cartas son un documento excepcional, que recoge buena parte de su pensamiento.
En ese epistolario se entreveran memoria y pensamiento, meditación y vivencia, conocimiento y humanidad, en uno de los testimonios más sinceros, conmovedores y dramáticos de una época terrible.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2005 Eunsa
312
978-84-313-2292
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3
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4
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Imagen de JJiménez

Mi encuentro con este libro de Florenski no fue casual: un buen amigo, interesado por la crítica y la historia del arte, había leído unas conferencias de Florenski sobre los iconos, un verdadero alegato de su capacidad simbólica y una defensa de su contenido espiritual. Hasta entonces yo no sabía nada de la vida de este autor ruso. Una primera mirada, una primera lectura, de la mano de la recomendación de mi amigo, me hace catalogarlo entonces, sin más, como crítico de arte. Las conferencias datan de los años veinte, y sí me llamó la atención que un intelectual de la Rusia Soviética se planteara este tipo de reflexiones desde la vanguardia artística. Mi sorpresa fue mayúscula cuando cayeron en mis manos estas Cartas de la prisión y los campos. Entonces se me reveló y descubrí la persona de este crítico de arte. La segunda mirada ante la realidad personal del autor de las cartas me lo descubre como intelectual, ciéntifico, filósofo, teólogo y sacerdote ortodoxo. Florenski fue, además, víctima, uno de los "ingenieros del alma" que el régimen comunista soviético intentó reciclar para, desde el aislamiento de los campos de concentración (eufemisticamente denominados campos de trabajo) -los gulag- hacerlos partícipes de la revolución socialista. La lectura atenta de las cartas nos muestran un estremecedor relato de las condiciones de vida de estos hombres condenados por sus ideas, por sus principios o por sus creencias. Leamos más profundamente: Florenski nos regala en sus cartas su sabiduría sobre variedad de temas: matemáticas, física, química, filosofía, estética, religión. Aún podemos profundizar más: estamos ante la revelación de un misterio, ese misterio que supone conocer realmente a una persona, descubrir y dejarnos sorprender por su singularidad, por su irrepetible realidad personal. Y descubrimos algo más profundo, la persona misma de Florensky; quizá suene obvio, pero estamos ante unas cartas. ¿A quién dirige Florensky sus cartas? A su familia, y en concreto a sus hijos, y en especial a una de sus hijas. Detrás de esa carta -donde nos falta la otra parte- se nos revela el misterio (en términos de Gabriel Marcel) de esa relación personal y dialógica entre un padre y su hija. En la distancia del frío y del dolor, del aislamiento y la dictadura, un padre escribe a su hija, y le habla de la belleza de la Creación. Florensky, antes que nada, no renuncia a su vocación como padre y, desde el amor sacrificado, sigue cumpliendo, a pesar de todo, su misión como padre: velar por la educación de su hija. ¿Qué transmiten estas cartas, entonces? No hagamos esa primera lectura; nos jugamos, con el autor, algo más. No hace falta leer entre líneas: matemática, filosofía, arte, física y química, la composición química de las algas, el misterio de la aurora boreal, la mísuca de Mozart, la poesía de Goethe... La segunda lectura, atenta a la realidad última de lo que se nos muestra y se nos revela en el encuentro dialógico y personal con el otro, con Florensky, es este padre que, a pesar de todo, sigue fiel a su vocación y no puede renunciar, porque se perdería a sí mismo, a educar a su hija, a cultivar su espíritu, a legarle su bien más preciado: la piedad a la obra de Dios.

Imagen de wonderland

Alexander Solzhenitsin afirmó que Florenski era la figura más grande de las engullidas por el "gulag" de las temibles islas Solovki. "El cielo está siempre gris, nublado, cubierto –escribía–; la naturaleza es bastante triste. [...] En mi habitación mi toalla no se seca nunca y las prendas que lavé hace unos días aún no se han secado. En general aquí todo es triste, melancólico, monótono". En este volumen –magníficamente traducido e introducido por Víctor Gallego, y editado por la Cátedra Félix Huarte–, se recogen las cartas escritas a lo largo de los cuatro últimos años de su vida desde distintas prisiones en Extremo Oriente y en el "gulag" de las islas Solovki, y celosa y peligrosamente guardadas después por su familia. En ellas habla de casi todo y tan pronto da consejo y consuelo a los suyos, como pide ropa, envía dinero o –dependiendo de su interlocutor– hace anotaciones de geología o botánica, ingeniería, teoría del arte, filosofía o describe sobre su trabajo en la rudimentaria fábrica-laboratorio de extracción de yodo y agar-agar a partir de las algas marítimas que rodean la isla. Allí aparecen también el frío y el hambre; la nieve, el barro y las nubes; la música de Mozart, los libros de Pushkin o el pensamiento de Goethe; la nada y la maldad humana, pero también la humanidad de otros presos que conviven y trabajan con él. La religión es la gran ausente de estas líneas, sobre todo si se tiene en cuenta que Florenski era un profundo cristiano, que había pasado por un proceso de conversión al acabar sus estudios de ingeniería en la universidad. Esto tiene una fácil explicación, si se tiene en cuenta la censura a la que estaban sometidas todas las cartas. Sin embargo, se puede adivinar entre líneas una personalidad humana y cristiana de gran espesor. Este epistolario supone una interesante descripción del mundo interior y científico de Florenski: "¿Qué he hecho durante toda mi vida? Indagar el mundo como un todo, como un solo cuadro y una sola realidad [...]. Mi padre me decía, refiriéndose a mi escasa inclinación por el pensamiento abstracto y por la investigación particular en cuanto tal: 'Tu fuerza está allí donde lo concreto se concreta con lo general'. Así es". Pero también un testimonio estremecedoramente humano, donde la relación con su familia deja lugar a los más encendidos afectos y sentimientos. Un documento humano, histórico y científico de gran interés; pero también un escalofriante relato sobre la vida en el "gulag" de las islas Solovki. www.aceprensa.com