Crítica de los errores teológicos que se difundieron en la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II. Apología del Tomismo. El mundo y las realidades temporales como vocación humana y sobrenatural del cristiano. Vida de oración y contemplación en medio del mundo.
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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1967 | Desclée de Brower |
352 |
mkt0003840430 |
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Los que nos movíamos en el
Los que nos movíamos en el entorno del Opus Dei en las décadas de los años sesenta y setenta –Concilio Vaticano II y postconcilio- pudimos pensar que sólo San Josemaría Escrivá se preocupaba por los errores doctrinales y prácticos que tenían vía libre en la Iglesia en aquellos años, pero no era así. Un viejo filósofo tomista, un profesor universitario retirado, viudo, que vivía en un convento de religiosos y se denominaba a sí mismo “viejo ermitaño” había publicado en 1966, inmediatamente después de la clausura del Concilio, un libro en el que denunciaba los errores en los que estaban incurriendo los eclesiásticos en ese momento. El libro se titula “El paisano del Garona” y su autor Jacques Maritain.
En la recta final de su vida Maritain se propone decir la verdad como lo haría un campesino impertinente de las tierras del Garona, cerca de Toulouse, donde él mismo residía. Como filósofo Maritain había ido viendo crecer las raíces del error en la filosofía idealista, desde Descartes a Husserl. El las llama “ideosofías” y las contrapone a la auténtica filosofía, que sólo puede ser realista. Es a partir de la realidad tal y como es aprehendida por los sentidos como se puede intuir el Ser que es por sí mismo. Maritain considera el Tomismo no como la obra de un hombre, Tomás de Aquino, sino como una síntesis realizada por el Aquinate del pensamiento realista de muchas generaciones, desde Aristóteles, y una filosofía viva, abierta a nuevos descubrimientos. Se congratula de que el Concilio haya sido plenamente tomista.
Maritain inicia el libro refiriéndose al mundo. Aquí los ecos de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá se hacen más intensos. Tradicionalmente se había considerado el mundo como un obstáculo para la santificación, nuestro filósofo campesino recuerda que la Constitución pastoral Gaudium et Spes afirma “la bondad radical de la naturaleza y del mundo, y que la llamada al progreso (a través del conocimiento y del trabajo humanos) está inscrita su naturaleza”. El laico tiene una doble vocación: hacer realidad el Reino de Dios en las realidades temporales y prepararse para las eternas. Algunos –critica Maritain- olvidan el fin sobrenatural del cristianismo y quieren convertirlo en una marcha victoriosa de la humanidad hacia la justicia, la paz y la felicidad.
Cuando se refiere al diálogo interreligioso Maritain exige presentar la doctrina católica en su integridad. Nuevamente nos parece estar escuchando a Escrivá de Balaguer cuando el filósofo recomienda: “Desconfiemos de los diálogos en los que cada uno se pasma de alegría escuchando las herejías, blasfemias y paparruchas del otro”. Por último Maritain se adentra en la vida de oración y en lo que él llama “contemplación en el mundo” y “contemplación por los caminos”. Cómo no recordar al fundador del Opus Dei cuando recomienda al cristiano, casi con las mismas palabras, la contemplación en medio del mundo, “nel bel mezzo della strada”, en mitad de la calle.
Se trata de un libro denso, que requiere algún tipo de conocimiento previo, pero muy clarificador. También constituye una buena introducción al estudio de la filosofía y la teología católicas.