Breve historia de las persecuciones contra la Iglesia

Jesucristo anunció persecución: “Si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros”. Y así ha sido desde el mismo origen de su Iglesia. La Roma pagana martirizó a los primeros cristianos, y desde entonces hasta nuestros días es difícil encontrar períodos de calma.

El autor recorre la historia y el planeta, ofreciéndonos una síntesis y también unos motivos, que contribuyen a entender el sentido y la potencia de aquel mensaje.

 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2015 Rialp
224
84-321-4455-4

Rústica

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Género: 
Libro del mes: 
Abril, 2015

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Sin duda estamos ante la pretensión de un libro accesible y breve, que pueda leer cualquier persona interesada en el tema. Sobre estas historias contenidas en el texto se podrían escribir, no solo un libro gordo, sino muchos libros. Por esto, en algunos momentos, el lector desearía algún otro dato o una explicación más detallada de lo que ocurrió en tal momento o en tal otro. El panorama es completo, desde el mismo nacimiento de la Iglesia hasta nuestros días, sin que el civilizado siglo XXI haya aplacado a los intolerantes antes, más bien, encontramos más mártires que nunca en más de veinte siglos de historia. Esto es algo que desconcierta. ¿Cómo es posible que subsista semejante salvajismo como para matar a miles de personas solo por su fe?  Yo diría que este libro, que presenta tantos datos históricos, deja pendiente, aunque apuntada, la reflexión sobre el porqué y sobre las posibles soluciones.

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Desde los primeros cristianos hasta los movimientos totalitarios del siglo XX (comunismo, nazismo, etc.), el relato recoge pensamientos y comentarios del autor sobre distintos momentos en la historia de la Iglesia: tanto sobre la evangelización de diversos países y el anticlericalismo político en diferentes siglos, como reflexiones en torno a la penitencia o a la eucarístia. Así, en los capítulos iniciales, destaca la importancia de la eucaristía entre los primeros mártires (niños, enfermos, jóvenes, como San Tarsicio) a los que les daba fuerza para sobrellevar el sacrificio.
Muy interesante resulta también, como ejemplo, el capítulo dedicado al uso de los iconos y las imágenes en la Iglesia: a partir del siglo VIII, la persecución contra las representaciones artísticas se radicalizó y se destruyeron muchas obras de arte. Sin embargo, la importancia del arte para que los cristianos comprendan los grandes misterios de la fe y “para que los creyentes se animen a luchar por las virtudes” quedó sobradamente probada. Una muestra reciente la podemos encontrar en los escritos de San Juan Pablo II cuando destaca el valor de los artistas como portadores de belleza y de formas de creación, inspirados por Dios.
Tanto por los temas tratados como por la forma de expresión utilizada, su lectura es muy recomendable, aunque en ocasiones la exposición de los contenidos de libros doctrinales puede resultar demasiado breve.

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             El título explica el contenido del libro: en poco más de 200 páginas se divisa el panorama de cómo la Iglesia ha sido y es perseguida, desde sus comienzos. Ya en el primer párrafo de la introducción se cita el pasaje evangélico donde Jesús anunció esa persecución. El enfoque es realista y optimista, pues se analiza el fenómeno desde la perspectiva de la confianza en Dios (sigue la estela del último libro del autor: El valor de las dificultades, Cobel Ediciones, Madrid 2014), y se describen los numerosos frutos que la persecución consigue entre los miembros de la Iglesia.

            Comprobar con datos que las puertas del infierno no prevalecen es una prueba más de la sobrenaturalidad de la Iglesia, y la conclusión a la que el autor nos lleva es a considerar que los cristianos deben “ahogar el mal en abundancia de bien, y explicar con sus vidas que la misión de la Iglesia es de servicio al hombre, a todo hombre, especialmente a los pobres y desamparados. Y es claro que el más desamparado es el que vive sin Dios” (p. 218).

            A lo largo del libro encontramos algunos ejemplos de cómo los cristianos procuran perdonar a sus perseguidores, por seguir el camino de Jesús en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Ese ejemplo de fe y caridad que nos dan los mártires y los confesores ilumina nuestro camino, y el libro contribuye a cumplir el anhelo de san Juan Pablo II: “es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación” (p. 10).

            Los datos que más pueden sorprender son los que se refieren a las persecuciones actuales, pues el lector seguramente conoce algunos datos de los ataques del comunismo y otros totalitarismos del siglo pasado, pero el libro ayuda a valorar las dimensiones y causas del fenómeno en los tiempos presentes, y nos reafirma en que no somos distintos de nuestros hermanos de otras épocas. El capítulo dedicado a los cristeros puede explicar que también durante la guerra civil española tantos mártires murieran pronunciando el “viva Cristo Rey”.

            Algo parecido podemos decir del capítulo dedicado al anticlericalismo del s. XIX, que nos ayuda a valorar y entender la actitud anticlerical de algunos destacados personajes actuales. Quizá por estas tierras españolas somos más conscientes de los mártires de la época de la invasión musulmana, pero nos irá bien conocer con más detalles la historia de los mártires americanos, de los mártires ingleses, o de la persecución iconoclasta, que en este libro se relatan.

            Podemos concluir que en este libro de divulgación (sin notas a pie de página) encontramos las suficientes pinceladas sobre las persecuciones que la Iglesia ha sufrido y sufre, como para convencernos de que es una nota constitutiva, anunciada por su Fundador. También nos reafirma en que Dios no cesa ni dejará de sostenernos

 

Javier Rodríguez Martínez