Monseñor Óscar Romero

Itinerario biográfico y doctrinal de san Oscar Romero (1917-1980), que fue Arzobispo de San Salvador desde 1977 hasta su muerte.

Denunció los sufrimientos que aquejaban al pueblo salvadoreño y se vio en medio de la oposición violenta que enfrentaba a la dictadura militar del país con los insurgentes de inspiración izquierdista. Monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 por orden del coronel Roberto d'Aubuisson.

En 1983 S.S. Juan Pablo II oró ante su sepulcro y reivindicó para la Iglesia la figura del Arzobispo. En 1990 se inició el proceso de canonización. En 2015, el papa Francisco lo reconoció como martir y fue beatificado. Finalmente, en 2018 se reconoció un milagro obtenido por su intercesión lo que dio lugar a la canonización.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2015 Ediciones Palabra,S.A.
540
84-9061-244-6

Subtítulo: Pasión por la Iglesia.

Valoración CDL
3
Valoración Socios
3
Average: 3 (1 vote)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

1 valoraciones

3

Libros relacionados

Comentarios

Imagen de enc

De san Oscar Romero podemos decir que se tomó en serio la opción preferencial por los pobres. Esta había sido predicada por los Pontífices desde san Juan XXIII. Es posible que el Arzobispo no fuera un modelo de prudencia o de sabiduría -el autor lo compara con santo Tomás Becket- pero dio la vida por su fe, por amor a su pueblo y por responsabilidad con la misión episcopal que le había sido encomendada.

El Arzobispo se dejó guiar por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, las Encíclicas papales y las conclusiones de la Asamblea Episcopal Latinoamericana (CELAM) de Medellín. Estos documentos habían reconocido como parte de la misión pastoral de la Iglesia la defensa de los Derechos Humanos. Romero pidió justicia para el pueblo de El Salvador ya que pensaba que su sufrimiento era causa última de la violencia. No fue un pastor mudo. No calló ni cuando su vida corría peligro; la ofreció por la Iglesia salvadoreña y por el bien de su patria a la que amaba. El pueblo de San Salvador, por su parte, llenaba la Catedral para escucharlo.

El Arzobispo sufrió la incomprensión de los buenos. Los demás Obispos del país, incluído su Obispo auxiliar, pidieron su remoción de la sede episcopal alegando que su enfrentamiento con el Gobierno perjudicaba a la Iglesia. El Nuncio enviaba informes negativos sobre él a Roma y la Curia vaticana le nombró un Obispo auxiliar con la intención de "frenarlo". Pero él ejerció su ministerio unido a los Pontífices. Se apoyó en S.S. Pablo VI que le alentó en su tarea pastoral. También acudió al cardenal Pironio, obispo argentino y Presidente de la CELAM, que después fue destinado a la Curia vaticana.

Alrededor del Arzobispo se movían algunos sacerdotes inficcionados de progresismo y de intereses políticos. Estos se encontraban en la misma Curia diocesana y le perjudicaron mucho, ya que movido por su bondad los defendía y presumía su buena intención. Fue una época muy concreta en la que pareció que el progresismo y la indisciplina iban a invadir la Iglesia. El autor relata como uno de los sacerdotes asesinados por los paramilitares, había vestido un Cristo en Semana Santa con pantalones vaqueros para que "conectase mejor con los jóvenes". Semejante majadería le costó la vida.

Romero trataba de justificar a los insurgentes, considerando que luchaban por los derechos humanos y que su violencia era una explosión del pueblo oprimido. Se desengañó de ellos cuando comenzaron la ocupación de los templos, especialmente de la Catedral. El Arzobispo pidió la paz, el cese de la represión y la conversión de todos aquellos que empleaban la violencia. Asimismo se ofreció para mediar entre las partes, pero ninguna de ellas estaba interesada entonces por la paz.

Romero no podía aceptar que los militares, con motivo o sin él, mataran a sus sacerdotes (seis durante su episcopado) o los expulsaran del país. Tampoco que asesinaran a los catequistas, a los campesinos y que los hicieran desaparecer por estar comprometidos contra la dictadura. Siempre negó que su labor fuese política, e incluso de carácter comunista como algunos pretendían. Al contrario, según el autor el Arzobispo fue un hombre piadoso, rezador y devoto de la Virgen.

Una de las conclusiones que se desprende de la lectura de este libro es la de que los Obispos -como recordaría después san Juan Pablo II- cuando se pronuncian sobre cuestiones temporales deben hacerlo unidos. Una unanimidad que no se logró en El Salvador. También pone de relieve las dificultades que sufren los Obispos para ejercer su ministerio en momentos de cambio y crisis social. En esas situaciones los fieles necesitan de un liderazgo fuerte y sereno. Callar es fácil, pero no es eso lo que se espera de un Obispo. Como leemos en los Evangelios las ovejas escuchan la voz del buen pastor y le siguen (Io.10,3-4).

El libro es muy denso; contiene muchas citas de los escritos y la predicación de Mons. Oscar Romero. Da testimonio de una época de confusión que terminó en el pontificado de san Juan Pablo II. También pone de relieve que la opción por los pobres y la defensa de los derechos humanos no es algo teórico, y que, como señaló en ocasiones Monseñor Romero, es una labor que compete sobre todo a los laicos. Todos podemos hacer algo por los más necesitados.