Una mano invisible

Natural de Ruanda, Gaètan Kabasha estudiaba en el seminario para ser sacerdote. En un momento determinado comenzó en el país el genocidio de los tutsis, etnia a la que pertenecía. Su obispo fue asesinado y el 15 de julio de 1994 más de un centenar de seminaristas cruzaban la frontera con Zaire para ingresar en campos de refugiados.

Gaètan decidió dirigirse a la República Centroafricana donde esperaba hacer realidad su sueño de ser ordenado. Mientras tanto sería un seminarista errante, sin obispo. Más tarde afirmaría: "Los sufrimientos, las humillaciones, la cárcel, las expulsiones, el hambre y la fatiga no fueron más que un camino del calvario para experimentar los sufrimientos de Cristo" (pág.215). Su periplo duraría cuatro años, pero al final pudo decir: "Una mano invisible había conservado intacta mi vocación" (pág.205).

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2021 Nueva Eva
220
978-84-122449-9-1

Subt.: De seminarista en el exilio a sacerdote de Cristo.

Valoración CDL
3
Valoración Socios
4
Average: 4 (1 vote)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

1 valoraciones

4

Comentarios

Imagen de enc

Una de las tesis de Gaètan Kabasha es la de que en los momentos de necesidad el hombre descubre en sí mismo cualidades insospechadas. Esta obra es una prueba de ello, que un seminarista escriba un libro tan atractivo e inspirador.

Lo primero que descubrimos y que denuncia el autor es la mala situación de los refugiados, sujetos a la voluntad de los gobiernos y los organismos internacionales: "¿Cuantas personas -escribe- hay en el mundo sin documentación, sin derechos ni leyes que les protejan? No tienen derechos en ningún país y tampoco pueden volver a su tierra natal" (pág.146). "El exilio es una catástrofe que golpea a millones de personas inocentes, produce muertes y desestructura las vidas humanas" (pag.13).

Al este del Zaire había llegado un millón de ruandeses escapando de la guerra y de las matanzas, de los cuales medio millón se había asentado en el campo de refugiados de Mugunga, al que Gaètan también accedió. En los primeros tiempos carecían de alimentos, de agua, electricidad o medicinas. Los recién llegados caían desfallecidos y los cadáveres eran arrojados a un lago cercano del cual tomaban el agua para beber. Pronto se desencadenó una epidemia de cólera.

Señala el autor cómo cualquier ayuda recibida de las iglesias o de las ONG resultaba inestimable.  No fue el caso de las Naciones Unidas. Escribe Gaètan: "Cuando comenzó el genocidio, en Ruanda había mas de 5000 militares de Naciones Unidas. No movieron un dedo para proteger a nadie. Nos abandonaron en plena barbarie" (pág.157). Para los occidentales -continúa- que comen tres veces al día, eligen sus médicos y sus escuelas, el modo de vivir de los refugiados resultaba inconcebible.

El autor denuncia el nacionalismo tribal y las guerras que son su consecuencia: "El racismo, la xenofobia y el regionalismo son plagas que nos hacen daño a todos. Las fronteras son signo de debilidad, de miedo, de egoísmo, de pecado. La paz es la base de la prosperidad y es mejor estar juntos que divididos. La guerra sólo beneficia a una minoría y la gran mayoría sufre las consecuencias". Añade: "Es posible la amistad transfronteriza, transcultural y transracial. Más allá de nuestras diferencias ideológicas y culturales ¿acaso somos distintos como seres humanos?" (pág.212).

En su peregrinación por Zaire y la República Centroafricana, que duró cuatro años, Gaètan recibió ayuda de muchas personas: "Dios puso en mi camino personas de buena voluntad llenas de generosidad" (pág.215). De alguno de ellos dirá: "Aquella gente vivía sin televisión, sin radio, sin teléfono, sin electricidad, sin medios de transporte, pero no por ello su vida era menos humana ni menos feliz" (pág.125). El autor concluye que en todas partes hay hombres buenos y malos por lo que hay que desechar los prejuicios: "Ningún pueblo puede ser bueno o malo en su totalidad" (pág.95). "El hombre es igual siempre y en todas partes, capaz de hacer el bien y el mal, de amar y de odiar, de apostar por la vida y por la muerte" (pág.12).

Añade un detalle de sentido común. Cuando el autor llegó a la República Centroafricana acababan de celebrarse elecciones y el nuevo Presidente no pertenecía a la etnia que había gobernado hasta ese momento, que se negó a obedecerle. Escribe Gaètan: "El país estaba paralizado. La democracia no estaba respondiendo a la expectativas del pueblo. La vida de los ciudadanos no había mejorado en absoluto. Me di cuenta de que la democracia no es necesariamente signo de prosperidad. No basta con votar. Si la democracia no va unida a una cultura política y a un cambio de mentalidad no puede funcionar" (pág.206).

El obispo de Bondo, en Zaire, le dijo: "No tengas miedo. Si el Señor te ha designado al sacerdocio llevará su proyecto hasta el final" (pág.174). Pero sería un obispo español, coadjutor en Bangassou (República Centroafricana), el que hizo posible que Gaètan completase sus estudios y fuese ordenado el 9 de noviembre de 2003. Un libro interesante para conocer el fenómeno de los refugiados y plantear, en su caso, el discernimiento vocacional al sacerdocio y de servicio a los que sufren.