Benedicto XVI, un hombre clarividente

 

Hay muchas obras publicadas de Ratzinger/Benedicto XVI. Es impresionante descubrir todo lo que escribió o también cuantos libros se han escrito sobre sus homilías, conferencias, o sobre su vida misma, como es “Benedicto XVI, una vida”, de Peter Seewald. Por eso, porque hay miles de páginas escritas sobre su pensamiento, su teología, o su modo de ver la vida, es más fácil darse cuenta de hasta qué punto era un hombre clarividente.

Ya en 1958 publicaba un artículo, a la muerte de Pio XII, en el que decía: “Según las estadísticas sobre la religión, la vieja Europa sigue siendo una región de la Tierra casi por completo cristiana. Pero difícilmente existirá otro caso en el que, como en este, todo el mundo sepa que las estadísticas engañan: la imagen de la Iglesia de la modernidad está determinada de forma esencial por el hecho de que, de una manera totalmente nueva, se ha convertido en una Iglesia de paganos y cada vez lo será en mayor medida: ya no es, como antaño, una Iglesia formada por paganos conversos al cristianismo, sino una Iglesia de paganos que aún se llaman cristianos, pero que en realidad se han convertido al paganismo” (p. 318).

Es sorprendente su severidad, sobre todo teniendo en cuenta la fecha. ¿Quién podría en esos momentos haber pensado que estábamos en un mundo de paganos? La única diferencia en la sociedad occidental de hoy es que nadie pretende llamarse cristiano, salvo los que realmente lo son. Fue profética su observación y eso le llevaba muchos años después a un cierto pesimismo. Seewald comenta: “No cabe duda de que lo que atormentaba a Ratzinger no eran quimeras, fantasías misantrópicas sobre posibles abismos. Lo certero de su análisis se pone de manifiesto si se toman en consideración los desarrollos que de hecho han tenido lugar posteriormente. El problema consistía en que él sabía (o al menos intuía) que el proceso de declive de la fe cristiana difícilmente podría detenerse” (p. 320).

Estaba bien enterado de los acontecimientos en diversos países, sobre todo de lo que ocurría dentro de la Iglesia, también durante sus años de Papa emérito. Por eso también conocía los focos de vida cristiana que iban surgiendo, como novedad, como reacción, como solución. En una homilía exhorta a los fieles a “abrirse -sin tomar en consideración el viento que sople en cada momento- a la verdad de Dios, que no tiene nada de sensacional y quizá hasta parezca inútil”. Es posible que pronto “se torne necesario, prosigue, confesar en el puesto de trabajo, en la oficina o en cualquier otro lugar lo que uno cree y vive como cristiano y decir una palabra de fe a un mundo incrédulo” (p. 314).

Sabe que ese planteamiento es el único que puede servir para llegar al fondo de la crisis. No vamos a esperar que las gentes medio paganas vayan a descubrir la Verdad en una homilía. Son los cristianos de a pie quien tienen que dejarse ver.

“Las intervenciones de  Söhngen le recordaban el ejemplo de Sócrates, “quien había sacudido a la Atenas que vivía cómodamente al día, despertándola de su engreimiento y saciedad, y formulado preguntas incomodas. Tan incómodas que incluso se le ejecutó, para luego percatarse de que había dicho la verdad. Pues el ser humano huye con mucha frecuencia de la verdad, se oculta de ella, porque la verdad le exige algo que él no quiere dar” (p. 234).

Sócrates murió por decir la Verdad. Eso molestaba a los atenienses. Hoy también resulta molesto, pero hay que dar la vida para extender la fe, y eso es lo que hizo Benedicto XVI.

Ángel Cabrero Ugarte

Peter Seewald, Benedicto XVI. Una vida, Mensajero 2020

Comentarios

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Todavía recuerdo aquellas Misas dominicales que los hombres seguían desde la calle, porque el templo se encontraba absolutamente lleno; recuerdo cuando se impartía la Sagrada Comunión antes, en y después de la Misa, por la cantidad de personas que se acercaban a recibirla. ¿Qué ha pasado para que en solo una generación los templos se hayan quedado casi vacíos? ¿Qué ha pasado para que los hijos de aquellos hombres y mujeres, aún educados en centros católicos, hayan salido de los mismos sin fe? Solo me queda pensar en un viraje cultural, en una sociedad cientifista y del bienestar que excluye lo inmaterial. La fe supone un conocimiento de lo espiritual; alli donde no se produce y transmite el pensamiento, no puede haber conocimiento del mundo del espíritu; también de esto nos ha hablado Ratzinger/Benedicto XVI -ver Ratzinger Presente y futuro de Europa-; pero ¿cómo creeran si nadie les predica; si un ciego guía a otro ciego? En el último siglo hasta nuestros días ha habido Pontífices con un excelente nivel intelectual, pero la excelencia no siempre se ha transmitido hacia abajo, no ha llegado hasta el Pueblo de Dios. Al contrario, la frivolidad, el deseo de significarse, la mediocridad intelectual, el papanatismo han ocupado las cátedras, cuando no han sido la política o las filosofías no cristianas.