Recorremos el mes de noviembre, mes de los difuntos y eso, ya de por sí, nos obliga a tener más presente la realidad del final de nuestras vidas. Además, llevamos un par de años en que cada día se nos recuerda, en el telediario, el número de fallecidos. Bien es verdad que solo nos dan la cifra de los muertos por el covid, aunque es bastante más alto el de los fallecidos por otras enfermedades, sin pararnos en otros datos más preocupantes como los suicidios.

Hay muertes más impactantes, como la niña fallecida en Madrid por accidente. En ese caso hemos recibido tales lecciones de fe y de esperanza que nos han ayudado, sin duda, a plantarnos de un modo distinto ante el final de la vida.

En realidad, nos viene muy bien encontrarnos, de pronto, con la muerte inesperada. Cuando fallece una persona mayor, más de ochenta, nos atenemos simplemente a la realidad esperable. No nos sorprende, ni lloramos en el entierro. Es lo natural. Ahora, con los múltiples fallecimientos de la pandemia hemos considerado las cosas de diverso modo. Y eso, aunque se cuenten como víctimas del virus, también hemos pensado que solo ha sido un empujoncito a lo esperado por la edad o la salud previa del fallecido.

Pero han muerto bastantes personas que conocíamos bien y que estaban bien, de nuestra edad o más jóvenes, y eso nos ayuda a pensar. Nos remueve más, pues nos damos cuenta de que le toca a cualquiera y que no es cuestión, casi nunca, de más o menos mascarillas. Ahora sí que parece que la incidencia depende más de los no vacunados, pero tampoco hay plena seguridad en la vacuna.

Todo esto, en el fondo, nos viene bien. Nos ayuda a una reflexión sobre lo esencial, sobre el sentido de nuestra vida. Y además nos encontramos con ayudas. Hay libros muy acertados, muy a propósito, que ayudan. Me pareció admirable el testimonio de África Sandino, fallecida con 48 años y una visión sobrenatural admirable: “Desde el principio de mi enfermedad comprendí que mi forma de encararla no era el resultado de una gran fortaleza psicológica, sino un don estrictamente sobrenatural. Desde ese primer momento supe que sólo tenía un deseo: cubrir este peregrinaje del mejor modo posible” (p. 60).

Nos resulta gratificante esa certeza, esa ayuda sobrenatural, que, por otra parte, parece lógica, teniendo en cuenta que Dios Nuestro Padre solo quiere facilitarnos el camino.

Pablo D’Ors, capellán del hospital donde falleció África, y autor del libro, nos cuenta: “Ella miraba la lámina qué tenía frente a su cama. Era una estampa de la Anunciación, de Fra Angélico, y la había colgado con una cadenita del soporte del televisor. Sendino no veía la televisión, contemplaba aquella estampa. Cuando creía que nadie reparaba en ella dirigía hacia esa lámina miradas arrebatadas, arrebatadoras. -Fiat - me susurró una vez, al percatarse de que había sido descubierta en uno de esos momentos de intimidad con su señor. Dos meses antes -según supe después- ella había peregrinado a Nazaret, donde la Virgen pronunció su propio Fiat. Ahora a Sendino se le ofrecía la oportunidad de adherirse a ese Fiat original, y de prolongarlo en la historia. Fiat- le respondí yo, y ambos callamos entonces durante unos segundos mágicos e inefables. Sendino vivió su enfermedad en clave de Anunciación” (p. 27).

No hacen falta más palabras.

Ángel Cabrero Ugarte

Pablo D’Ors, Sendino se muere, Galaxia Gutemberg 2020

Comentarios

Imagen de enc

Echo en falta en la predicación la referencia al Covid, que depende más que de las mascarillas de la voluntad de Dios. Echo en falta una oración emocionada a la misericordia de Dios para con la humanidad y un compromiso para la conversión.